Barcelona, okupada
El autor denuncia una inversión de valores en la Barcelona de Ada Colau y pone como ejemplo el trato que se está dando al dueño del local okupado en el barrio de Gracia.
La otra tarde, al ver el escrache de los okupas a Manuel Bravo Solano, el propietario del llamado "Banco expropiado", me vino a la cabeza mi exmujer y madre de mis hijas, que regenta un hostal en Barcelona y se dedica, como Bravo, a una actividad proscrita por Ada Colau y sus acólitos. Desde que diera inicio su mandato, impera en la ciudad una suerte de anomia institucional por la que propietarios, comerciantes, hosteleros y restauradores son poco menos que sospechosos de lesa ciudadanía, parásitos carentes del menor escrúpulo que han hecho del saqueo de la arcadia vecinal un modus vivendi.
En el anverso de ese paisaje se hallan los vendedores ambulantes de mercancía falsificada, comúnmente llamados manteros, a quienes el Ayuntamiento, en su cruzada por la salvación de la humanidad, ha blindado de punta a cabo, desautorizando con ello a la Policía y disolviendo las leyes en ese magma de relativismo al que Colau se agarró en cuanto llegó al poder, ya saben: "Desobedeceremos las leyes que nos parezcan injustas".
La Nación Podémica gusta de ridiculizar a quienes invocamos la ley como principio civilizador
En esas coordenadas morales cabe situar el escarnio del ciudadano Bravo Solano a manos del movimiento okupa, lo que incluye pancartas en las que se le conmina a marcharse del barrio, y en las que figuran su nombre y un boceto de su rostro que evoca el tétrico estilismo proetarra, pintadas a discreción (que exceden el perímetro de Gracia) y una manifestación frente a la sede de una de sus sociedades, en pleno Paseo de Gracia.
La Nación Podémica gusta de ridiculizar a quienes invocamos la ley como principio civilizador. Pese a las risotadas, o acaso por ellas, no está de más hacerlo de nuevo: la ley, en esta Barcelona donde el (des)gobierno ha quedado reducido a un asunto de orden público, es lo que impide que hombres como Bravo sean untados con brea, emplumados y conducidos a varazos por las Ramblas.
La Policía evitó que el linchamiento del propietario del inmueble okupado pasara de simbólico a real
El jueves 26, en efecto, un cordón policial (sobre el que llovieron los habituales insultos, de "perros" para arriba y "asesinos" para abajo) evitó que el linchamiento fuera de lo simbólico a lo real. Lo que no pudo evitar la brigada desplegada fue que la turba grafiteara sus ofensas y amenazas en los escaparates de la principal arteria comercial del Ensanche. En rojo sangre, además, por si el cariz del señalamiento no hubiera quedado lo suficientemente claro. Que los señaladores se llamen a sí mismos antifascistas podría interpretarse como un corolario de cinismo si no fuera porque lo creen a pies juntillas, porque en su fanático extravío se tienen de veras por libertadores.
Frente al atropello sufrido por Bravo, uno esperaría de los representantes públicos una condena sin fisuras. Mas como digo, okupas y concejales del cambio forman una "comunión de sentido", por emplear el término con que el exsecretario de Organización de Podemos, Íñigo Errejón, alude al frentismo de brocha gorda. Así, la teniente de alcalde Laia Ortiz dijo en una emisora de radio que el Consistorio se había puesto en contacto con Bravo para intentar comprar el inmueble, puntualizando a continuación que en la negociación se habían autoimpuesto una "línea roja", consistente en "no pagar más del precio de compra para no contribuir con la operación al enriquecimiento ilícito de su propietario, que lo compró a precio de saldo".
Comprar un local y venderlo posteriormente no tiene nada de ilícito, pese a lo que sostiene el populismo
Obviamente, y como la mayoría de los pretextos a los que apela el populismo, se trata de una falsedad, pues comprar un local y venderlo posteriormente no tiene nada de ilícito; por eso, de hecho, el Ayuntamiento negocia con su propietario. Tampoco es ilegítimo, como debió de querer decir Ortiz, que, digámoslo ya, es una de las muchas calamidades que en España ha prosperado gracias a la política, y cuyo grado de influencia en el discurso municipal y aun en la vida pública habla a las claras de que, con Celaya, estamos tocando el fondo y seguimos tocando el fondo.
Abierta la veda, la experiodista Patricia Gabancho reveló en un canal local de televisión el emplazamiento de las oficinas de Bravo, al que calificó de "perla". Fue su contribución logística al escrache que, según dijo, merecía el propietario del local, y que se produjo al día siguiente de sus declaraciones.
Algún día habrá que enumerar todas las ocasiones en que la socialdemocracia se ha puesto de perfil
Y a todo esto, ¿qué dicen la izquierda y su séquito de pensadores? Algún día habrá que elaborar un, pongamos, Tratado general de la equidistancia que dé cuenta de todas las ocasiones en que la socialdemocracia se ha puesto de perfil. En lo que respecta a esta crisis, y tras la preceptiva condena a todas las formas de violencia, bla, bla, bla..., ha ido diseminando la especie de que los okupas, aunque de modo desafortunado, han puesto sobre la mesa un tema sobre el que convendría un debate a fondo. Y bla, bla, bla.
Pensaba, decía, en la madre de mis hijas, en la posibilidad de que una brigada de fascistas(anti) paseara su rostro por Barcelona gritando "largo de aquí", pero el daño no puede, no debe ceñirse a un círculo privado ni sentimental. Una ciudad en que haya individuos que respiren aliviados por desempeñar un oficio tolerable es, exactamente, una ciutat morta.
*** José María Albert de Paco es periodista. Ha publicado recientemente junto a Iñaki Ellakuría 'La alternativa naranja' (Debate, 2015).