Las elecciones regionales francesas acaban de servir un ejemplo de democracia que es útil para analizar lo que puede ocurrir en España después del 20-D si, como todo indica, no hay mayorías claras para gobernar. Tras la rotunda e inquietante victoria del Frente Nacional en la primera vuelta, los votantes han reaccionado y le han cortado el paso: el partido de Marine Le Pen no controlará ninguna región.
En España no hay segunda vuelta, un sistema que es propio de los regímenes presidencialistas. Una de las consignas más repetidas esta campaña en los mítines del PP es la de que se deje gobernar a la lista más votada. El propio Rajoy se ha mostrado a favor de plantear un cambio de la ley electoral para implantar la segunda vuelta.
¿Una reforma de la ley electoral?
Como norma general, convendría no mezclar el interés partidista con las reglas de juego democráticas. La entusiasta inclinación de los populares a la segunda vuelta tiene mucho que ver con la asignación de escaños que le dan todas las encuestas. Sin embargo, Rajoy ha gobernado cuatro años con mayoría absoluta y no ha planteado ninguna reforma de la ley electoral, aun cuando es uno de los graves problemas que arrastra nuestra democracia.
La segunda vuelta es una opción que EL ESPAÑOL ve con simpatía, por cuanto da más oportunidades al ciudadano de expresarse. Ahora bien, el efecto corrector que otros sistemas -como el francés- permiten a los votantes, en el nuestro lo tienen los diputados tras asistir al debate de investidura. Y tan legítimo es uno como el otro.
El 'pacto de perdedores'
Lo que el PP pretende con su discurso es que cale en la opinión pública la idea de que Rajoy puede ser víctima de un pacto de perdedores, tratando de presentar esa hipotética situación como una alianza poco democrática. Nada más lejos de la realidad. El Frente Nacional ganó las regionales en Francia el 6 de diciembre y ha vuelto a ser el partido más votado el domingo, incluso con 800.000 votos más que una semana antes. La tesis del PP llevaría a concluir que los socialistas de Hollande no deberían haber colaborado con el centro derecha de Sarkozy. En cambio, a nadie, excepto a los representantes de Le Pen, les parece esa alianza una perversión del sistema democrático.
En unas elecciones no hay más perdedor que el que no obtiene la mayoría parlamentaria, y para configurarla son legítimas las alianzas. Es más, en caso de producirse, un posible pacto de lo que el PP llama "perdedores" no tendría que ser, per se, negativo para el país.