Rita Levi-Montalcini, una neuróloga centenaria
Hoy os hablamos de Rita Levi-Montalcini, una neuróloga y política italiana que se convirtió en la cuarta mujer que ganó el Nobel de Medicina.
3 agosto, 2016 12:07Noticias relacionadas
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Hoy, en la sección de mujeres científicas, vamos a conocer la historia de Rita Levi-Montalcini, una neuróloga que luchó contra viento y marea para convertirse en quién quiso ser.
Ser mujer y judía, para más inri, no hacía precisamente fácil conseguir una carrera científica en la Italia de Mussolini, pero ella supo en todo momento lo que quería, y también lo supieron muchos de los científicos con los que se fue encontrando, por lo que poco a poco consiguió dar los pasos hasta convertirse en la cuarta mujer en obtener un Premio Nobel de Medicina.
Sólo fue uno de los muchos galardones que consiguió por su larguísima trayectoria como investigadora, pero desde luego se ganó todos y cada uno de ellos, por lo que merece que hoy os hablemos de ella, por si aún no sabéis de quién se trata.
Biografía de Rita Levi-Montalcini
Rita Levi-Montalcini nació en Turín, Italia, el 22 de abril de 1909, en el seno de una familia judía, con un ingeniero y una pintora a la cabeza.
Quizás fue el talento para la ciencia de su padre, o el interés por el progreso y la libertad característico de artistas como su madre, pero lo que está claro es que desde niña Rita quiso que no quería dedicar su vida a ser madre y esposa, como hubiese querido su familia, sino que prefería hacer de la ciencia su profesión, por lo que el primer paso era conseguir el dinero suficiente para pagarse la carrera.
Para ello entró a trabajar en una panadería. Resulta curioso que permaneciese allí, pues padecía alergia la levadura, pero su sistema inmune no la iba a parar, por lo que finalmente a los veinte años consiguió ahorrar bastante y se matriculó en la Escuela de Medicina de Turín, donde finalizó la carrera de medicina y cirugía en 1936, con calificación de summa cum laude.
En los años siguientes se especializó en neurología y psiquiatría; pero, después de que en 1943 el dictador Benito Mussolini prohibiera a las mujeres el acceso a carreras profesionales a las personas judías, fue expulsada del centro, por lo que decidió marcharse a Florencia, donde comenzó a trabajar en clandestinidad en un laboratorio que había montado en su propio dormitorio.
Más tarde, una vez acabada la Segunda Guerra Mundial, pudo volver a Turín, pero no tardó en recibir un ofrecimiento para trabajar en la Universidad Washington, en Saint Luis, supervisada por el zoólogo y embriólogo Viktor Hamburguer, que se había hecho conocedor de los avances que había conseguido durante sus investigaciones clandestinas.
Contribución a la ciencia de Rita Levi-Montalcini
Durante el tiempo que pasó en Florencia, Rita comenzó a estudiar el crecimiento de las fibras nerviosas de los embriones de pollo y consiguió datos muy interesantes que le sirvieron más tarde para sus investigaciones en el centro estadounidense.
Tanto se valoraron allí sus conocimientos que el puesto que iba a durar un semestre se alargó treintas años más, durante los cuáles elaboró un interesante trabajo sobre el factor de crecimiento nervioso que le acabaría valiendo el Premio Nobel de Medicina, con el que fue galardonada en 1986, junto a Stanley Cohen.
Los últimos años que trabajó en Estados Unidos los pasó a caballo entre St. Louis, donde tenía un puesto como profesora, y Roma, donde estableció una unidad de investigación.
Desde ese momento los premios por su carrera le llovieron. Además, entre sus méritos pudo contar con tres doctorados honoris causa, expedidos por el Politécnico de Turín, la Universidad Complutense de Madrid y la Universidad Mc Gill.
También fue nombrada senadora vitalicia en su país natal, en el que años después de que se le negara formarse por causa de su religión, se había convertido en una verdadera heroína.
Y desde luego lo fue, pero no sólo por sus contribuciones a la ciencia, pues Rita Levi-Montalcini fue también una gran defensora del feminismo, una mujer a la que no le importaba que le preguntaran una y otra vez por qué nunca se casó; ya que siempre contestaba lo mismo: yo soy mi propio marido.
El mundo necesita mujeres como Rita que nos demuestren que nadie nace con un destino escrito y que con esfuerzo podemos conseguir todo lo que nos propongamos. Quizás por eso vivió más de cien años; para poder demostrárnoslo.