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Hormonas, también responsables de las conductas sociales

21 octubre, 2015 20:17

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En la actualidad, uno de los mayores retos a los que debe enfrentarse la Biología es la comprensión de las conductas y las emociones. La enorme complejidad del sistema nervioso, así como las dificultades técnicas para estudiarlo, hacen que el comportamiento, la conciencia y la memoria sean todavía hoy los grandes desconocidos del cuerpo humano.

La explicación que se busca es una correlación entre determinados comportamientos y las distintas moléculas y neurotransmisores que lo provocarían actuando en regiones concretas del cerebro, así como el modo de interacción de las distintas neuronas implicadas.

Sin embargo, cada vez son más los estudios que encuentran estas correlaciones. Muchos de ellos tiene como objetivo la oxitocina, la conocida hormona del amor. Ésta, o más bien sus receptores, podrían estar relacionados con factores como al tendencia a la monogamia o poligamia, el instinto maternal o el tiempo que necesita pasar un individuo con otro para que se creen lazos entre ellos.

Las hormonas, reguladoras del comportamiento

Los investigadores Lisa A. McGraw y Larry J. Young, de la Emory University School of Medicine, en Atlanta (EEUU) han sido capaces recientemente de establecer una relación entre la concentración de receptores de distintas hormonas en el cerebro y la facilidad con la que un individuo establece lazos de distintos tipos con otros de su misma especie. Además, descubrieron que son distintas las hormonas que marcan el comportamiento de machos y hembras. Para ello, utilizaron un pequeño roedor llamado Microtus ochrogaster, una especie de topillo. 

En este experimento se tenía en cuenta la densidad de receptores de ciertas hormonas en la superficie celular. Estas moléculas actúan a muy baja concentración, por lo que aumentar su cantidad en el entorno del cerebro no causaría ningún efecto. Sin embargo, la adición de receptores mediante ingeniería genética si puede provocar una mayor respuesta celular.

De este modo, descubrieron que una mayor concentración del receptor de la oxitocina en hembras hacía que necesitaran pasar menos tiempo con un macho para establecer lazos de pareja. Por el contrario, si en el tiempo en el que los dos animales cohabitaban se bloqueaban los receptores de oxitocina de la hembra, ésta tendría más dificultad para hacerlo su pareja.

En machos, la hormona que principalmente regula el establecimiento de lazos es la argipresina o AVP, por sus siglas en inglés. Así, una concentración alta de los receptores de esta hormona en el pallidum central y en el septal lateral del cerebro hacía que los machos tuvieran propensión a ser monógamos, mientras que una concentración baja aumentaba la probabilidad de poligamia.

Las experiencias personales provocan cambios bioquímicos

En este mismo estudio también se asociaban distintas experiencias traumáticas sufridas por los roedores en el inicio de su vida con cambios hormonales que, como se trata en el apartado anterior, se traduce en cambios conductuales. Así, se ha descrito que las hembras que han sido criadas solo por su madre, sin ningún tipo de cuidado por parte de su padre, necesitaban pasar un tiempo más largo con el macho para establecer lazos de pareja. Asimismo, eran menos propensas a presentar comportamientos aloparentales, esto es, a cuidar crías de otros topillos. 

Estudios más detallados de estas hembras hicieron ver que presentaban un número de neuronas sensibles a la oxitocina alterado en su hipotálamo. Esta correlación entre experiencias traumáticas a edad temprana y cambios bioquímicos también ha sido descrito en humanos. Así, Christine Heim y sus colaboradores, investigadores en el College of Health and Human Development de la Universidad de Pennsylvania,  publicaron en 2009 un estudio en el que se afirmaba que las concentraciones de oxitocina eran más bajas de lo habitual en el fluido cerebroespinal de mujeres que, en su niñez, habían sido víctimas de abusos.

Por tanto, puede afirmarse que las vivencias tienen como resultado cambios fisiológicos en el cerebro, así como que estas variaciones fisiológicas marcan la conducta de todos los animales, incluyendo al ser humano. Cada vez más a menudo se apunta a la epigenética como el nexo entre ambos factores: fisiología y ambiente.

Frankenstein y la cura del autismo

Uno de los aspectos más destacados del trabajo de los doctores McGraw y Young es la modificación in vivo de los receptores de oxitocina de los topillos y, por tanto, de su comportamiento. Para ello, infectaron con un virus modificado genéticamente las áreas del cerebro implicadas en el experimento. Este virus tenía capacidad infectiva, aunque no podía provocar enfermedad alguna; también tenía en su interior genes para los receptores de las distintas hormonas. Así, la aplicación de este virus hacía que se introdujera en las células de las zonas implicadas, sobreexpresando allí el gen del receptor de la oxitocina.

Esto quiere decir que, si logramos entender la bioquímica de ciertos transtornos psicológicos, como el autismo o la esquizofrenia, podríamos usar técnicas de este tipo para sobreexpresar lo que sea disfuncional y curar la enfermedad. Todos estaríamos de acuerdo en que sería un avance extraordinario que mejoraría la calidad de vida de estos enfermos.

Sin embargo, la posibilidad de modificar la conducta utilizando técnicas médicas podría no tener únicamente aplicaciones positivas. Así, en los últimos años se están descubriendo patrones moleculares asociados a la homosexualidad. Existen posiciones radicales que afirman que la homosexualidad es una enfermedad. En este caso, ¿podría alguien utilizar este tipo de técnicas para cambiar la orientación sexual de una persona?

En un caso aún más extremo, esta terapia podría servir como alternativa a la castración química. Así, si identificamos las diferencias que hay en el cerebro de una persona con psicopatía o agresividad, quizá podríamos diseñar un tratamiento para eliminar esas conductas que, sin duda, son peligrosas en una sociedad.

Sin embargo, ¿eliminar estos comportamientos no sería limitar el libre albedrío de la persona? ¿Tiene derecho alguna persona o entidad a marcar cómo debe ser la personalidad de otra? En definitiva, ¿no estaríamos creando una especie de Frankenstein, una mezcla a la medida de los patrones que nos parecen correctos?

Por supuesto, una persona debe pagar por sus actos cuando estos son perjudiciales para un igual, o para la sociedad en su conjunto. Debe pagar, por ejemplo, con su libertad. Pero, ¿debe pagar también con su propia personalidad?

Fuente| NCBI