2022 ha sido un año decisivo para la NASA por muchos motivos. La agencia ha podido celebrar logros tan importantes como la puesta en marcha del telescopio James Webb, herramienta considerada como el avance del año por la revista Science, y la misión DART, el sistema de defensa planetaria que ha desviado la trayectoria de un asteroide. Avances históricos en sus respectivos ámbitos. Ambos quedan relegados a un segundo plano con la misión Artemis I.
Los 26 días de viaje de la nave Orión establecen los cimientos para que Estados Unidos sea el primero en construir colonias en la Luna, con la Agencia Espacial Europea y España involucradas en el programa. Esa ventaja les facilitaría guiar al resto de la comunidad internacional a la hora de fijar unas normas de convivencia fuera de este mundo.
El ser humano lleva 50 años sin pisar suelo lunar, desde la misión Apolo 17 en 1972, y la humanidad parece preparada para emprender una nueva carrera espacial en la que varias naciones se disputan la colonización y explotación del satélite natural. Aunque Artemis I es solo el principio, un viaje sin tripulación y lleno de pruebas técnicas, su culminación permiten ver más cerca el día en que la primera mujer y la primera persona negra pisen la Luna y vivan en ella.
Contratiempos iniciales
Para poder ostentar el puesto de líder, antes hay que demostrar que se está preparado para encabezar ese futuro y hasta el último momento, Artemis parecía tener mucho en contra. Fugas en el megacohete SLS y huracanes obligaron a retrasar en sucesivas ocasiones el lanzamiento que estaba previsto para finales de agosto.
Aplazar la fecha de despegue por un fallo técnico o inclemencias meteorológicas es normal y entra dentro de los planes de toda agencia espacial, por eso se suelen fijar fechas opcionales. Pero Artemis ya acumulaba cinco años de retraso y un sobrecoste desproporcionado, factores que alimentaban el escepticismo.
Los costes iniciales previstos estaban en torno a los 7.000 millones de dólares, cifra que ha aumentado hasta los 23.000 millones actuales según una estimación de la Planetary Society, organización no gubernamental dedicada a promover la exploración espacial. Este coste posiblemente siga engordando con las futuras misiones que también pueden sufrir retrasos por dificultades, por ejempo, en el desarrollo de los trajes espaciales.
Para ser justos, la enormidad del proyecto lleva intrínseca complicaciones como las que se vivieron los meses previos al despegue. La fuga de combustible fue el mayor quebradero de cabeza: había que abastecer un cohete de 65 metros de altura y 85 toneladas de peso con hidrógeno y oxígeno, que se enfrían a -253°C y -145°C respectivamente.
Las fugas encontradas en la cavidad de desconexión rápida, justo donde se unen las placas del lado de vuelo y del lado de tierra, ponían en riesgo una inversión millonaria y mucho trabajo para construir esta gigantesca estructura. Según los datos que proporciona la NASA, el SLS es entre un 10 y un 20% más potente que el Saturn V, el último en alunizar en 1973, lo que lo sitúa como el cohete más potente jamás construido.
La NASA tardó varias semanas en asegurarse de que el problema estuviera solucionado. Para entonces, el huracán Ian apareció en escena y obligó a guardar de nuevo el cohete en el edificio de ensamblaje.
Más de un mes después, en pleno noviembre, el ansiado despegue se producía sin demasiados contratiempos. Charlie Blackwell-Thompson, la primera mujer en dirigir un lanzamiento, lo celebraba cortando su corbata como dicta la tradición. Quedaban 26 días de intensa vigilancia hasta volver a ver a la nave Orión de regreso en la Tierra.
Visita 'rápida' a la Luna
Ante los contratiempos, la NASA ha vuelto a demostrar que, además de mucha ingeniería y cálculos matemáticos, la clave está en no rendirse ante la adversidad. Y como el que la sigue, la consigue, Artemis I se ha convertido en su mayor éxito de 2022. El 16 de noviembre, el cohete SLS lanzaba al espacio la nave Orión, acompañada de un grupo de satélites. El recorrido con dos vueltas alrededor de la Luna ha dejado varios momentos históricos e imágenes de gran belleza, además de algún susto.
Algunos de esos satélites también han tenido parte de protagonismo, como el EQUULEUS japonés, cuyo objetivo era poner a prueba su motor propulsado con vapor de agua. Menos afortunado ha sido el satélite japonés OMOTENASHI. La agencia japonesa, JAXA, no pudo establecer comunicación con el equipo tras su despegue. Se piensa que los sucesivos retrasos de Artemis I habrían impedido conservar y recargar su batería al estar colocado en las profundidades del cohete. No descartan, sin embargo, usarlo en el futuro para otras pruebas, como medir los niveles de exposición a la radiación en el espacio, si logran mejorar las comunicaciones con la sonda.
Por otro lado, el viaje de ida y vuelta de Orión se ha producido sin mayores incidencias ni sobresaltos, tal y como se había previsto para poner a prueba toda la tecnología desarrollada con el fin de regresar a la Luna después de décadas. Parte de esa tecnología ha capturado imágenes tan únicas como éstas, con la Tierra y la Luna de fondo.
Además de hacerse selfies y retratar los cráteres lunares, la NASA nunca desperdicia un buen momento para jugar con sus fans y escondió toda clase de objetos y huevos de pascua dentro de la nave. Solo los más avispados han podido encontrar cada uno de los detalles en las fotos compartidas.
Durante el trayecto, la nave cumplió en dos momentos decisivos. El 21 de noviembre se acercó a la superficie lunar a solo 130 kilómetros, dando su primera vuelta al satélite natural. Esta fue la distancia más corta a la que se aproximaría durante todo el viaje, para después dejar de comunicarse con la Tierra por unos minutos cuando pasaba por el lado opuesto de la Luna, la señal se recuperaba después desde la estación en Madrid.
Superada esa fase, Orión se adentraba en la etapa más lejana de casa y a través de la órbita retrógrada distante (DRO), donde se requiere poco combustible para permanecer en un viaje prolongado en el espacio profundo. En ese tramo, Orión rompió el récord de distancia de la NASA para una nave espacial diseñada para astronautas: 432.210 kilómetros de la Tierra, cifra superior a los 400.000 km que alcanzó la misión Apolo 13 en 1970.
Entrando ya en el mes de diciembre y la última fase del viaje, Orión dejaba la órbita retrógrada distante (DRO) de la Luna. Allí se quedaba la sonda CAPSTONE que precede a la futura estación espacial lunar Gateway, mientras Orión se encaminaba de regreso a casa. El final de este épico recorrido alrededor de la Luna se produjo el domingo 11 de diciembre, cuando la cápsula amerizó en el océano Pacífico.
Para eso tuvo que recorrer más de 2 millones de kilómetros y atravesar la atmósfera terrestre a 3.000 grados de temperatura. Proteger a sus naves de estas calurosas llegadas es otro de los objetivos que se ha marcado la NASA, que este año también ha conseguido probar LOFTID, un escucho hinchable para realizar reentradas más suaves y seguras.
Futuras misiones
Con la nave Orión de vuelta en la Tierra, es el momento de mirar el calendario hasta la próxima misión y todos los preparativos que faltan para llevarla a cabo. El 2023 se presenta algo más tranquilo, aunque no por ello será más sencillo. A lo largo de los próximos 12 meses, la agencia espacial y sus contratistas tienen que cumplir con los plazos necesarios para poder realizar en mayo de 2024 la primera misión tripulada, Artemis II.
A lo largo de los últimos años, la agencia estadounidense ha anunciado contratos con diferentes empresas para diseñar y fabricar toda la tecnología que se usará más adelante. Por ejemplo, Boeing trabaja con la agencia en el cohete de esta próxima misión, que debe entregar en 2023. Después, hará lo mismo para las siguientes fases del programa.
Artemis II será la primera misión desde 1972 que lleve a humanos a las proximidades de la Luna y en ella viajarán cuatro astronautas, para pasar aproximadamente 10 días en el espacio. Será un viaje de ida y vuelta sin alunizajes, en el que probarán algunos sistemas críticos de supervivencia en una órbita alta de la Tierra.
Mientras tanto, se están proponiendo técnicas para crear hábitats de forma autónoma y con pocos materiales en la Luna donde puedan vivir los humanos cuando le toque el turno a la misión Artemis III, que no está prevista hasta 2025. Tanto la primera como la segunda son el campo de pruebas para la misión realmente trascendente. Los plazos son un tanto optimistas y ya se ha sugerido que puede que haya que esperar mucho más para ver a los astronautas pasear por la Luna.
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Cuando llegue el momento pasearán con trajes creados por la empresa Axiom Space, en la que participa el astronauta español Michael López-Alegría. La NASA eligió a esta compañía a mediados de año con un contrato por valor de 228,5 millones de dólares. Por el momento, poco se sabe sobre las innovaciones que esta empresa incluirá en la vestimenta de los futuros habitantes lunares. Muy posiblemente se conocerán más detalles a lo largo del próximo año, según avancen el resto de preparativos.
Aparte de trajes y viviendas, SpaceX también está diseñando cohetes para ayudar a la NASA a llegar a la Luna. La actividad de Elon Musk en Twitter ha desviado la atención de la nave Starship, que debía lanzarse en un vuelo de prueba este año. A principios de año, Musk presumió con un vídeo del megacohete, pero aún no se le ha podido ver surcando el cielo. En julio, la compañía tuvo que lidiar con una explosión de fuego debajo de uno de los propulsores Super Heavy.
El papel de la Starship en este programa espacial es de extrema importancia por partida doble: SpaceX tiene la responsabilidad de crear varias naves Starship que sirvan como 'gasolinera' espacial para la Moonship, la cual realizará una parada técnica para rellenar sus tanques en la órbita terrestre antes de ir hacia la órbita lunar.
Según informa The Wall Street Journal, la empresa ha informado recientemente que está preparando una primera prueba orbital, en la que espera bajar el propulsor en el Golfo de México y aterrizar la nave espacial Starship en el océano Pacífico, cerca de una isla hawaiana, según una presentación de la compañía ante la Comisión Federal de Comunicaciones.
Al mismo tiempo, se han ido conociendo algunos detalles de la estación lunar Gateway. Estará compuesta por un total de 7 módulos que servirán como intercambiador entre las naves espaciales Orion y la Starship HLS de SpaceX. Recientemente se ha publicado que contará con una central eléctrica para proporcionar 60kW de energía a la población lunar (PPE) que construirá la agencia con Maxar Tecnologies.
Pulso por el liderazgo espacial
Queda, por lo tanto, mucho trabajo por delante hasta marcar nuevas huellas en el polvo lunar. No obstante, el camino ya se ha inciado en un panorama muy diferente a los años de la Guerra Fría, en los que la Unión Soviética y Estados Unidos competían por ser los primeros en marcar hitos en exploración espacial. El universo se ha abierto a muchas más naciones que buscan su parcela en la ya de por sí saturada órbita terrestre, la Luna o Marte.
China, por ejemplo, acelera su camino en solitario con importantes misiones en el satélite natural donde recoge materiales que no comparte con la comunidad internacional, al mismo tiempo que construye su propia estación espacial. Para esto último, ha puesto en alerta a la población mundial por culpa de sus cohetes que caen sin control, provocando que España cerrara su espacio aéreo por precaución en una mañana frenética del mes de octubre.
Mientras, las tensiones políticas en la Tierra han influido evidentemente en las relaciones espaciales. Rusia, centrada en la guerra en Ucrania, estrecha lazos con China y anuncia que abandonará la Estación Espacial Internacional en 2024, con la intención de crear una propia, aunque después echó marcha atrás y retrasó su salida hasta 2028. Al mismo tiempo que la NASA gestionará el final de este símbolo de la colaboración internacional en investigación estrellándolo contra el océano Pacífico.
Japón y otras potencias como Emiratos Árabes también se suman con menor fuerza a esta nueva era, sin olvidar que el mercado privado se presenta como pieza clave para futuras misiones y un turismo espacial en auge. Con este panorama, la NASA necesita recuperar su liderazgo, volver a marcar la hoja de ruta, incluso hay quienes se plantean si esta agencia puede o debe capitanear la creación de un nuevo Tratado del Espacio Exterior que ponga algo de orden.
Las misiones Artemis son su as en la manga para demostrar que siguen siendo un peso pesado en este terreno. En 2020, sus funcionarios publicaron los Acuerdos de Artemis, una serie de reglas no vinculantes que podrían ser la base de una nueva declaración de naciones sobre las colonias extraterrestres y la explotación responsable y pacífica de otros mundos. A ellas se han sumado países como Australia, Canadá, Italia, Japón, Luxemburgo, Ucrania, Reino Unido, Ruanda, Nigeria, los Emiratos Árabes Unidos y Corea del Sur. Por su parte, Rusia y China argumentan que los acuerdos están demasiado centrados en Estados Unidos y sus aliados.
Tensiones politicas a parte, la NASA despide un 2022 casi redondo en el que también han tenido tiempo este último mes de lanzar un satélite de topografía oceánica y agua superficial (SWOT), que estudiará toda la superficie acuosa de la Tierra. No obstante, es posible que la agencia espacial estadounidense celebre la entrada al 2023 con cierto sabor amargo por haber perdido en las últimas semanas las comunicaciones con el módulo InSight en Marte, que lleva meses perdiendo potencia. Una de cal y otra de arena en el mejor momento del año para hacer balance.