Marco Rubio y Benjamin Netanyahu, en la visita del primero a Israel en febrero.

Marco Rubio y Benjamin Netanyahu, en la visita del primero a Israel en febrero. Evelyn Hockstein Reuters

Oriente Próximo

Israel se acerca a Rusia a rebufo de Trump para aislar a Irán y atacarla antes de que tenga lista la bomba nuclear

Tanto Trump como Netanyahu ven con buenos ojos la destrucción del proyecto nuclear iraní antes de que pueda fabricar armamento atómico. Putin ha sido un fiel aliado de Teherán… pero podría mirar a otro lado.

Más información: El Departamento de Estado corrige a Trump sobre Ucrania: denuncia la "invasión brutal" de Rusia y matiza su ayuda militar

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Ya es suficientemente problemático que cambie el orden mundial como para que lo haga en poco más de mes y medio. La llegada de Donald Trump y el movimiento MAGA a la Casa Blanca ha provocado un auténtico terremoto en las alianzas de las últimas décadas y ha desnivelado toda clase de equilibrios. La evidente fascinación del multimillonario neoyorquino con Vladimir Putin, hasta enero de 2024 el enemigo número uno de Occidente, ha sembrado el pánico por toda Europa, pero las consecuencias de un movimiento así no se limitan al viejo continente, sino que resuenan por todo el mundo.

Por ejemplo, cuando el pasado 24 de febrero, con motivo del tercer aniversario de la invasión rusa de Ucrania, Estados Unidos votó en contra de una resolución de condena en la ONU, muchos señalaron el hecho insólito de que Trump eligiera la compañía de Nicaragua, Bielorrusia o Corea del Norte antes que la de sus aliados. Pocos cayeron en que otro de los escasos estados que decidieron salir al apoyo de Rusia fue Israel.

Hasta aquel momento, el gobierno de Netanyahu había mantenido una neutralidad escrupulosa, pese a los coqueteos de la diplomacia ucraniana y los ninguneos constantes del Kremlin, cuya alianza con Irán le hacía estar más cercano a Hamás o a Hezbolá que a Tel-Aviv. ¿Por qué ese cambio de opinión y en este momento? Las razones son varias, pero se pueden resumir en tres: de entrada, Netanyahu no puede condenar la invasión de otro país cuando aún baraja la posibilidad de volver a anexionarse Gaza y Cisjordania, así como las zonas de exclusión en los Altos del Golán (Siria) y el corredor de Philadelphia (Egipto).

En segundo lugar, Israel no podía dejar sola a la administración Trump en esto. Frente al discurso del “America First” y de la no intervención en asuntos ajenos como excusa para acabar con toda la ayuda a Ucrania, Estados Unidos está volcándose con Israel, dándole alas no solo para la anexión de los citados territorios, sino animándole a atacar Irán y acabar con su programa nuclear que tanto espanta -y con razón- a los norteamericanos. De hecho, ya en la precampaña electoral, Trump había pedido a Netanyahu que no hiciera ni caso a Biden y golpeara con todo las infraestructuras nucleares iraníes.

De Moscú a Teherán

Todo ello nos lleva a un tercer motivo detrás de la votación israelí: la única manera de poner a Irán contra las cuerdas es desactivando su relación con Rusia. El régimen de los ayatolas fue el primero en saltarse todas las prohibiciones y apoyar militarmente al Kremlin sin subterfugios. Sus drones Shahed han sobrevolado la primera línea del frente de Ucrania y han sido clave en momentos en los que los rusos no hacían más que perder hombres y blindados en cada ofensiva fallida.

¿Será Putin capaz de dejar en la estacada a un aliado que acudió al rescate en el momento más delicado? Con otro líder político, tendríamos muchas dudas. Con Putin, sabemos que sus decisiones solo van en su propio interés. Eso es lo que tiene en común con Trump y lo que les une a su vez a Netanyahu. Puede que no ayude directamente a Israel en su intento, pero sabemos que en las negociaciones entre Rusia y Estados Unidos se va a incluir la discusión sobre el programa nuclear iraní, un programa del que Moscú lo sabe absolutamente todo porque es uno de sus colaboradores más activos.

Esa información, luego podría “deslizarse” inadvertidamente a Tel-Aviv para que Israel tome sus propias decisiones. Irán está ahora mismo muy debilitado por el hundimiento de sus milicias terroristas y por los propios bombardeos de Israel a radares y sistemas de defensa antimisiles. Eso les deja en una posición complicada en caso de que Netanyahu tome la decisión de un ataque total. Decisión que, hay que insistir, no está tomada, pero que con Trump en el poder gana enteros, algo imposible de pensar bajo el mandato de Biden.

Siria como moneda de cambio

Ahora bien, es lógico que Putin pida algo más a cambio de hacer oídos sordos. Una resolución de la ONU tampoco es para tanto. Rusia lleva años ignorándolas y no ha pasado nada. Por eso, según informa Reuters, en las últimas semanas, Israel ha encabezado distintas gestiones privadas para que Rusia mantenga sus bases militares en Siria y sirva de contrapeso al nuevo gobierno islamista, del que Netanyahu sigue sin fiarse lo más mínimo. Para Rusia, la base naval de Tartús y la aérea de Hmeimim, en la región de Lakatia, son vitales para su influencia en el Mediterráneo.

El régimen de Putin ha estado negociando desde la caída de Al-Asad -quien sigue viviendo en Moscú- la posibilidad de mantener el control sobre esas bases. Hace un mes, el viceministro de Asuntos Exteriores, Mikhail Bogdanov, se reunía con el presidente interino sirio Ahmed al Shara. Lo que puede ofrecer Rusia al nuevo gobierno es reconocimiento internacional. No es fácil acercar posiciones puesto que los rebeldes llevan años siendo masacrados por las tropas de Putin en defensa del dictador, pero todo estado necesita recomponerse y a menudo borrar su pasado y sus rencores.

Además, el reconocimiento de Rusia es ahora mucho más atractivo que hace un mes. Cuando Rusia habla, Siria puede entender que también lo hace Estados Unidos. Si metemos a Israel en la misma ecuación, es complicado no llegar a acuerdos. Todo esto, eso sí, dejaría un gran perjudicado: Turquía… pero recordemos que Israel y Turquía son enemigos acérrimos y que Rusia tiene una relación ambigua. Erdogan no quiere casarse con nadie: a veces complace a unos como puede complacer a otros y no son buenos tiempos para la equidistancia.

Israel, desde luego, prefiere una Siria tutelada por Rusia y Estados Unidos que por Turquía y su posible deriva islamista. Si, de paso, consigue afianzar sus posiciones en los Altos del Golán y evitar que las milicias iraníes se recompongan en la zona, miel sobre hojuelas. La tentación expansiva del actual gobierno y la ultraderecha ortodoxa tienen en Estados Unidos y en Rusia dos aliados necesarios.

Derrocar el régimen de Teherán antes de que sea demasiado tarde sería el objetivo final, pero, como se ve, no el único. Veremos cómo se lo toma el resto del mundo árabe, generalmente enfrentado a sus vecinos persas, pero que nunca verán con buenos ojos un exceso de protagonismo de Israel en Oriente Próximo.