El ataque de Irán pone en jaque el frágil equilibrio de alianzas tejido por EEUU en Oriente Próximo
Una réplica que incluya una ofensiva israelí directa sobre Irán podría poner en tensión a los países aliados de Washington en la región.
16 abril, 2024 02:21Estados Unidos se volcó en la defensa de Israel, acercó sus buques y sus cazas a la zona e interceptó cuanto dron o misil iraní se le puso en el radar. Condenó enérgicamente el ataque y dejó claro —ante algunos tibios comentarios— que todo el mundo debería hacer lo propio. Una vez vio que la ofensiva iraní había fracasado, Biden respiró aliviado y le dijo a Netanyahu: “Aquí tienes tu victoria, quédate con ella”. El mensaje estaba bien claro: ya has ganado, el enemigo ha quedado humillado, no vayas más allá.
De hecho, el mensaje de Biden fue una de las razones por las que Israel no reaccionó el mismo sábado con un contraataque rumbo a Teherán. Según se ha sabido posteriormente, Benny Gantz, miembro del Consejo de Guerra israelí y ex jefe de las FDI, abogó en un primer momento por una respuesta en tiempo real al ataque de Irán. Su argumento era que, de esa manera, sería más fácil de justificar ante la opinión pública internacional y que, pasado el tiempo, dicha justificación se haría más complicada.
Tuvo que ser Netanyahu quien frenara el ímpetu de Gantz y de otros miembros al apelar a la necesidad de contar con Estados Unidos y otros aliados para un ataque de ese tipo. Mandar misiles a Irán requiere, además, del permiso de Jordania, Siria y probablemente Arabia Saudí para cruzar su espacio aéreo, cosa que Israel no tenía en ese momento y que es muy difícil que consiga en el futuro. Calmado el impulso inicial el propio Gantz ha declarado públicamente que Israel reaccionará, sí, pero lo hará cuando el momento sea el ideal y tras consultas con sus aliados en Oriente Medio.
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La debilidad estadounidense
El asunto, ahora mismo, es ver quiénes son esos aliados y hasta qué punto lo son de verdad de Israel. Se podría pensar que, en realidad, tanto Egipto, como Jordania, como la propia Arabia Saudí, que aún ni siquiera ha reconocido al estado hebreo, son aliados estadounidenses y solo por intermediación estadounidense podrían apoyar coyunturalmente a Israel. A todos ellos les une la desconfianza hacia Israel, pero también el odio visceral hacia Irán. Sunitas contra chiítas. En esta ocasión, Jordania se posicionó claramente a favor de Israel, pero no es lo mismo ayudar a un país a defenderse que ayudarle a atacar. La próxima vez, todo podría ser diferente.
Israel se juega mucho en los siguientes movimientos, pero no se juega menos Estados Unidos, que será el encargado de buscar salidas diplomáticas al entramado bélico. De momento, en lo que respecta a Gaza, le ha salido muy mal. No ha conseguido el alto el fuego que lleva reclamando desde hace meses ni ha logrado que Israel acepte ninguna de las ofertas de intercambio de rehenes de Hamás. A su vez, tampoco ha podido presionar lo suficiente a Qatar, otro de sus grandes aliados, para conseguir alguna cesión de los terroristas.
Desde octubre, la presencia del secretario de estado, Antony Blinken, ha sido constante en la zona, pero sus resultados han sido escasos. La sensación de debilidad de Estados Unidos no le ayuda a Biden en clave interna ni le ayuda para disuadir a sus enemigos declarados —Corea del Norte, Rusia y China— a la hora de pensarse dos veces aventuras similares.
La amenaza fantasma de Putin
Por todo ello, Estados Unidos necesita una paz más o menos duradera y que dé la sensación de que viene impuesta desde Washington. Necesita que el mundo vea que Israel acepta refrenar sus ansias de venganza por miedo a dañar su relación con la Casa Blanca. Necesita que Irán se comprometa tácitamente a no repetir algo parecido por miedo a las represalias estadounidenses… y, sobre todo, necesita que su tejido de alianzas en Oriente Próximo —los mencionados Egipto, Jordania y Arabia Saudí, más los emiratos del Golfo Pérsico, empezando por el omnipresente Qatar— siga siendo receptivo y no caiga en las manos de la influencia rusa.
Y es que hay mucho de Rusia en el ataque de Irán a Israel. De entrada, todos los expertos coinciden en que la metodología —envío combinado de drones y misiles de crucero como distractores de las defensas antiaéreas y posterior lanzamiento de misiles balísticos— es muy parecida a la que utiliza Rusia en Ucrania. De hecho, Irán utilizó los mismos drones Shahed que el régimen de Mohammed Raisi lleva un par de años enviando a Putin. La única diferencia es que las defensas israelíes no son las ucranianas.
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Esta unión entre Rusia e Irán asusta mucho a Israel y con razón. Sobre todo, si le añadimos las excelentes relaciones de ambos países con China y Corea del Norte, aunque el régimen de Xi Jinping ya ha pedido una inmediata desescalada en la zona. En Tel-Aviv, temen que, si ignoran la amenaza de Irán o si dan al país de los ayatolas como derrotado solo por un ataque frustrado, tarde o temprano se encontrarán con el equivalente de un 7 de octubre. Sienten que la cosa no puede quedar ahí si quieren afianzar su seguridad porque, de lo contrario, tarde o temprano, Irán contará con la tecnología necesaria para hacer un daño severo.
El ejemplo de Jimmy Carter
Sin ir más lejos, este mismo lunes, el ministro israelí de defensa, Yoav Gallant, le comunicó a su homólogo estadounidense, Lloyd Austin, que su país no tiene más remedio que responder al ataque, sin precisar cuándo ni cómo. Estados Unidos ya ha manifestado por boca de varios de sus líderes que no apoyaría a Israel en su decisión y que da el conflicto por acabado. No es una señal esperanzadora.
El problema en todo esto es que no hay términos medios. Si Israel quiere conformarse con esta victoria, como le sugirió Biden a Netanyahu, andarse con contraataques es absurdo. Ahora bien, si quiere darle una lección a Irán, de manera que no vuelvan a plantearse juegos de ningún tipo, el ataque tiene que ser violento y ejemplarizante. Eso, sin duda, provocaría víctimas civiles, la declaración de guerra formal de Irán y el rechazo de la comunidad internacional. Estaría por ver si incluso Rusia se sentiría obligada moralmente a ponerse del lado de su socio militar.
Ese escenario es una pesadilla para Estados Unidos y para Biden, en concreto. Una guerra abierta entre Israel e Irán podría tener un efecto devastador sobre las aspiraciones electorales del presidente demócrata, como le sucedió a Jimmy Carter con la crisis de los rehenes en 1980. Si los problemas económicos ya lastraban las opciones de reelección de Carter, la sensación de debilidad internacional fue aprovechada por Ronald Reagan para conseguir una cómoda victoria electoral.
Sin embargo, esto va más allá de la política interior estadounidense. Un ataque israelí, como decíamos, violaría demasiados espacios aéreos y provocaría la reacción airada de la opinión pública de todos los países aliados en la zona. ¿Qué podría ofrecerles Estados Unidos a cambio? Es más, ¿de qué valdría la palabra de Estados Unidos si ni siquiera Israel está dispuesto a respetarla? Como decíamos antes, Irán es el enemigo común de muchos de estos países, pero no deja de ser un país musulmán.
Israel y el concepto de “seguridad”
De la capacidad de Blinken, Harris y Biden para mantener la paz en Oriente Próximo (o limitar el conflicto a los escarceos con las milicias proxy en Gaza, Irak, Siria, Yemen y Líbano, todas patrocinadas por Irán) dependerá la seguridad de la zona y la propia concepción de Estados Unidos como “imperio”. Si, por el contrario, Israel considera que su propia seguridad solo se consigue con la destrucción del entramado militar de Irán antes de que este se convierta en una amenaza más grande, nadie podrá culparle… pero supondría ir en contra de todos los consejos de sus aliados, con el perjuicio colateral que eso causaría.
Israel estará más seguro cuanto más acompañado esté. Para ello, necesita a los aliados de Estados Unidos y la propia confianza ciega de Washington. Prescindir de todo ello supondría retroceder décadas en el tiempo y volver al estado de alerta constante. Además, probablemente, destrozaría la razón de ser de dicha alianza y, por lo tanto, alejaría la influencia de Estados Unidos en la zona. Toca a Netanyahu, Gallant y Gantz decidir qué les compensa más. En la Casa Blanca lo tienen muy claro.