“Debe saberse que el terror que ha ocurrido aquí hoy puede suceder en cualquier otra parte del mundo mañana”, señalaba este domingo el primer ministro turco, Binali Yildirim, en referencia al trágico atentado que golpeó Estambul el primer día del nuevo año.
Casi no había acabado de irse el 2016 cuando un atacante entraba en el club Reina de la antigua Constantinopla y acribillaba a tiros a 39 personas. Lejos de ser un incidente aislado, la tragedia despedía un año negro para el país con el terrorismo a la orden del día, que dejó unas 200 muertes.
A finales de diciembre un joven policía asesinaba al embajador ruso en Ankara al grito de “¡no os olvidéis de Siria!”. Dos días antes un coche bomba acababa con una docena de militares en el interior turco y la semana anterior un atentado en un partido de fútbol atribuido a insurgentes kurdos causaba más de 40 muertes. Y estos son apenas los últimos atentados del 2016.
El año anterior fue igualmente sangriento. En un solo atentado durante una protesta pacífica en Ankara murieron más de un centenar de personas. ¿Pero por qué Turquía sufre tantos ataques terroristas? Hay varios factores que ayudan a explicarlo.
El Gobierno del autoritario Recep Tayyip Erdogan -que hace meses afrontó un golpe de Estado fallido del que culpó a seguidores del clérigo exiliado Fethullah Gülen- combate varios grupos armados dentro y fuera de sus fronteras: el autodenominado Estado Islámico -que no reivindica atentados en suelo turco-, rebeldes kurdos y el Partido Revolucionario Liberación del Pueblo (DHKP-C), de ideología marxista.
“El Estado Islámico ha comenzado a atacar Turquía por sus incursiones en Siria, que Turquía inició en parte a causa de la amenaza del Estado Islámico”, asegura la firma estadounidense de Inteligencia Stratfor en un análisis sobre el atentado de Año Nuevo en Estambul, que apunta al Daesh como probable autor.
Se ha acusado a Turquía, que hace frontera con Siria e Irak, de haber permitido el tránsito de yihadistas y no haber actuado para frenar la expansión de la organización terrorista. “No me diga que Turquía no fue la que facilitó la entrada de esos criminales a Siria e Irak por nuestras fronteras”, afirmaba a este diario hace unos meses Pascale Warda, que fuera ministra de Inmigración y Refugiados en Irak tras la invasión estadounidense.
La permeabilidad de la frontera turca trajo de cabeza a Washington, que presionó a Ankara para que sellara la frontera “entre Siria y Turquía que permite a Estado Islámico operar”, en palabras de Barack Obama. Esto llevó a Erdogan a emprender medidas para fortalecer su borde exterior.
Sin embargo, una investigación publicada hace un par de semanas por la organización Conflict Armament Research, que examinó fábricas de armas del Estado Islámico en Mosul, desvelaba una “robusta cadena de suministros que se extiende de Turquía hasta Mosul a través de Siria”.
Un reciente informe del think tank estadounidense Atlantic Council describe la extensa red de Estado Islámico que opera en Turquía. Destaca una célula basada en Adiyaman (sureste), con una treintena de miembros, vinculada a muchos de los atentados cometidos por el Daesh en el país. El laboratorio de ideas recomienda que Turquía actualice su legislación y empodere a sus fuerzas de seguridad para que puedan hacer frente a un problema que, anticipa, será difícil de erradicar.
En 2015, Turquía comenzó a bombardear posiciones del Estado Islámico y el pasado agosto cruzó con tanques la frontera para luchar contra él. En noviembre, Erdogan aseguró que sus tropas habían entrado para poner fin a la era Asad. Pero los intereses de Turquía para entrar en Siria también pasaban por impedir que los kurdosirios ganaran territorio junto a su frontera por temor a que diera alas a la insurgencia kurda que Erdogan combate en casa.
Ankara mantiene un largo conflicto doméstico con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), considerado una organización terrorista, que reclama un Estado. En 2015, un cese al fuego de dos años entre ambas partes colapsó y los rebeldes kurdos han llevado a cabo numerosos atentados desde entonces.
Por otro lado, Turquía ha sumido un papel de mediador en la guerra siria y acercado posturas con Rusia, aliada de Asad y participante en el conflicto. Ambos países han estrechado sus relaciones y acordaron un acuerdo para la evacuación de la devastada urbe Alepo y hace apenas días un “frágil” alto el fuego para el conjunto del país, como lo calificó Vladímir Putin.
Turquía, que en verano acordó normalizar relaciones con Israel, tiene además intereses en Irak. Sus propósitos son evitar que el PKK se expanda allí y también restringir la influencia de Irán, que tiene conexiones con el Gobierno chií de Bagdad, explica Jonathan Marcus, corresponsal de BBC, en un análisis. Turquía ha insistido en participar en la toma de Mosul a lo que Bagdad ha respondido con amenazas.