Tras el motín fallido de Wagner el pasado junio, la gobernanza de Putin quedó debilitada; y la defensa de Rusia en el frente, reducida. Era el momento de que el Kremlin pensara en agrandar su Ejército. La sugerencia se convierte en necesidad después de la muerte de Prigozhin: los mercenarios están desmovilizados, y la agresión a Ucrania recae completamente sobre las Fuerzas Armadas.
Sin paramilitares ya, el Estado afronta la operación especial con desesperación, e intenta conseguir nuevos hombres por todos los medios. La Duma ha votado a favor de extender la edad del servicio militar de los 27 a los 30 años. La televisión rusa ha creado programas de entrevistas a familiares de soldados para ensalzar el heroísmo de esos hijos, maridos y nietos que han dado la vida por la patria en los últimos meses. Rusia está llegando a buscar nuevos alistamientos fuera del país.
La campaña 'Hombro con hombro' del Kremlin pretende usar de cantera a países vecinos y de influencia rusa para enviar al frente a sus hombres. Agotada gran parte de los recursos en casa, Moscú se ha propuesto convertir a las juventudes armenia, kazaja o tayika en las próximas defensoras de Rusia en el frente. Para ello, ofrece un pago inicial de 495.000 rublos (4.700 euros) y un salario mensual a partir de 190.000 rublos (1.800 euros), según un informe emitido este domingo por el Ministerio de Defensa británico.
En un momento en el que Rusia roza las 300.000 bajas militares ―según confirmaron el mes pasado fuentes de Washington a The New York Times―, Putin siente una enorme presión por no militarizar a más ciudadanos rusos en vano. Sobre todo de cara a las elecciones presidenciales que tendrán lugar el próximo año, cuando se verá si la movilización de tantos hombres es tan "impopular" como se dice. El domingo pasado, el presidente del Consejo de Seguridad Dmitri Medvédev indicó que el Kremlin ha reclutado a unas 280.000 personas desde enero. A principios de agosto, la misma cifra era de 230.000: esto puede significar que 50.000 personas han sido llamadas a filas sólo en agosto.
De esas incorporaciones, se desconoce qué porcentaje lo componen conscriptos rusos y cuántos son extranjeros. Pero lo cierto es que Moscú ha invertido este verano en acercarse a los muchachos de algunos países vecinos. En Armenia y Kazajistán, se han difundido vídeos que apelaban a la masculinidad para convencer a sus jóvenes a alistarse. En uno de los anuncios se veía a un taxista, a un vigilante de seguridad y a un entrenador tomando la decisión y cambiando sus uniformes por el del Ejército ruso: "¿Es este el tipo de protector que soñabas ser? ¿Es ésta tu fuerza? ¿Es este el camino que querías tomar? Eres un hombre. Sé un hombre", instaban los rótulos.
Los reclutamientos han sido más vehementes en la región kazaja de Kostanái, al norte del país, donde hay una gran presencia de población de etnia rusa. Pero incluso dentro de las fronteras del Estado ruso se ha insistido en la participación de migrantes de Asia Central en la operación especial en Ucrania: "Al parecer, a los migrantes uzbekos que trabajan en Mariúpol [ciudad ucraniana ocupada por Rusia] se les ha confiscado el pasaporte a su llegada y se les ha coaccionado para que se unan al ejército ruso. En Rusia hay al menos seis millones de inmigrantes procedentes de Asia Central, a los que el Kremlin ve probablemente como reclutas potenciales", precisó el Ministerio de Defensa británico en una publicación de X.
Sin embargo, la convocatoria de inmigrantes centroasiáticos no es una estrategia del verano. En mayo, antes de la rebelión de Wagner y cuando aún se luchaba por Bakhmut, Rusia ya andaba tanteando una alternativa a los mercenarios de Prigozhin, y se había dirigido a migrantes centroasiáticos para que lucharan en Ucrania "con promesas de ciudadanía por la vía rápida y salarios de hasta 4.160 dólares estadounidenses", según el Ministerio de Defensa británico.
Estos nuevos combatientes por Rusia podrían tener problemas a la hora de regresar a sus países de origen. Sus Gobiernos y leyes prohíben alistarse a ejércitos extranjeros, y desde el inicio de la guerra se han emitido distintas normas que condenan la colaboración con Rusia en su operación especial. En Kazajistán, firmar un contrato de servicio militar en interés de otro país se considera mercenarismo, y las penas por ello pueden alcanzar los nueve años de prisión. La embajada uzbeka en Moscú advierte a sus ciudadanos en Rusia de mantenerse "alejados de las provocaciones" de alistarse a las filas rusas, o les esperan diez años de cárcel. La condena es la misma si Kirguistán descubre a un ciudadano combatiendo en las filas rusas.