Ucrania exhuma cadáveres soviéticos para que no estén con sus muertos: "Lo hacemos con humanidad"
La falta de espacio en el cementerio de Leópolis han llevado a un hallazgo doloroso: cientos de cadáveres de la policía secreta rusa.
5 junio, 2023 02:39A sus 60 años, Volodymyr Kharchuk es lo suficientemente fuerte como para excavar ocho horas sin descanso exhumando cadáveres bajo el sol, pero no para llorar delante de un periodista. Por eso aparta la mirada y calla al escuchar las trompetas y tambores que anuncian la muerte de un nuevo héroe en la ciudad.
Cincuenta metros separan su lugar de trabajo de la despedida de Oleksandr. Mientras que Kharchuk levanta paladas de tierra, al difunto soldado ucraniano lo entierran con ella. Es la otra cara de un conflicto que golpea cada día la puerta de la retaguardia para recordar a las familias que sus hijos, padres y nietos siguen muriendo en primera línea de combate.
Según ha podido documentar EL ESPAÑOL, tan solo en la ciudad de Leópolis han fallecido 429 soldados en 464 días de guerra. Muchos para una población que contaba con 720.000 habitantes antes de la invasión. Demasiados para un camposanto en el que los muertos militares ya no caben. El sepelio de Igor Fedorchyk en marzo del año pasado fue uno de los últimos que tuvieron lugar en el interior del cementerio de Lychakiv antes de que las autoridades iniciaron las obras en un terreno al otro lado del muro.
Pero este también se está llenando. Así que el Ayuntamiento decidió adecuar la parte superior de la colina para los futuros caídos, adelantándose a una contraofensiva que podría multiplicar las bajas ucranianas. La sorpresa: el hallazgo de más de 200 cadáveres enterrados en una fosa común. Ni siquiera aquí, dicen en Leópolis, los rusos les dejan en paz.
"Estos chicos no querían ir a la guerra, pero la guerra ha venido a nuestro país y se han visto obligados a morir", resopla Kharchuk, arqueólogo y ayudante jefe del Centro Memorial y Búsqueda Dolya, mientras mira algunas de las sepulturas más recientes. "Estos, en cambio –dice señalando las fosas en las que trabajan desde este marzo—, eran ocupantes durante la Segunda Guerra Mundial. Vinieron a matarnos a nosotros y a nuestras mujeres".
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Lo expresa con el dolor de un hombre cansado de ver cómo se desangra su país y con el conocimiento de lo que implica su trabajo. En Dolya se encargan de investigar, exhumar y volver a enterrar a personas fallecidas como consecuencia de las deportaciones, la represión política y los conflictos. De esto saben bien en el oeste ucraniano.
En el último siglo, Leópolis ha sufrido la ocupación rusa durante la Primera Guerra Mundial; la guerra polaco-ucraniana, al final del conflicto anterior; la invasión nazi y la ocupación soviética que terminó con la región integrada en la URSS. Precisamente en esa década, en la de los años 40, nació el Ejército Insurgente de Ucrania (UPA) –ligado a la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN) dirigida por Stepan Bandera—, que luchó contra alemanes, polacos y rusos.
Su enseña roja y negra ondea ahora por todos los rincones del país, incluidas muchas de las tumbas en las que descansan ucranianos que sacrificaron su vida por la defensa de una tierra que Vladímir Putin todavía sueña con conquistar.
Un poco más arriba, a tan solo unos metros de las sepulturas, la exhumación de restos continúa. Son, en su mayoría, huesos y calaveras de agentes de la represión.
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"Entre 1946 y 1947, los soviéticos establecieron un cementerio en este lugar para los soldados fallecidos en la Segunda Guerra Mundial y las tropas del NKVD (policía secreta, germen del KGB) que murieron durante las operaciones contra la población civil y en las batallas con el Ejército Insurgente de Ucrania", explica Liliia Onyshchenko, asesora del alcalde de Leópolis para la conservación del patrimonio cultural.
"Ellos hicieron lo mismo que hacen sus nietos ahora. Las mismas torturas, los mismos crímenes... Así son los rusos. No han cambiado", dice Kharchuk con la voz quebrada.
Él no ha perdido a ningún familiar desde el inicio de la invasión, aunque sí a varios amigos, y no le gustaría verlos enterrados juntos bajo el mismo suelo: "Este es un trabajo importante porque cada vez son más (los caídos en la guerra actual), y no queremos mezclarlos".
Un debate complicado que introdujo el arqueólogo y doctor en Historia Mykola Bandrivskii. Según él, se podría aceptar que los militares ucranianos fueran enterrados en el cementerio de Lychakiv, donde miles de soldados y oficiales de la URSS comparten espacio con los integrantes de las Fuerzas Armadas ucranianas. Sin embargo, explicaba en mayo de 2022, "si los héroes ucranianos siguen siendo enterrados aquí, tarde o temprano sus tumbas estarán muy cerca de los soviéticos. ¿Es esto bueno o malo? Sinceramente, no lo sé".
Mentiras y crímenes
El problema viene de una mentira rusa, ya que en 1974 las autoridades soviéticas anunciaron el trasvase de los cuerpos del NKVD a un memorial en otra ubicación. Sin embargo, las lápidas recuperadas por la excavación de este 2023 confirman que únicamente sepultaron todo con más tierra.
De los centenares de cadáveres encontrados, un pequeño número pertenece a las bajas del Imperio austrohúngaro en la Gran Guerra. El resto formaba parte del órgano de represión comunista. Un pasado que complica su futuro, porque a los primeros se les recolocará en las secciones del cementerio correspondientes a su época. El destino de los soviéticos "todavía es una incógnita", explican fuentes del Consistorio.
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"Les tratamos con humanidad porque ellos fueron humanos y quizás no todos querían matarnos. Igual solo cumplían órdenes", confiesa Kharchuk, mientras tres de sus compañeros limpian con delicadeza y pequeñas brochas los huesos que han encontrado hoy.
— ¿Sería posible que algunos de ellos fueran abuelos de los nietos que ahora se entierran aquí?
— En teoría... po-podría ser, pero lo dudo... –balbucea Kharchuk antes de corregirse—. No, no es posible. Esta gente no era local, vino a nuestra tierra. Los soldados que mueren ahora son nietos de los rebeldes que intentaron evitar la dictadura soviética.
Es la primera vez en la conversación que su tono vacila y que la traducción rellena los silencios de su respuesta. Una negación más fundamentada en la fe que en la certeza y que olvida que, según diferentes estimaciones, Leópolis perdió entre el 70 y 80% de su población autóctona entre 1939 y 1946.
Una esperanza con la que alejar los crímenes que algunos cometieron en vida y que todavía hoy pagan bajo tierra.