La felicitación de año nuevo de los mercenarios del Grupo Wagner desplegados en el Donbás fue, cuando menos, extraña: un vídeo de minuto y medio en el que se veían cadáveres semidesnudos apilados en un edificio casi en ruinas. "Son los héroes que han caído en el frente", repetía a la cámara uno de los soldados. "Su contrato ha terminado. Estamos preparando los ataúdes", decía otro, sin tintes de ironía, ante la mirada atenta de Yevgeni Prigozhin, el fundador y dueño del grupo militar.
El vídeo solo puede entenderse como un mensaje a las altas autoridades rusas. Aparece días después de otra grabación en la que dos soldados de Wagner se quejaban amargamente de falta de medios. "Estamos aquí, dispuestos a todo, pero no nos dais lo que necesitamos", decían, entre insultos a los responsables del ministerio de defensa, empezando por su titular, Sergei Shoigú. La división dentro de la alianza difusa de tropas que apoyan a Putin en su intento de invasión de Ucrania ya era conocida. Ahora, es más pública que nunca.
Ante la falta de resultados y las constantes derrotas desde que empezara el otoño, el descrédito de Shoigú, Gerasimov (jefe del estado mayor) y Surovikin (jefe de la operación militar especial) es cada vez mayor. Representan un modo salvaje, pero hasta cierto punto tradicional, de hacer una guerra, con sus soldados más o menos formados, sus suministros más o menos puntuales y sus estrategias soviéticas donde los de arriba siempre mandan a los de abajo. Son los aliados de Vladimir Putin y en los que el líder ruso ha puesto toda su confianza, de momento, sin gran éxito.
Frente a ellos, quedan el líder checheno, Ramzan Kadyrov, y el propio Prigozhin. Simbolizan la atrocidad, la brutalidad, la crueldad en su máxima expresión. Recientemente, en otro vídeo infame, los mercenarios del Grupo Wagner mataban a un supuesto desertor a base de mazazos en la cabeza. Lejos de avergonzarse de tal contenido, el mazo se ha convertido en emblema para este pseudoejército. Sin ir más lejos, Prigozhin ha llevado varios ejemplares de regalo en su reciente visita a las tropas.
Propaganda en lugar de resultados
La gran baza de Kadyrov y Prigozhin no es militar. No se puede decir que sus hombres, tan populares por sus despiadados métodos, sean especialmente efectivos. El Grupo Wagner lleva cinco meses en las inmediaciones de Bakhmut, volcado en la conquista de una ciudad sin apenas trascendencia estratégica que resiste un ataque tras otro. Tan pronto se llenan los canales rusos de propaganda con noticias sobre la conquista de tal calle a las afueras como se ha de reconocer amargamente días después que la calle en cuestión ha pasado a manos ucranianas. Lo mismo, más o menos, puede decirse de los chechenos. Tardaron en conquistar una acería en Mariúpol del orden de las tres semanas.
Kadyrov y Prigozhin quieren acercarse al poder mediante la propaganda. Son el lado oscuro de la campaña emprendida por el propio gobierno en los medios estatales. Los mensajes son tan brutales, tan inhumanos… que es lógico que el ciudadano medio piense que lo mejor sea dejar que chechenos y mercenarios se encarguen del trabajo sucio. Los reyes de la brocha gorda quieren sustituir a los estrategas, acusándolos de blandos y demasiado contemplativos ante la defensa ucraniana. Para ello, deben aportar resultados o, ante su ausencia, un mensaje aún más duro que el de la línea dura del Kremlin.
Como decíamos, Prigozhin estuvo en primera línea de combate para celebrar el Año Nuevo. Mientras Putin afirmaba desde Moscú que todo iba bien y daba paso a un programa de variedades con sus propagandistas favoritos como invitados de lujo, Prigozhin se juntaba con sus soldados, mostraba la realidad de la guerra y, de alguna manera, esa presencia dejaba en entredicho al propio presidente ruso, incapaz de visitar Ucrania ni una sola vez en todo el conflicto. Solo cruzó la frontera para plantarse en Crimea cuando explotó el puente del Kerch.
El problema para Putin es que todos estos mensajes a la "cúpula" del ministerio de defensa pronto pueden confundirse con ataques hacia su propia persona. Por supuesto, tanto Kadirov como Prigozhin como sus muchos aliados, no llegan (aún) tan lejos. Hablan de supuestos sabotajes para que la información no llegue donde tiene que llegar y no se tomen las medidas necesarias. El asunto es que, una vez ganada la guerra de la propaganda, una vez el mazo sustituya a la "Z" y el disparo en la rodilla ante la insubordinación haga lo propio con el tradicional tribunal militar, las consecuencias de tanto odio acumulado son difíciles de controlar.
Una competición entre inútiles
Compuesto en buena parte por expresidiarios que buscan así evitar su condena y de paso llevarse algunos (no muchos) rublos, el Grupo Wagner ha dejado de ser una unidad de élite compuesta por los mejores soldados de fortuna para convertirse en una horda de bárbaros. Una mezcla de violadores, asesinos y matones de baja estofa con facilidad para la bebida y cuyo signo distintivo es la ausencia de escrúpulos. Para algo fueron a buscarlos donde los buscaron.
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Sin nada que perder, estos mercenarios son carne de trituradora, pero, como decíamos, son escasamente efectivos. Si en algo coinciden todos los analistas es que Rusia tiene un serio problema de organización y de dirección. Lo que ofrecen Kadirov y Prigozhin es precisamente ahondar en esa desorganización y ese caos. Ofrecen mucha sangre y mucha violencia, pero las bajas son enormes entre sus filas porque una guerra es algo más que una grabación efectista para publicar en Tik Tok.
Sus grandes aliados, irónicamente, son los propios funcionarios del ministerio, que compiten con ellos en inutilidad. El mismo 1 de enero, mientras Putin hablaba en la televisión y Prigozhin se dejaba ver con sus chicos en las malas, un misil impactaba contra el edificio que el ejército ruso utilizaba en Makiivka para los nuevos reclutas recién movilizados.
A nadie en su sano juicio se le ocurriría juntar a cientos de soldados en un mismo lugar sin defensas antiaéreas. Es una invitación a la masacre que Ucrania aceptó gustosa. La escuela ha sido totalmente destruida y los muertos se cuentan por centenares. Incluso un cadáver se encontró semidesnudo a 750 metros de la explosión.
Este tipo de torpezas son las que dan alas a los aspirantes, como si el carisma fuera unido a la eficacia. Nadie les pide cuenta de lo que pasa en Bakhmut porque el propio Kremlin se encarga de crearse problemas más graves. Así, ganan prestigio. Un prestigio peligroso. Para Rusia. Para las normas básicas de la guerra y, en consecuencia, para los que luchan en un bando y en otro en primera línea de batalla.