"En relación con China, debemos ser conscientes de que tenemos una dependencia en algunos elementos extraordinaria que nos hace vulnerables", avisa Pedro Sánchez. Coincidiendo con el 20 Congreso del Partido Comunista en Pekín, los líderes europeos han consagrado la jornada final de su cumbre de otoño en Bruselas a un debate estratégico sobre China. Tres horas de intensa discusión a puerta cerrada, sin asesores ni teléfonos móviles, cuya principal conclusión es que la UE debe reforzar su "autonomía estratégica".
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"La discusión ha mostrado que estamos presenciando una gran aceleración de tendencias y tensiones. Ha quedado muy claro en el Congreso del Partido Comunista que el presidente Xi continúa reforzando el rumbo muy asertivo y autosuficiente que ha tomado China. Claramente, China se ha marcado como misión establecer su dominio en el este de Asia y su influencia a nivel mundial", ha relatado la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen.
A los líderes europeos les preocupa además la "amistad sin límites" que selló China con Rusia en febrero, justo antes del estallido de la guerra en Ucrania. Aunque de momento no consta que el Gobierno de Pekín esté apoyando activamente a Moscú en la invasión, se niega a condenar la guerra o la anexión de los territorios ucranianos ocupados por parte de Vladímir Putin. "Estos acontecimientos afectarán a la relación UE-China", asegura Von der Leyen.
"Lo que es importante para nosotros es que hablemos con China y nos aseguremos de que China esté en el lado correcto de la historia con respecto a la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania", ha dicho el primer ministro de Letonia, Krisjanis Karins. La UE reclama a Pekín que ejerza su influencia sobre el Kremlin para poner fin a la guerra en Ucrania, de momento con nulo éxito.
En 2019, Bruselas definió a China simultáneamente como socio de cooperación en ámbitos como el cambio climático, competidor económico en la búsqueda de liderazgo tecnológico y rival sistémico que promueve un modelo autoritario alternativo a la democracia. El jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, está revisando esta definición y cree que ha llegado la hora de poner más énfasis en la cuestión de la rivalidad sistémica.
"Obviamente, tenemos que estar muy atentos cuando se trata de dependencias. Hemos aprendido nuestra lección sobre la dependencia excesiva de los combustibles fósiles de Rusia, y lo difícil pero necesario que es deshacerse de esta dependencia. En el caso de China, el riesgo es la dependencia de tecnologías y materias primas. Por tanto, aquí la prioridad es reforzar nuestras propias capacidades y diversificar el suministro de materias primas hacia proveedores fiables y de confianza", argumenta Von der Leyen.
Pero una cosa es la teoría que todos los líderes comparten y otra la práctica. Lo que ha creado mayor controversia en el Consejo Europeo es el viaje a Pekín anunciado por Olaf Scholz para el 3 y 4 de noviembre. El canciller será el primer líder del G7 que visite China desde el estallido de la pandemia. Como ocurre con el gas ruso, Alemania es el país de la UE más dependiente del gigante asiático. "La UE presume de ser una Unión interesada en el comercio global y no se pone del lado de los que promueven la desglobalización", ha dicho Scholz para justificar su viaje.
"Creo que con China es lo mismo que con Rusia. Les conviene que estemos divididos. Nos interesa estar unidos y hablar con una sola voz. Y esto es extremadamente importante para los países pequeños que no tienen poder para tener relaciones separadas. Por ello es muy importante tratar a China como un rival sistémico. Pero también es muy importante que no hagamos acuerdos separados con China porque eso significaría que somos más débiles como Unión", sostiene la primera ministra de Estonia, Kaja Kallas, en una crítica nada velada a Scholz.
En todo caso, los líderes europeos no han querido dejar por escrito las conclusiones del debate sobre China. "El Consejo Europeo ha mantenido un debate estratégico sobre las relaciones de la UE con China", se limita a señalar el punto 22 del texto aprobado al final de la cumbre. Un intento de no agravar todavía más las tensiones provocadas por las medidas represivas que Pekín ha adoptado en Hong Kong, Xinjiang o Taiwan.