En Portugal, 2016 fue el año de la geringonça. El vocablo, elegido como la palabra del año entonces, y que significa chapuza, fue el mote que la oposición le puso al Gobierno formado a finales de 2015 por el socialista António Costa -segundo en las elecciones- y la alianza de izquierdas con el Partido Comunista y el Bloco de Esquerda. La geringonça, decían sus detractores, se basaba en una alianza de perdedores, era una amenaza para Europa y la estabilidad económica del país y no duraría más que unos meses: los suficientes para demostrar su aberración.
En vez de combatirlo, Antonio Costa y sus aliados hicieron suyo el mote. Empezaron a utilizarlo para referirse a su propio Ejecutivo y le dieron la vuelta para hablar de los éxitos que fueron cosechando. El que iba a ser un Gobierno catastrófico, en las palabras de la oposición, resultó ser el más progresista de los últimos años en Portugal, aunando la estabilidad económica con medidas de carácter social que liberaron a la población de la austeridad a la que la troika y el anterior Gobierno del conservador Passos Coelho le habían sometido en los seis años anteriores. La geringonça podría ser una chapuza, pero era una chapuza que funcionaba.
Apoyado en un gobierno formado sólo por ministros socialistas (la misma fórmula que está siguiendo Pedro Sánchez), António Costa se entrenó en llegar a acuerdos con sus aliados para aprobar los presupuestos y tomar medidas que garantizaran la estabilidad económica y ofrecieran algún alivio económico a los ciudadanos. Así fue como redujo el déficit hasta el 2%, bajó la tasa de paro al 7,5% -la más baja desde 2008-, e hizo crecer el PIB al 2,7%.
Al mismo tiempo que cumplía con las exigencias de Europa, el Gobierno subió el sueldo mínimo de 530 a 557 euros en 2017, con el horizonte de los 600 al final de la legislatura, subieron también las pensiones y los sueldos de los funcionarios públicos, se redujo la jornada laboral de éstos para 35 horas semanales y se recuperaron cuatro días festivos. El IVA en la restauración bajó de los 23% al 13% y se paralizaron las privatizaciones de los transportes públicos urbanos y de la compañía nacional de aviación TAP.
El buen desempeño económico catapultó a Mario Centeno, el Ministro de Finanzas luso, para la presidencia del Eurogrupo. Y el Gobierno de Costa dejó de ser una amenaza para ser apuntado como un ejemplo a seguir.
Al hacer un gobierno totalmente socialista, el Partido Comunista y el Bloco de Esquerda quedaron liberados para seguir haciendo oposición mientras exigían al Gobierno compromisos sociales para garantizar su apoyo. Los dos partidos son socios duros y exigentes, que no se muerden la lengua a la hora de criticar el Ejecutivo, pero también realistas. Los dos abandonaron las exigencias ideológicas más radicales de sus programas para conseguir medidas concretas y efectivas en la vida de los ciudadanos, como la subida de sueldos y la bajada de impuestos.
En febrero de 2016, Pedro Sánchez visitó Lisboa para hablar con António Costa y empaparse de cómo funcionaba la alianza de izquierdas, inédita en Portugal hasta entonces. Ahora que tiene un puzzle aún más difícil de encajar -su moción de censura fue votada con el apoyo de siete partidos- es hora de poner en práctica lo aprendido. Pero, aunque Portugal es el ejemplo más cercano, no es el único espejo en el que Sánchez se puede mirar para sacar apuntes de cómo llevar a cabo su criatura.
Bélgica
Los líderes de los principales partidos tardaron cuatro meses y medio en ponerse de acuerdo sobre quién debería gobernar, después de las elecciones de mayo de 2014. Fue el liberal Charles Michel, cuyo partido, el Mouvement Réformateur, consiguió tan solo un 9% de los votos, el encargado de formar Gobierno, jurando el cargo ante el rey Felipe en septiembre de ese año.
Charles Michel se convirtió así en el primer ministro de un Gobierno que incluye, además, tres formaciones flamencas: los democristianos del CD&V, los liberales del Open VLD y los nacionalistas del N-VA, los que sacaron más escaños.
Holanda
Seis meses después de que se celebraran las elecciones, en marzo de 2017, Holanda logró un acuerdo para formar un Gobierno con cuatro partidos: los liberales del VVD (33 escaños), Llamada Democristiana (CDA, 19 escaños) y los progresistas de D66 (19 escaños) y Unión Cristiana (5 escaños), con una mayoría ajustada en el Parlamento, con 76 escaños.
Las negociaciones fueron las más largas desde la Segunda Guerra Mundial, debido a la fragmentación de la Cámara baja y a que todos los partidos importantes descartaron un acuerdo con el euroescéptico PVV, que fue el segundo más votado en las elecciones del 15 de marzo.
Dinamarca
El gobierno de minoría está encabezado por el Partido Liberal, tercera fuerza en votos, y respaldado desde fuera por el ultraderechista Partido Popular Danés, que le garantiza la mayoría.
La coalición gobernante - Partido Liberal, Alianza Liberal y Partido Popular Conservador - tiene 53 de los 179 escaños del Parlamento. El Partido Popular Danés es el que le garantiza la mayoría absoluta desde afuera con 37 diputados. Las elecciones las ganó el Partido Socialdemócrata, que obtuvo 47 escaños y que ahora lidera la oposición.
Suiza
Desde la década de los cincuenta, la fórmula de gobierno suizo supone un reparto proporcional y casi invariable de los sillones del gobierno entre todos los grandes partidos del país, como garantía de estabilidad. El ganador de las elecciones legislativas de 2015 en Suiza fue el partido de derechas SVP/UDC, que durante estos últimos años se ha consolidado como la mayor fuerza política de la Confederación. Actualmente el presidente de la Confederación suiza es Alain Berset, Ministro de Interior y miembro del partidos socialista.