A veces, los grandes líderes gustan de construir una obra que simbolice su “visión”, su proyecto o su legado para un país. En el caso de Viktor Orbán (54), primer ministro de Hungría durante 11 años y medio (en dos períodos), al ímpetu por materializar en piedra sus ideas bien podría llamársele orbanismo, dada su inclinación por la arquitectura pomposa. Desde Budapest hasta su pueblo natal, el controvertido líder ha levantado estadios que parecen catedrales, piscinas mayores que un bloque de diez pisos y hasta un nuevo Teatro Nacional con una gigantesca proa de barco, que intenta evocar al famoso edificio de Sydney.
Para sus defensores, se trata de la expresión lógica y hasta necesaria de la voluntad transformadora de su líder. Para la oposición y gran parte de los ciudadanos, es un despilfarro que propicia la corrupción y expone la megalomanía de uno de los jefes de gobierno más controvertidos de Europa. La motivación, en todos los casos, parece más ideológica que práctica.
Un estadio con aires catedralicios
El principal exponente de esta euforia orbanística es sin duda el estadio de fútbol que Viktor Orbán ha construido en su pueblo. El flamante Pancho Arena, calificado como uno de los campos de fútbol más bonitos del mundo, se levanta a solo siete metros de la casa particular del primer ministro, de manera que su hijo no tenga más que dar unos pasos para acudir a la escuela de fútbol Puskas, allí instalada.
El estadio, adornado con columnas que le dan un aire catedralicio, tiene casi 4.000 asientos, a pesar de que Felcsut, el pueblo donde se encuentra, solo tiene unos 1.800 habitantes. El Pancho Arena tiene autorización para albergar encuentros internacionales y en su diseño es patente la mano de Orbán (que fue jugador profesional e incluso apareció en el videojuego Football Manager). La mayoría de los vecinos lo considera un lujoso regalo del mandatario, que ha traído trabajo para todos y ha convertido al alcalde en uno de los hombres más ricos de Hungría. Aun así, resulta chocante que se jueguen partidos de baja categoría en un escenario tan suntuoso y con casi todos los asientos vacíos.
Cuando el campo de fútbol solo era un proyecto en la mente de Orbán, el que entonces era alcalde de Felcsut se opuso a la concesión de terrenos para la faraónica obra. Entonces, una inesperada investigación fiscal le forzó a dejar el cargo en favor de su sucesor, que además de la alcaldía ostenta actualmente la presidencia de la fundación que administra el estadio. Un consorcio de empresas, entre las que se cuentan el principal banco de Hungría y una importante constructora donde trabaja el yerno de Orbán, han hecho donaciones millonarias a dicha fundación.
La silueta del estadio rompe la uniformidad del paisaje de Felcsut y parece construido a una escala diferente a todo lo que hay alrededor. Un periódico local informaba hace poco que la esposa del primer ministro tiene registradas a su nombre 38 hectáreas de terreno adyacentes al campo de fútbol. Gordon Bajnai, que presidió el Gobierno en la era socialista, lo ha calificado de “capital de Orbanistán” y de “capricho privado, la Disneylandia particular” de Orbán. Un nuevo tren turístico con vagones “vintage” comunica el pueblo de Orbán con una aldea situada a solo cinco kilómetros. El proyecto ha costado dos millones de euros, y dicho tren suele viajar prácticamente vacío, incluso en verano.
Los artistas de la nación
Para premiar a quienes complementen su narrativa política con monumentos o arte afín a su personalidad, Viktor Orbán creó en 2013 el título de 'Artistas de la Nación'. A semejanza de los pintores de cámara de las monarquías de hace siglos, Orbán mantiene un grupo de artistas que comparten y alimentan su modo grandilocuente de expresar el patriotismo en forma de construcciones cuanto más grandes y llamativas, mejor.
El nombramiento, que comporta una jugosa pensión estatal, es responsabilidad directa de Orbán. Uno de los creadores más destacados de esta cohorte es Miklós Melocco, que sin pasar por concurso público alguno ha sido elegido para erigir una columna de 14 metros de alto frente al funicular situado en un extremo del célebre Puente de las Cadenas de Budapest, de manera que su mole será bien visible y cambiará para siempre una de las imágenes más características de la ciudad.
A pesar de que una iniciativa popular hizo que el Gobierno retirase su candidatura a organizar los Juegos Olímpicos de 2024, en Budapest se han construido recientemente algunas instalaciones deportivas que solo un gran evento internacional podría haber justificado.
El año pasado Hungría organizó el Campeonato Mundial de deportes acuáticos, después de que la ciudad mexicana de Guadalajara, designada para albergar el evento, se retirase. La ceremonia de apertura, que costó unos diez millones de euros, tuvo como una de las principales estrellas al nuevo edificio bautizado como Danube Arena. Su coste se fue disparando mientras avanzaba la construcción y finalmente ha superado los 230 millones de euros. Se bautizó al proyecto como "la joya de Budapest" y se le llamó “un símbolo del nuevo milagro de Hungría". Sus dimensiones son tales que un edificio de 10 plantas cabría en su interior. Durante el discurso que pronunció al poner la primera piedra, Orbán dijo que “palacio" era demasiado ostentoso y "complejo" no era una palabra húngara, así que "por ahora, lo llamaremos centro acuático". Más de 5.000 asientos han sido desmontados tras acabar el campeonato.
Por su parte, el nuevo Teatro Nacional de Budapest, con su inefable proa de piedra, ha sido criticado por emplear materiales que imitan la apariencia del mármol en las columnas de su interior.
Un país alejado de la órbita de Bruselas
En el arte, como en política, las denominaciones y calificaciones dependen de las inclinaciones personales. A Orbán le han llamado autoritario y totalitario, pero él prefiere definirse como “iliberal”, adjetivo que persigue también a Donald Trump. Capaz de cambiar la Constitución para incluir en su texto que “el Partido Comunista es una organización criminal”, Orbán ha demostrado que no le tiembla la mano a la hora de modelar el país que piensa construir: católico, conservador, homogéneo y alejado de la órbita de Bruselas.
Y es que Hungría, junto a Polonia, Eslovaquia y la República Checa, lidera el grupo disidente de la UE que rechaza inmigrantes, se empeña en mantener su moneda nacional y coquetea con Moscú (recientemente firmó un acuerdo nuclear con Putin), afirmando que “hay vida fuera de la UE”.
Como si fuera un reflejo de sus veleidades arquitectónicas, el “edificio” político que habita Orbán intenta ofrecer una fachada suntuosa pero está levantado en unos cimientos ciertamente endebles. La economía húngara no levanta cabeza y es la hermana pobre de la región. El plan para incentivar el retorno de jóvenes emigrantes cualificados a Hungría no ha funcionado. Además, la reciente y sorprendente derrota en las elecciones municipales de Hódmezővásárhely, una importante ciudad del sur del país, ha alarmado al partido de Orbán y ha demostrado que por amplio que pueda ser su apoyo a nivel nacional, no es completamente invulnerable como hasta ahora.
Elecciones
Con vistas a las elecciones que se celebran este domingo, el discurso de Orbán se está centrando en propagar el miedo al enemigo externo. Aparte de proponer una alianza global contra la inmigración, ha asegurado que “la homogeneidad étnica y el cristianismo son la única esperanza para Europa” y que “el mayor peligro viene, aunque pueda parecer absurdo, del oeste: Berlín, París, Bruselas”.
Ninguna mención al 80% del dinero invertido en obras públicas en Hungría, que también viene de Bruselas. El yerno de Viktor Orbán ha sido uno de los beneficiados de este “dinero enemigo”, ya que su empresa Elios ganó un contrato para comprar e instalar 6.500 lámparas LED en las calles húngaras. Después de comprobar que los precios pagados por los materiales eran al menos un 50% más alto que los del mercado y las bombillas eran de mala calidad, una comisión europea pidió explicaciones a la empresa, que fue eximida de toda responsabilidad tras una rápida inspección de la policía húngara.
Mientras tanto, en sus mensajes pre electorales, Orbán sigue apelando a la grandeza nacional y a la responsabilidad de construir un destino esplendoroso no sólo para su país, sino para todo occidente. Aunque por ahora su legado se resuma en asientos vacíos y calles mal iluminadas.