Berlín

Berlín recibía el miércoles al presidente saliente de Estados Unidos, Barack Obama, con las habituales y fuertes medidas de seguridad que acompañan este tipo de visitas. Sin embargo, la presencia hasta el viernes en la capital alemana del jefe de Estado norteamericano presenta especial trascendencia. No por ser la última en la que Obama se deja ver como presidente con la canciller Angela Merkel –que también–, sino porque escenifica el final de una relación germano-estadounidense marcada por la complicidad. La prensa estadounidense no ha señalado en vano que Merkel y Obama, en su relación personal, se comportan como “colegas”.

Resulta difícil imaginar que una vez Donald Trump inicie su mandato vaya a reeditarse un entendimiento entre Washington y Berlín como el vivido en la era de Obama y Merkel. Esa relación ha sido capaz de sobrevivir incluso a la crisis del espionaje masivo de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) de 2013. En otoño de ese año se supo que los servicios de inteligencia estadounidenses habían espiado conversaciones telefónicas de la canciller. Tres años después, aquello es agua pasada.

De ahí que ambos dieran nuevamente claras muestras de sintonía en la conferencia de prensa que protagonizaron el jueves. “Si yo fuera alemán, sería un seguidor suyo”, afirmaba el presidente de Estados Unidos refiriéndose a Merkel. El líder estadounidense se definió junto a la canciller como “los veteranos” de la escena internacional. Obama llega al último mes y medio de su segundo mandato. Merkel lleva once años trabajando en la Cancillería Federal.

Políticamente, Obama y Merkel han seguido la misma línea en importantes dosieres internacionales. El del comportamiento de Rusia, tras la anexión de Crimea y la implicación de Moscú en el conflicto civil ucraniano, es uno de ellos. Sin embargo, uno de los primeros gestos internacionales de Donald Trump como presidente electo fue llamar al presidente ruso, Vladímir Putin, para manifestar su deseo de desarrollar “una relación fuerte y duradera con Rusia y el pueblo ruso”.

Por su parte, Obama advertía en Berlín a Trump de caer en política pragmática con Rusia, incluso cuando Moscú “viole las normas internacionales y deje países más pequeños vulnerables”. La afirmación sólo podía reconfortar a una Merkel que, especialmente frente a Putin, ha ejercido de líder occidental en los últimos años.

Con Obama de presidente saliente, y Trump a las puertas de la Casa Blanca, a Merkel se la ha visto como “la última defensora del Occidente liberal”, según términos recientes con los que el diario estadounidense The New York Times ha descrito a la canciller. “Esa observación es algo que, por supuesto, Merkel va a odiar, pero le guste o no, ella va a ser el más importante de los líderes del mundo liberal”, dice a EL ESPAÑOL Olaf Boehnke, asesor de política internacional e investigador asociado al Consejo Alemán de Relaciones Exteriores (DGPA, por sus siglas alemanas).

Tanto a nivel nacional como internacional, Angela Merkel ha demostrado sentirse en situaciones en las que puede pasar desapercibida. Pero, tras el triunfo del brexit el pasado mes de junio y la reciente elección de Trump como futuro inquilino de la Casa Blanca, el papel de Alemania en la escena europea e internacional sale reforzado.

Precisamente, la visita de Obama estos días a Merkel en Berlín “subraya el papel central de la canciller en la política europea”, señala a este periódico Sebastian Feyock, también investigador del DGAP. “La canciller es la primera persona de contacto en Europa para el Gobierno de Estados Unidos”, añade este investigador. A su entender, con Obama y Merkel, “en materia de política de seguridad, tras la anexión rusa de Crimea, y debido a la lucha contra el denominado Estado Islámico, la cooperación entre ambos países se ha profundizado”, plantea.

Ambos líderes también han sido destacados defensores del proyecto de Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión –más conocido por sus siglas, TTIP–, una idea ahora amenaza por la visión proteccionista del presidente electo Trump.

UN REVOLCÓN A LA RELACIÓN ALEMANIA-EEUU

La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca puede implicar un revolcón a la tradicional relación germano-estadounidense. Entre otras cosas, porque el eslogan de su campaña que mejor define las intenciones internacionales del magnate de Nueva York es “America First”, o “Estados Unidos primero”. Tampoco está claro qué tipo de actitud adoptará Trump frente a una canciller cuya política de puertas abiertas a los demandantes de asilo ha sido descrita por el presidente electo como un “desastre”.

Trump calificaba así la decisión de Merkel de abrir las fronteras el año pasado a los miles de solicitantes de asilo que escapan de la inestabilidad de Oriente Medio, principalmente de Siria. Lo hacía en unas declaraciones de principios de este verano sobre Hillary Clinton cuando esta era aspirante demócrata a la jefatura del Estado.

“Hillary Clinton quiere ser la Angela Merkel americana y ustedes ya saben qué desastre ha sido esa inmigración masiva para Alemania y la gente de Alemania”, señalaba Trump. A finales de septiembre, sin embargo, el todavía impredecible candidato republicano a la Casa Blanca afirmaba que “Merkel era una gran líder mundial”.

Merkel, de quien todavía tiene que confirmar si será candidata a un cuarto mandato como canciller, tiene suficientes tablas para hacer provechosa su relación con Trump. Ante figuras internacionales de marcado perfil autoritario, como el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, o su homólogo ruso, Vladímir Putin. La canciller ha demostrado disponer de suficiente cintura política para obtener acuerdos clave, como el alcanzado con Ankara en materia de refugiados. También ha sabido mostrarse dura cuando la situación lo requiere, como en el caso de las sanciones económicas a Rusia.

MERKEL Y TRUMP, CONDENADOS A ENTENDERSE

En su mensaje de felicitación a Trump, Merkel ofreció una “cooperación cercana sobre la base” de los valores de “democracia, libertad, respeto a la ley, la dignidad humana, independientemente del origen, el color de la piel, la religión, el género, la orientación sexual y las opiniones políticas”. Según Feyock, el investigador del DGAP, “la canciller espera un claro compromiso del Gobierno de Estados Unidos a pesar de Trump”.

A su entender, “independientemente del diseño específico del futuro de la política exterior estadounidense y de su política de seguridad, a Europa no le queda otra opción que trabajar con su socio estadounidense”.

Boehnke, el otro investigador del DGAP, conviene en pensar que Merkel y Trump “están condenados a entenderse”. Aunque en vista del desinterés que el flamante presidente electo ha mostrado por la relación transatlántica, “a Merkel le va a tocar recordar a Trump la importancia de la cooperación entre Europa y Estados Unidos, algo que ya hizo en su mensaje de felicitación”, señala Boehnke.

Para Estados Unidos, Alemania sigue jugando un importante papel estratégico. Más allá de ser un destacado socio comercial –las importaciones alcanzaron en 2015 casi los 125.000 millones de dólares, más del doble que lo totalizado por las exportaciones– cerca de 33.000 militares estadounidenses aún desplegados en el país de Angela Merkel. Bases como la de la Rammstein, que pasa por ser la mayor de la Fuerza Aérea de Estados Unidos fuera del territorio nacional, siguen jugando un papel fundamental en la proyección militar en Oriente Medio.

Por realidades como esa, Boehnke concluye que “a Trump le toca darse cuenta que muchas de las cosas que dijo a sus votantes, asegurando que Estados Unidos está demasiado implicado en asuntos internacionales y en Europa, tendrá que tragárselas, [porque] hacer Estados Unidos grande de nuevo no puede pasar por negar cómo funciona el mundo”.

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