Han pasado casi 1.000 días desde que Xi Jinping pisó por última vez un territorio que no pertenece a China. Más de dos años y medio de confinamiento voluntario en los que ha dado tiempo a que estalle una pandemia mundial y una guerra en suelo europeo.
Es precisamente sobre este último punto sobre el que el líder chino discutirá con su homólogo ruso, Vladímir Putin, durante un encuentro que presumiblemente se celebrará este jueves en el marco de la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) que acogerá Uzbekistán el 15 y 16 de septiembre. Un evento que ha conseguido lo que no lograron ni la cumbre del G20 ni la COP26: que Jinping abandone (temporalmente) su país.
Por el momento, el Ministerio de Exteriores de China no ha confirmado la reunión entre los dos mandatarios. Sí lo ha hecho el Kremlin, que la semana pasada ya avanzó que se verían en persona para hablar sobre la guerra en Ucrania y "otros asuntos internacionales y regionales".
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Esa es la misión de OCS, fundada oficialmente en 2001 para promover el desarrollo y la cooperación en materia de seguridad en la región, que incluye China, Rusia, India, Pakistán y las repúblicas centroasiáticas de Kazajistán, Kirguistán, Uzbekistán y Tayikistán.
¿Más cooperación?
Ambos líderes se reunieron a inicios de año en Pekín, poco antes de que Moscú iniciase su "operación especial" en Ucrania, para reafirmar su "amistad sin límites".
En este tiempo, en los más de 200 días que van de guerra, ambos se han mantenido en contacto. Sin embargo, no habían vuelto a coincidir en una misma habitación y ahora que van a volver a hacerlo el tablero geopolítico ha cambiado radicalmente.
Jinping busca su tercer mandato consecutivo -que supondría un hito en la historia reciente de su país- mientras trata de imponerse frente a Estados Unidos, su principal rival. Sobre todo después de que la OTAN considerase a China por primera vez un "desafío" en su nuevo Concepto Estratégico en junio y de que la visita a Taiwán de la presidenta del Congreso estadounidense Nancy Pelosi en agosto desatase una crisis diplomática y casi militar entre ambos países.
Putin, por su parte, continúa enviando soldados a Ucrania, a pesar de que las recientes y estrepitosas derrotas en la zona noreste del país han provocado una avalancha de críticas procedente de su círculo más cercano. Al mismo tiempo, las sanciones impuestas por Occidente van asfixiando poco a poco al país, cuyo PIB se estima que caerá un 11%.
Ámbito energético
En este sentido, la reunión se produce cuando las relaciones de China y Rusia con los países occidentales se encuentran en un pésimo momento, lo que induce a pensar que ambos estrecharán lazos en varios ámbitos. Sobre todo en el energético.
Desde el estallido del conflicto en Ucrania, China ha mantenido una postura ambigua y se ha limitado a pedir respeto para "la integridad territorial de todos los países". También ha declarado repetidamente su oposición a las sanciones contra Moscú por "no tener base en el derecho internacional" y "no solucionar los problemas".
A pesar de intentar mantenerse a segundo plano, lo cierto es que el Gobierno de Jinping ha apoyado a Putin al comprarle el gas y el petróleo al que Occidente ha renunciado como castigo. El mandatario ruso, claro está, no ha desaprovechado la oportunidad.
Sin ir más lejos, la semana pasada, el gigante gasista ruso Gazprom anunció que China liquidaría sus nuevos contratos de gas a través del gasoducto Power of Siberia en rublos y yuanes, en lugar de en dólares, para facilitar las transacciones.