The players gonna play. A diez meses de las elecciones en Estados Unidos, la campaña de Joe Biden para mantenerse en la Casa Blanca ya se ha definido en torno a dos estrategias. La primera, desprestigiar a su rival. Aprovechando los 91 cargos que enfrentan a Donald Trump a la Justicia, los Demócratas alertan de la "amenaza mortal" que sería para "los valores de EEUU" tener por segunda vez al magnate a cargo de la democracia más antigua del mundo. El segundo plan de Biden consiste en conseguir endorsements —apoyos— que hagan campaña por una figura debilitada. Los últimos cuatro años han pasado factura al presidente saliente, que ha perdido popularidad por su gestión económica, su apoyo a la invasión de Israel a Gaza y sus 81 años de edad. Para movilizar el voto demócrata, el partido tiene una prioridad: conseguir que Taylor Swift respalde públicamente a su candidato.
La mayor estrella pop de EEUU —y, por extensión, del mundo— ya ha recibido peticiones del gobernador de California, Gavin Newsom, que casi le rogó que se abanderara de la campaña de Biden. "Su posición es elevada y única", dijo Newsom sobre la celebridad, que tiene 279 millones de seguidores en Instagram. El pasado septiembre, la cantante demostró su poder de convocatoria: tras una publicación en la que animaba a los jóvenes a registrarse para votar, más de 35.000 personas se inscribieron en el censo electoral.
El fenómeno Swift es difícil de entender desde otras latitudes. La revista estadounidense The Spectator lo explica describiendo a la cantante "más bien como una religión". Un sondeo publicado esta semana por Newsweek ha revelado que el 18% de los votantes en Estados Unidos se declaran "más propensos" o "significativamente más propensos" a votar por un candidato respaldado por Taylor Swift. "Ha influido en la cultura popular, los deportes y la economía de regiones enteras de Estados Unidos", declara el consultor de comunicación James Haggerty. "Así que, ¿por qué no en la política y las elecciones?".
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Álex Maroño Porto, periodista y analista cultural, explica a EL ESPAÑOL que en este momento Swift es la figura con mayor peso sociocultural en el país, por lo que su inclinación política puede tener grandes implicaciones si se hace pública. Ya las tuvo en 2020, cuando la cantante reveló su apoyo a Biden en una entrevista con la revista V y publicó fotos de galletas con el nombre del entonces candidato demócrata. Pero la relación de Swift con la política no siempre fue así de transparente: en 2017, solo tres años antes, The Guardian describió a la artista como "una enviada de los valores de Trump".
Hasta bien avanzada su carrera, Taylor Swift se ha mantenido como una figura cercana a los valores más tradicionales o apolíticos —de hecho no apoyó a nadie en las presidenciales de 2016—. En 2018, esa balanza comenzó a invertirse: para las elecciones legislativas de ese año, la cantante apoyó a dos candidatos demócratas que se presentaron por Tennessee, estado en el que ha pasado gran parte de su vida. Esta apertura hacia la política culminó con el apoyo a Biden en 2020. Los últimos cuatro años, Swift ha afirmado sus posiciones: ha defendido los derechos LGTBI+, se mostró "aterrorizada" cuando el Tribunal Supremo anuló el derecho al aborto, e incluso criticó a Trump por "engañar descaradamente y poner en peligro la vida de millones de estadounidenses" durante su gestión de la pandemia.
Aunque ahora se siente más libre de hablar de lo que ella piensa, el discurso de la artista se mantiene lo suficientemente comedido como para mantenerse como una "figura de consenso", explica Maroño Porto. "No apoya causas revolucionarias tampoco, y con ello está siendo capaz de mantener a una parte de su base de apoyo. Creo que es de las pocas, por no decir la única figura cultural americana que se escapa al eje polarizante de republicanos-demócratas. Casi todos los grandes referentes culturales sí que se han posicionado más claramente a favor de un lado o de otro. Hay muy pocos nombres que no se integren en el bipartidismo de EEUU públicamente", argumenta.
Por ello, la versatilidad de Taylor Swift como representante de un ideal cultural y de belleza americano que funciona entre los azules y los rojos, en Manhattan y en Misuri, sería la baza más preciada de Biden si consiguiera el apoyo de la artista. "Su música ha atraído a —sobre todo— mujeres de todo el espectro político", cuenta Maroño Porto. "Su figura representa un tipo muy concreto de fantasía americana —una chica rubia, de ojos azules, atractiva y procedente del country— con la que es muy fácil que se identifique una población más conservadora, aunque ha sabido adaptar su producto para que llegue al público progresista", explica.
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The haters gonna hate
Ahora, la influencia de Swift se está consolidando en el mundo del deporte estadounidense. Su romance con Travis Kelce, de los Kansas City Chiefs, ha impulsado un enorme aumento de la audiencia del fútbol americano, aunque también ha despertado una ola de ataques de odio contra la artista y el atleta. El domingo pasado, después de que Swift apareciera en el estadio donde el equipo de Kelce derrotó a los Baltimore Ravens, varios miembros de la ultraderecha estadounidense han vuelto a dar rienda suelta a una de sus actividades más recurrentes: la conspiración.
La entrada de lleno de Swift en el deporte rey —tradicionalmente consumido por un perfil más conservador que el que escucha su música— ha desatado las sospechas de que está siendo utilizada por el Departamento de Defensa de Estados Unidos para manipular psicológicamente a la gente para que vote a Joe Biden en las elecciones presidenciales de este año. Psy-ops ('operaciones psicológicas'), lo llaman los que defienden que tanto el Gobierno como la NFL —National Football League— son cómplices de la presunta propaganda del Partido Demócrata.
Estas conspiraciones acusan a Swift por un lado, pero también a su pareja: Kelce es una figura odiada por la alt-right por haber sido portavoz e imagen de Pfizer durante la campaña de vacunación contra el covid, además de anunciar Bud Light, una marca de cerveza boicoteada por la extrema derecha desde el año pasado por incluir en su publicidad a una mujer transgénero. "Las teorías conspirativas están entre las principales fuentes de información de los conservadores modernos, y cuentan con el respaldo financiero de las élites republicanas para difundir exactamente este tipo de tonterías", señala Jared Holt, que estudia el extremismo y la desinformación para Strategic Dialogue, un think tank sin ánimo de lucro.
Para muchos, incluso la buena racha de los Chiefs de Kansas City es signo de la maquinación demócrata: de este modo, el partido de Kelce se acerca a la Super Bowl, el evento por antonomasia del entretenimiento estadounidense. Si Kelce está jugando, probablemente Swift esté cantando. Y esto sería la oportunidad perfecta de Biden para capitalizar el voto del espectador del programa más visto del país a través del arquetipo de pareja americana, sopesa Maroño Porto. Vivek Ramaswamy, excandidato republicano a principios de este mes, parece haber caído ya en el truco: la semana pasada, pronosticó en Twitter que el partido entre los Chiefs y los San Francisco 49ers estará amañado para favorecer a "una pareja artificialmente apuntalada culturalmente".
Ramaswamy añadió que cree que la pareja revelará un "importante respaldo presidencial" este otoño: "Sólo son especulaciones descabelladas, veamos cómo envejece en los próximos ocho meses". "Lo que los medios de comunicación llaman "teoría de la conspiración" no suele ser más que una amalgama de incentivos ocultos a plena vista. Una vez que ves eso, el resto se vuelve bastante obvio", publicó más tarde el republicano, que se retiró de las primarias de su partido para respaldar la candidatura de Trump.
Pero las cábalas sobre su pareja y las quinielas de la Super Bowl no son las únicas conspiraciones contra Swift. Ante la inacción de la cantante, que no ha dado ningún mensaje político en lo que va de campaña, la ultraderecha ha avivado el debate a golpe de fake. Durante los últimos días, ha circulado por Twitter una foto de la artista en la que supuestamente llevaba puesta una camiseta con el eslogan: Nope, not again ('Nop, otra vez no'). La camiseta incluía un dibujo caricaturesco del tupé y la corbata roja que caracterizan a Trump. Al compartirse la foto en el momento en que se hizo, se dio a entender que Swift llevaba la prenda para mostrar públicamente su oposición a la reelección del republicano este noviembre.
Sin embargo, tan pronto como se difundió, se conoció que la foto era falsa, y se trataba de un retrato de 2019 que había sido editado con inteligencia artificial. La historia no es nueva para Taylor. La cantante fue víctima de un ataque parecido una semana antes, cuando circularon por internet imágenes pornográficas falsas, que según el New York Times fueron vistas 47 millones de veces antes de que se suspendiera la cuenta que las publicó.