Si en algo coinciden casi todos los presidentes de los Estados Unidos cuando llegan por primera vez a la Casa Blanca es que la ciudadanía los adora. El entusiasmo que rodea siempre a una nueva cara y la esperanza de algo distinto y mejor. Desde la II Guerra Mundial, todos los recién llegados han superado el 50% de aprobación popular en sus primeros doscientos días en el cargo.
Perdón, todos menos tres: Gerald Ford, muy marcado por su condición de continuador del mandato de Richard Nixon tras el escándalo Watergate; Bill Clinton, aún en plena recesión económica mundial de 1993, y Donald Trump, el siempre excesivo Donald Trump, quien, con un 36,6%, tiene el récord de menor apoyo recibido por un presidente en esa marca temporal.
Pese a su perfil bajo, su apariencia amable y un comienzo relativamente plácido gracias a los éxitos de la vacunación contra la Covid-19 en las campañas de invierno y primavera, Joe Biden se ha quedado a apenas dos décimas de unirse a este club poco privilegiado. El 50,2% de media que le da FiveThirtyEight, la página de sondeos de referencia en Estados Unidos, comandada por Nate Silver, le coloca muy por encima de Trump, por supuesto… pero por debajo del 54,3% del primer mandato de Obama, el 55,7% de George W. Bush o el 67,1% de George H. Bush, antes de que la guerra del Golfo y los posteriores problemas económicos se lo llevaran por delante.
El punto de partida para Biden fue del 53% y se mantuvo ahí durante meses, llegando a casi un 55% en pleno esplendor del proceso de vacunación y la recuperación económica. ¿Por qué ha caído cuatro puntos en dos meses y dos puntos y medio en las últimas dos semanas? Básicamente, porque hay serias dudas sobre su capacidad de liderazgo cuando las cosas se complican.
Aunque económicamente el país sigue yendo viento en popa, algo ya heredado de la administración anterior, Biden se está enfrentando a dos problemas que están erosionando su credibilidad: la incapacidad para convencer a casi el 50% de los americanos de que deben vacunarse y la gestión de la crisis de Andrew Cuomo, el gobernador del estado de Nueva York, en plena batalla judicial por presunto acoso a numerosas mujeres desde su posición de poder.
La vacunación, un problema
El 29 de mayo, Estados Unidos llegaba al 40% de población totalmente vacunada contra el coronavirus. Era la suya una historia de éxito, básicamente apoyada en el acuerdo preferencial con la farmacéutica Pfizer. Joe Biden se volcó en primera persona y el aumento del porcentaje de vacunación coincidió con un descenso en la incidencia y el número de muertos que nos remitía a más de un año atrás. Como en tantos países, el nuestro incluido, se pregonó “el fin de la pandemia” y, en esas condiciones, es normal que el responsable último de tal hazaña se viera aupado en los sondeos.
¿Cuál es la situación más de dos meses después? El número de vacunados se ha estancado en el 49,61%. Algunos estados no han vacunado con primeras dosis siquiera al 40% de su población total. Son los estados del sur y del centro del país más fundamentalistas y más proclives a creer en teorías de la conspiración.
Los “estados rojos” de la América profunda, tierra de predicadores y gobernadores irresponsables para los que los únicos datos válidos son los que da Fox News. A menudo se menciona a Trump como el culpable de todo esto y, sí, muchos de estos antivacunas son trumpistas… pero la vacuna en cuestión se gestó y financió bajo su mandato y en ningún momento el anterior presidente se ha posicionado en su contra. El problema, pues, viene de antes.
A este estancamiento grosero de la vacunación se le ha unido la expansión de una ola de contagios que ya habíamos visto en India, Reino Unido o España pero que, por lo que fuera, no se esperaba en Estados Unidos. Pasa en todos lados. En las últimas dos semanas, los casos han aumentado un 113% en todo el país, rozando o superando el 300% en estados como Tennessee, Dakota del Norte o Carolina del Sur, donde los índices de vacunación son realmente bajos.
Como se puede ver en el gráfico inferior, Estados Unidos está ahora mismo en números equivalentes a los de principios de la terrible ola de otoño de 2020. En cuanto a los fallecidos, ya sabemos que van con cierto retraso, pero aun así se ha producido un aumento en estos catorce días del 88%, destacando aquí Florida, Texas y California, por encima de los cincuenta muertos diarios y en claro ascenso.
Si la implicación personal del presidente en el proceso cuando las cosas iban bien le favoreció, es razonable que ahora que las cosas van mal, su figura se resienta. No ha conseguido convencer al cinturón republicano de que la vacuna es necesaria. No ha sabido imponerse. No ha bastado con sonrisas, buenas palabras y hamburguesas. El virus, como vemos, avanza por todo Estados Unidos y el ciudadano teme que vuelvan las restricciones y se abandone la normalidad.
Biden es sospechoso para muchos de potenciales recortes hasta que no se demuestre lo contrario. Mientras, y esto está aún empezando, el número de hospitalizados alcanza récords en Florida, rozando los 12.000, más que nunca a lo largo de este año y medio de pandemia.
Fuego amigo
Otro motivo de preocupación en los últimos días para el presidente Biden es el proceso judicial por el que está pasando el demócrata Andrew Cuomo, gobernador del estado de Nueva York. Cuomo es un tipo carismático, que de alguna manera lideró mediáticamente la lucha contra el coronavirus cuando en Nueva York moría la gente en la calle, incapaces de conseguir un respirador o una plaza hospitalaria. Cuomo resultaba didáctico y duro en sus ruedas de prensa y no le perjudicaba el hecho de que su hermano Chris fuera uno de los presentadores estrella de la CNN.
Las polémicas entre Cuomo y el alcalde de la ciudad de Nueva York, Bill de Blasio, han llegado a aburrir a los neoyorquinos, pero eso, al fin y al cabo, es ambición y es política. Acosar a mujeres es otra cosa muy distinta. El problema para el partido demócrata y por extensión para el presidente de la nación no es ya que la fiscalía de Nueva York considere probado que Cuomo acosó sexualmente al menos a once mujeres, sino que este es solo un paso más en un proceso que se está empezando a hacer muy largo.
Las primeras acusaciones públicas contra Cuomo datan de diciembre de 2020 y, por supuesto, el gobernador siempre las ha negado bajo la excusa de que eran simples malentendidos, pequeñas bromas quizá algo subidas de tono. Cada mes han ido saliendo más mujeres señalando que el comportamiento del gobernador era sistemático y poco agradable. En un momento en el que el propio partido demócrata ha hecho bandera de este tipo de acusaciones, no parece lógico que Cuomo espere ningún apoyo en su batalla legal. De hecho, no lo está teniendo.
Tras conocer las conclusiones de la fiscal general el pasado martes, Biden no pidió directamente la dimisión de Cuomo pero sí dijo en público que estaría bien que se echara a un lado. Por si fuera poco, en noviembre de este año hay elecciones en NYC, aunque la mayoría demócrata no parece en apuros. El hecho de que Biden se moje en este asunto con tanto retraso no le ha beneficiado en absoluto. La reacción ha sido más bien la contraria: “¿Dónde ha estado el presidente mientras todas esas mujeres acusaban a Cuomo por su conducta inapropiada? ¿Dónde estaba la vicepresidenta Harris?”
Voces como la de Alexandria Ocasio-Cortez, una referencia en el lado más izquierdista del partido republicano y congresista por Nueva York, llevan desde marzo pidiendo la dimisión de Cuomo. Biden ha llegado demasiado tarde a este asunto y lo está pagando.
En general, ya decimos, han sido quince días muy duros para el presidente… y eso que es verano. Cuando vuelva septiembre y la agitación política aumente, veremos si tiene algún as guardado en la manga para reflotar su popularidad. En poco más de un año, los demócratas se juegan su actual control del Congreso y las perspectivas, en un país tan polarizado, son ahora mismo poco halagüeñas.