El problema cuando surge una figura tan polarizadora como Donald Trump es que es fácil confundir las pasiones que desata con la realidad al estimar sus posibilidades electorales. Exactamente, eso es lo que pasó en 2016: buena parte de los estadounidenses pensaron que era imposible que un tipo como Trump, tan lejano a su concepción de la vida, triunfara. Simplemente, no podían concebir que alguien le votara y mucho menos que lo hicieran 63 millones de compatriotas. Algunos se quedaron en casa siguiendo la "doctrina Susan Sarandon", que venía a ser un "Bernie Sanders o nadie" con la consiguiente merma en apoyo a Hillary Clinton, especialmente en los estados clave.

Aunque la candidata demócrata consiguió casi 66 millones de votos, se quedó bien lejos de los resultados de Barack Obama en 2008, superando por los pelos pese al aumento demográfico la cifra alcanzada en 2012. Trump, por su parte, no solo consiguió esos 63 millones de apoyos, el récord para un candidato republicano (aquí, de nuevo, hay que apelar al continuo aumento de población), sino que consiguió reunirlos en los estados clave. Recordemos que de nada sirve ganar el voto popular en el conjunto del país (Hillary lo ganó, como lo ganó Al Gore en 2000) si no consigues ganar los delegados que reparte cada estado por separado en una curiosa fórmula de winner takes it all, es decir, que si tienes un voto menos que tu rival, te corresponde un cero en el colegio electoral.

Trump ganó en 2016 no solo por sus buenos resultados en Florida y Ohio, generalmente los grandes swing states de cada convocatoria electoral, sino por su capacidad para arrasar en el llamado "medio-oeste", donde no se le esperaba: aunque fuera por escasa diferencia, el candidato republicano consiguió ganar en Michigan, Pennsylvania y Wisconsin, tres estados que todas las encuestas pintaban de azul. Ahí consolidó su triunfo, entre votantes blancos de clase media o incluso media-baja, descontentos con el sistema y que veían en Trump a un héroe que se enfrentaba a todos: primero a su partido, luego a Hillary y siempre a los poderes fácticos de Washington en aras de la "verdadera América".

¿Qué tiene que hacer Trump para repetir ese triunfo en 2020? Bueno, de entrada, el factor maverick lo ha perdido, al menos en parte. Puede que haya ganado un cierto aroma presidencial de estabilidad que igual le beneficia más de lo que le perjudica. Hay que tener en cuenta que, desde la apabullante derrota de Jimmy Carter ante Ronald Reagan en 1980, solo un presidente en el cargo ha perdido unas elecciones: fue George Bush Sr. en 1992, pero para eso hicieron falta tres cosas realmente improbables: una salvaje recesión económica; la aparición de otro “maverick” como Ross Perot, que se llevó casi un 19% de los votos totales, buena parte de ellos republicanos, y un índice de aprobación paupérrimo, que en octubre de ese año apenas superaba el 33%.

Por mal que se le den a Trump las encuestas y por bajos que hayan estado los niveles de aprobación a lo largo de su mandato, lo cierto es que ahora mismo están en torno al 42-43% y con perspectiva al alza. La crisis económica es brutal pero no es fácil culparle a él de eso en medio de una pandemia y no hay un tercer candidato que pueda restarle votos. Quizá por eso, pese a la tenacidad de las encuestas a la hora de colocarle como perdedor, las casas de apuestas le siguen viendo ligeramente favorito: la historia pesa mucho y el recuerdo del vuelco final de 2016, también.

Lo que necesita Trump para repetir mandato Guillermo Órtiz

Así pues, hay carrera. Muchos no lo entenderán por lo expuesto en el primer párrafo, pero la hay. Y no, Trump no es el favorito, pero no está tan lejos de un hipotético triunfo ante el demócrata Joe Biden. Lo curioso de este año es que, por primera vez en la historia, un candidato podría ganar en Ohio y perder las elecciones. Parece que los comicios se van a decidir de nuevo en otras zonas del medio-oeste: si Biden consigue retener todos los estados que ganó Clinton hace cuatro años -y encabeza las encuestas cómodamente en casi todos-, le basta con recuperar Pennsylvania, Michigan y Wisconsin. Por supuesto, en el momento en el que ganara Florida, se acabaría la disputa. Algo parecido pasaría con Arizona, en el sur del país.

Ahora bien, ¿cómo están las encuestas en esos estados clave? Arizona parece ahora mismo el escenario más competido. Ayer mismo se publicó una encuesta de Reuters para ABC News y el Washington Post que coloca por primera vez en mucho tiempo a Trump por delante con un 1% de ventaja. Un triunfo republicano después de meses por detrás en los sondeos supondría la constatación de un cambio de tendencia que podría ayudar a la reelección de Trump… ahora bien, una derrota obliga al partido republicano a ganar dos de los tres estados clave del medio-oeste ya mencionados.

www.270towin.com

¿Qué dicen las encuestas en esas tres plazas electorales? En Michigan, la media de sondeos apunta a una ventaja de Biden de 7,7 puntos… pero no hay encuestas recientes fiables. Michigan va a marcar mucho lo que pase y será uno de los escenarios que tengamos que observar muy de cerca. En Pennsylvania, la ventaja de Biden es de 4,7 puntos pero también carecemos de sondeos fiables y extensos. Lo mismo sucede en Wisconsin, donde la media de sondeos según la página FiveThirtyEight del estadístico Nate Silver muestra una ventaja de 6,6 puntos.

Son ventajas cómodas pero no definitivas. En un sistema con solo dos candidatos, si uno gana tres puntos, el otro los pierde y el vuelco ya es de 6 puntos en un momento. No hay repartos a terceras opciones. Lo primero que tiene que hacer Trump es asegurar Arizona, Ohio, Carolina del Norte y Florida, porque sin esos cuatro estados lo tiene casi imposible… pero si lo consigue y la noche electoral se reduce a ganar solo un estado de los tres del medio-oeste, sus posibilidades aumentan a un porcentaje casi de tirar una moneda al aire. Precisamente, la evolución de todos esos estados es lo que iremos viendo las próximas semanas en EL ESPAÑOL. Permanezcan atentos.