A finales de 2014, cuando Bill de Blasio apenas llevaba un año como alcalde de la ciudad de Nueva York y una oleada de tensión racial recorría los EEUU tras los incidentes de Ferguson, este político demócrata tuvo que acudir a un hospital de Brooklyn a presentar sus respetos por la muerte de dos policías que acababan de ser asesinados a quemarropa en plena calle.
Nada más entrar, los agentes que se encontraban en el centro lo recibieron de espaldas, mirando a la pared. Protestaban porque lo consideraban responsable de esas muertes, por unas declaraciones que había hecho días antes, confesando que recomendaba a uno de sus hijos, medio afroamericano, tener cuidado cuando se encontrara con la policía. El sindicato del cuerpo lo acusó de tener las manos manchadas de sangre por menoscabar su autoridad y convertir a las fuerzas de seguridad en los "malos de la película" ante el pueblo.
El enfrentamiento social podía estallar en las calles en cualquier momento, pero De Blasio buscó una vía de escape para la presión. Organizó una misa en la Catedral de San Patricio en la que su mujer Chirlane McCray, una activista afroamericana, cobró un inesperado protagonismo al salir del templo agarrada del brazo del cardenal blanco Timothy M. Dolan. La imagen, cargada de simbolismo, calmó los ánimos. El éxito no fue sólo social, sino político. El primer edil acababa de granjearse el apoyo del electorado negro en una ciudad donde las minorías son mayoría.
Pero la aplastante victoria electoral de Bill de Blasio este martes, con un 65% de los sufragios, no puede explicarse exclusivamente en el respaldo de estos colectivos. Este demócrata de apellido italiano ha trabajado durante la campaña para erigirse como referente y dique de contención progresista frente a las políticas de Donald Trump, una estrategia que puede marcar el camino a seguir para que su partido se imponga en las próximas presidenciales de 2020. Su mensaje encarna todo lo contrario que el polémico multimillonario, con el que no tiene casi nada en común, salvo su origen neoyorkino.
Esta continua confrontación con el presidente, que tan buenos resultados le ha dado, ha seguido incluso una vez terminado el recuento, augurando continuidad. En su discurso de celebración en la noche del martes, el regidor dejó entrever que la Gran Manzana podría ser un trampolín político para los próximos años. "No podemos parar ahora. Éste es el comienzo de una nueva era. No es sólo el comienzo para la ciudad, sino para el país", dijo en clara referencia al inquilino de la Casa Blanca.
Sin embargo, pese a las enormes diferencias entre los valores que ambos defienden -y que el demócrata bien ha sabido explotar durante la campaña con anuncios oponiendo su programa con el modelo del presidente-, sí que hay quizá dos parecidos razonables que pueden conectar a ambos personajes, la difícil relación con la prensa y la capacidad de superar las dificultades.
Siestas y pizza con tenedor
En el primer caso, salvando las distancias con la guerra que mantiene Trump con los medios, De Blasio ha tenido que lidiar durante su mandato con los tabloides neoyorkinos, que lo han convertido en diana de informaciones no sólo sobre su gestión -se le investigó por supuestas irregularidades en la financiación de su primera campaña-, sino también sobre detalles personales tales como su falta de puntualidad, su supuesta afición a la siesta, su escasa presencia en las galas de etiqueta, o sobre si comía o no la pizza con cubiertos, un aparente sacrilegio para algunos ‘newyorkers’.
Más allá del cotilleo y de la chanza a la que han dado lugar alguno de estos episodios, ninguno de ellos ha puesto en serias dificultades a este político, ‘doctorado’ en cómo sortear a la opinión pública en temas personales durante su etapa de colaborador del matrimonio Clinton, primero en la administración de Bill Clinton, y luego ayudando a Hillary a llegar a senadora.
Otros escollos han sido más complicados. Durante los últimos cuatro años se ha enfrentado a una auténtica carrera de obstáculos para revalidar su puesto, hasta el punto que cuando en 2013 llegó a la alcaldía contra el pronóstico de muchos, algunos dudaban de que pudiera terminar su mandato, por las investigaciones que lo acechaban, y mucho menos repetir.
A la inseguridad ciudadana y la brecha social que heredaba nada más tomar el bastón de mando, sumó las sospechas sobre la financiación de su carrera electoral, un enfrentamiento abierto con el cuerpo de policía, el rebrote de las tensiones raciales y acusaciones de deficiencia en la gestión de las primeras nevadas en la ciudad. Cuatro años después, ha solventado muchos de estos problemas, aunque la enorme cantidad de personas sin hogar que padece Nueva York sigue siendo una de las asignaturas pendientes.
Más seguridad y cortejar las minorías
Entre los principales logros que lo han retratado como uno de los referentes del progresismo demócrata, destaca la reducción de la criminalidad en las calles, recortando a la vez las controvertidas detenciones fortuitas ‘stop & frisk’ -sin causa probable-. Además ha establecido la gratuidad de la educación infantil para niños de cuatro años, que ahora quiere ampliar a los de tres; ha mantenido la protección de ‘ciudad santuario’ para los inmigrantes sin papeles; y tiene en proyecto la creación de un impuesto para ricos.
Pero si algo sirvió para medir la talla de Blasio y otorgarle el favor de la comunidad afroamericana fue la manera en que atajó la escalada de división racial de su primer tramo de legislatura, con la complicidad del cardenal Timothy M. Dolan y de su esposa, Chirlane McCray. Con el tiempo, incluso ha conseguido mejorar su imagen dentro del cuerpo de policía, con el que ha llegado a acuerdos para mejoras salariales que han llevado a incrementar la seguridad en las calles.
La remontada desde su llegada en 2013 ha sido toda una gesta, cosechando el respaldo público de los principales sindicatos de la ciudad y llevando a cabo una intensa campaña de recaudación para la carrera electoral, hasta el punto que ni siquiera ha contado con una oposición feroz en el lado republicano, que hasta De Blasio llevaban sin perder ante un demócrata desde 1993. Sus principales competidores han preferido aparcar sus candidaturas hasta 2021, cuando el camino esté despejado y quizá el reelegido regidor tenga la vista puesta en otros objetivos mayores.
A sus 56 años, este neoyorquino criado en Massachussetts ha demostrado que sabe cómo reponerse a las dificultades. No en vano, tuvo que aprender pronto en casa, donde las cosas no siempre fueron fáciles. Su nombre es una prueba de ello. Hace años adoptó como apellido el italiano de su madre, en lugar del de origen alemán de su padre, un veterano de la Segunda Guerra Mundial que tras su regreso del frente cayó en el alcoholismo y se suicidó en 1979. El alcalde suele comenta en las entrevistas que lo considera un héroe trágico, alguien que luchó por su país pero no pudo retomar su vida tras los horrores de la guerra. De él dice que aprendió qué no hacer en la vida. Rendirse, al parecer, está entre esas cosas.