El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y su homólogo ruso, Vladímir Putin, han cerrado un acuerdo de alto el fuego para el suroeste de Siria durante su encuentro en los márgenes del G20, según ha informado el titular de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov. La tregua entrará en vigor el domingo y incluye también a Jordania como país garante.
"Creo que es la primera señal de que Estados Unidos y Rusia pueden trabajar juntos en Siria", ha señalado el jefe de la diplomacia estadounidense, Rex Tillerson. Sin embargo, el último intento de Washington y Moscú de implementar un cese de hostilidades en Siria resultó en fiasco.
Putin se ha limitado a señalar tras el encuentro que la conversación ha girado en torno al conflicto de Ucrania, la guerra en Siria, la lucha contra el terrorismo y la ciberseguridad, según la agencia de noticias rusa Interfax.
Tillerson, por su parte, ha ido más allá e informado de que Trump presionó a su homólogo sobre la supuesta injerencia rusa en las elecciones de EEUU y que Rusia exigió "pruebas".
Con todo, el secretario de Estado ha destacado que había verdadera "química" entre los dos dirigentes y un interés por dejar atrás sus diferencias, según recoge la prensa estadounidense.
De hecho, los líderes se saludaron con amabilidad ante los medios antes de encerrarse durante más de dos horas. “Es un honor estar con usted”, celebró Trump antes de hablar en privado con el dirigente ruso. “Estoy encantado de conocerlo personalmente”, proclamó Putin.
Horas antes, los líderes habían intercambiado un apretón de manos en presencia del presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, como muestra un vídeo divulgado por el Gobierno alemán.
La semana pasada, el asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca aseguró que Trump acudía a la reunión bilateral sin un plan específico. “No hay una agenda concreta. Realmente va a ser lo que quiera tratar el presidente”, señaló H.R. McMaster. Sin embargo, el mandatario afirmó este viernes antes del encuentro que había "mucho que discutir".
Pese a las cordiales palabras de los líderes -y los halagos que intercambiaron durante la campaña electoral estadounidense-, el encuentro se produce en un contexto de tensión entre ambas potencias, acrecentada por las alegaciones de colusión con el Kremlin que cercan a Trump.
El republicano se ve inmerso en un escándalo del que no dejan de surgir nuevas ramificaciones que involucra a miembros de su Administración y entorno personal.
Tras los comicios, los servicios de inteligencia de EEUU concluyeron que Rusia había interferido en la campaña electoral estadounidense para sembrar desconfianza en su sistema político y favorecer al candidato más afín a sus posturas: Trump, que prometía relanzar las relaciones con Moscú de llegar al poder.
El Congreso de EEUU y las autoridades investigan la supuesta injerencia rusa en las elecciones, así como los contactos del equipo de Trump con Rusia. El propio presidente está siendo investigado por obstrucción a la justicia tras despedir al director del FBI. Así, la reunión con Putin supone así un desafío no sólo en el ámbito geopolítico sino también desde una óptica doméstica.
“Cualquier acuerdo o resultado que salga del encuentro entre los dos presidentes va a ser minuciosamente analizado en Washington bajo el interrogante: '¿Ha hecho el Sr. Trump una concesión inadecuada al presidente ruso?'”, afirmaba el experto Steven Pifer en un análisis para la Brookings Institution antes de la reunión.
En el terreno geopolítico, cuestiones como la guerra en Siria o el conflicto en Ucrania separan a las dos administraciones, que aun así se han comprometido a un acercamiento.