Eran las 15:30 del sábado en una soleada Acapulco, ciudad costera en el Pacífico sur mexicano, cuando el periodista Nelson Matus recibía un disparo en la cabeza que le haría morir en el instante. La escena, que sucedió en el aparcamiento de un hipermercado ante la vista de todos, se ha convertido en algo normal en México, donde se teje un sombrío relato de peligro y violencia contra la prensa crítica.
Matus es el quinto periodista asesinado de manera violenta por el narco en lo que llevamos de año. Su caso responde a un patrón claro: el del reportero local que arriesga su vida publicando sobre corrupción, desajustes de poder político y económico, y secuelas del crimen en sus regiones o municipios. El que fuese director de Lo real de Guerrero estaba especializado en lo que en México se conoce como 'nota roja', un género periodístico que se centra en acontecimientos relacionados con la violencia física ejercida por el crimen organizado.
Sin soluciones al problema
Cinco días antes fue encontrado el cuerpo del periodista Luis Martín Sánchez dentro de una bolsa, atado de manos y con un mensaje clavado en su pecho. El corresponsal en la región de Nayarit del periódico La Jornada, uno de los más leídos del país, había sido secuestrado en su casa días antes a su asesinato. Las pesquisas de la Oficina en México del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos indican que los responsables del crimen se llevaron también su ordenador portátil, el teléfono móvil y otras herramientas de trabajo del reportero que colaboraba, además, con el medio digital local Crítica Digital Noticias.
De acuerdo con información publicada por organizaciones como Reporteros Sin Fronteras (RSF) y Artículo 19, tan sólo durante la actual administración, encabezada por Andrés Manuel López Obrador, se han registrado al menos 45 periodistas asesinados, la mayoría en la impunidad. El presidente mexicano afirmó recientemente en una de sus famosas ruedas de prensa mañaneras que se trata de una "mala noticia". Sin embargo, grupos de periodistas que se encuentran estos días manifestándose frente a edificios públicos denuncian que nunca se ha tratado de buscar una solución real al problema de seguridad que viven los informadores en el país latinoamericano.
Una violencia constante
En junio fue asesinado, también a balazos y mientras conducía, Pablo Salgado, locutor de radio en el estado de Guerrero. Había dejado su residencia y su trabajo en la ciudad de Igualada por amenazas de grupos organizados, aunque decidió regresar días antes a su muerte.
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De la misma manera pero en una zona de Puebla, a unos 200 kilómetros de la Ciudad de México, unos sicarios acabaron con la vida de Marco Aurelio Ramírez a mediados de mayo. El periodista de 69 años, que durante mucho tiempo colaboró en distintos medios de la región, como Periódico Central y Central Puebla, se dedicaba a publicar información considerada de riesgo. Lo último en lo que trabajó fue en la investigación de un cura acusado de abuso sexual por parte de varios menores de la localidad.
Los datos señalan a México como el país más peligroso para los periodistas, superando incluso a los que se encuentran ahora mismo en guerra, como Ucrania. "Si eres una persona que cree que un periodista está afectando tus intereses y estás dispuesto a usar la fuerza letal, saber que muy probablemente no vas a ser arrestado y que aún hay menos posibilidades de que haya una sentencia que pueda darte ese último empujón para atentar contra la vida de un periodista", señala el representante del Comité para la Protección de los Periodistas en México, Jan-Albert Hootsen.
El primer periodista asesinado violentamente en México del que se tiene constancia durante este año es Gerardo Torres, atacado a balazos por un grupo de personas en Acapulco, misma ciudad donde este sábado se producía el suceso de Nelson Matus que abre este artículo. Otros periodistas han sido también asesinados durante este año pero en este momento todavía se desconoce si sus muertes responden a causas relacionadas con la profesión periodística.
Una guerra larga y silenciosa
Los ataques contra periodistas en México se remontan a la década de 1980, un periodo en el que el país experimentaba una apertura política tras años de un régimen dominante. Sin embargo, esta transición no estuvo exenta de consecuencias negativas para la libertad de expresión. Fue en este contexto que surgieron los primeros casos de periodistas asesinados, víctimas de su valentía al revelar verdades incómodas y denunciar la corrupción arraigada en el sistema. A medida que avanzaba el tiempo, el narcotráfico y el crimen organizado se convirtieron en factores determinantes en la violencia contra los periodistas.
Los cárteles de la droga ejercieron su poderío y control sobre vastas regiones del país, imponiendo su ley y silenciando cualquier intento de denuncia. Aquellos periodistas que se atrevieron a desafiarlos se convirtieron en blancos, enfrentándose a la furia de una maquinaria delictiva decidida a proteger sus intereses.
Una de las personas que mejor ha conocido la violencia que el narcotráfico y el crimen organizado ejercen sobre los periodistas es Javier Valdez. Autor de siete libros relacionados con esta temática, algunos como Narcoperiodismo: La prensa en medio del crimen y la denuncia, (2016) recibieron varios premios internacionales. "Escribir estas historias trágicas, dolorosas, injustas e infernales, al mismo tiempo me permite un desahogo, me permite llorarlas, exorcizarlas", decía Valdez. EL ESPAÑOL hubiese querido poder contar con su testimonio. No obstante, el narco mexicano acabó con la vida del sinaloense en mayo de 2017.