Brasil empezará 2019 viendo al ultraderechista Jair Bolsonaro subir la rampa del Palacio del Planalto y asumir la presidencia de Brasil. Este 1 de enero, Bolsonaro será investido en una ceremonia rodeada de fuertes medidas de seguridad y a la que asistirán 12 jefes de Estado. Cientos de caravanas de simpatizantes se han desplazado a Brasilia para acudir a la ceremonia que, según las previsiones, podrá batir los números de asistencia de la investidura de Lula en su primer mandato, en 2003, cuando cerca de 200.000 personas llenaron la Explanada de los Ministerios para ver el desfile presidencial.
A lo largo de la campaña electoral, que ha culminado con su victoria en las elecciones el 28 de octubre, Bolsonaro se ha explayado en discursos populistas, cargados de comentarios racistas, homófobos y misóginos, defendiendo la dictadura militar y la tenencia de armas, pero vacíos de contenido. Las pocas veces que habló de su programa electoral, el ultraderechista se vio enredado en un discurso contradictorio e imposible de entender.
Ahora, tras dos meses de mucha actividad, en los que ha nombrado a sus ministros, todavía hay muchas incógnitas sobre cómo va a gobernar el gigante sudamericano. “Hemos ganados nuevos indicadores pero seguimos teniendo muchas dudas”, dice Michael Freitas, profesor de ciencia política de la Fundación Getulio Vargas. “Se han confirmado los grupos que ya sospechábamos que iban a tener una gran influencia en su Gobierno, como los militares y los sectores conectados con la iglesia evangélica. Sabemos, en líneas generales, que tiene una agenda muy marcada a nivel de la seguridad pública y contra la corrupción, pero para saber algo más concreto tendremos que esperar al inicio del año legislativo, en febrero”.
La lucha contra la corrupción
Será entonces cuando Bolsonaro tendrá que poner en práctica muchas de las promesas electorales, algunas de las cuales se han transformado en mantras del próximo Gobierno y en los que será muy difícil justificar un fracaso. Una de las más importantes es la lucha contra la corrupción. “Sería siempre algo muy importante en cualquier gobierno, pero Bolsonaro lo ha transformado en algo personal”. La elección de Sergio Moro, el juez responsable por la Operación Lava-Jato que llevó a Lula a la cárcel, para ministro de Justicia ha enfatizado esa lucha que, ahora, tendrá que cumplir. “Se ha colocado en un plano de absoluta intolerancia, como una seña de identidad y eso ya ha traído los primeros problemas”, recuerda Freitas.
Se refiere al caso de Flavio Bolsonaro, hijo del presidente, investigado por presunta evasión fiscal a inicios de diciembre. Según el Consejo para el Control de Actividades Financieras de Brasil (Coaf), Flavio Bolsonaro, diputado por el estado de Río de Janeiro, habría realizado movimientos bancarios no declarados por casi 1,2 millones de dólares en 2016, utilizando, para ello, las cuentas bancarias de su exchofer Fabrício Quieroz.
La familia de presidente niega cualquier irregularidad y acusa a los medios de intentar destruir la reputación del próximo presidente, pero si el caso siguiera adelante, sería la primera prueba de fuego para Bolsonaro. “El Gobierno empezaría ya contra las cuerdas y teniendo que dar respuestas sobre su propia integridad”, analiza el politólogo.
Los desafíos económicos
La economía brasileña, azotada por la tasa de paro que afecta a 12 millones de brasileños es otro de los desafíos más importantes. Cómo lo hará, sigue siendo una incógnita. Al frente del ministerio está Paulo Guedes, un liberal de la escuela de Chicago. A lo largo de la campaña, la frase estrella de Bolsonaro en temas económicos fue “le preguntaré a Paulo Guedes”, confesando, sin pudor, su nulo conocimiento del tema.
Pero también ahí las contradicciones se han sucedido. Si el elegido para la cartera de Economía es un defensor del Estado mínimo y de la privatización de servicio y empresas públicas, Bolsonaro, por su parte, ya ha dicho que no está de acuerdo con la privatización de Petrobras y otras empresas públicas. “Cómo va a encajar la política económica de su Gobierno con las reformas necesarias para el país, algunas de ellas impopulares, es otra de las incógnitas”, señala.
Entre ellas está la reforma de la Seguridad Social que aumentaría la edad de jubilación de los 60 a los 61 años, y el cambio del actual sistema solidario de reparto por el de la capitalización individual.
La seguridad pública y la gobernabilidad
El otro grande reto de Bolsonaro es la seguridad pública. “Esto sería siempre importante en un país como Brasil, pero Bolsonaro, una vez más, hizo de la seguridad una bandera, apostando por la tenencia de armas por los ciudadanos, con todo lo que eso conlleva. Plagó su Gobierno de militares, dio un superministerio a Moro… habrá que ver cuáles son sus primeras medidas concretas. Una reforma de la ley de tenencia de armas podría resultar en una batalla de seis meses en el Congreso antes de aprobarse”, dice Freitas.
Llevar a cabo lo que ha propuesto en campaña no será tarea fácil, en un Congreso compuesto por 30 partidos y 513 diputados con los que habrá que llegar a acuerdos. “Será más difícil de lo que él mismo piensa”, vaticina Freitas. Bolsonaro ha conseguido transformar a un partido residual como el Partido Social Liberal en el segundo mayor partido del Congreso pero ya ha dicho que no va a utilizar las viejas fórmulas de la política brasileña para negociar y que no está dispuesto a ofrecer cargos a cambio de apoyos. “Los partidos no han sido consultados para la formación del Gobierno y eso ya es un cambio en la forma de hacer política que ha generado malestar. La duda es si Bolsonaro va a mantener esa línea y cuál será la reacción del Congreso en ese caso”, destaca el politólogo.
Después de la investidura, el presidente tendrá unos meses de tregua, “la barrera de los 100 días que la población suele dar de tolerancia a un nuevo gobierno”. Pero, pasado ese tiempo, tendrá que gobernar de manera efectiva y concreta. Si no logra aprobar algunas de sus medidas estrella, puede ver el apoyo popular tambalearse.