Tras nueve años en el poder y después de semanas de presión por parte de su partido, el presidente de Sudáfrica, Jacob Zuma, ha dimitido. El hombre que sobrevivió a varios escándalos a lo largo de su mandato, no pudo sobrevivir al rechazo de su partido, el Congreso Nacional Africano (CNA).
El presidente del partido y vicepresidente del Gobierno, Cyril Ramaphosa, había dado un ultimátum al presidente para que abandonara el cargo. De no hacerlo, debería enfrentarse a una moción de censura del Parlamento. Zuma acabó rindiéndose este miércoles y presentó su dimisión. "He llegado a la decisión de dimitir como presidente de la república con efectos inmediatos", comunicó, en un discurso público. Este jueves, Cyril Ramaphosa ha asumido su lugar.
El debate alrededor de la dimisión de Zuma, que tenía mandato hasta 2019, venía detonado por su mala imagen y los escándalos de corrupción que le han rodeado. El exmandatario tiene casi 800 cargos por corrupción relativos a contratos de armas de finales de los noventa y está investigado por haber usado el Estado para favorecer a una familia de empresarios afines con concesiones públicas millonarias. En 2016, fue obligado a devolver medio millón de euros de fondos públicos que se gastó de forma ilegal en la reforma de su residencia privada.
Además, se ha visto envuelto en declaraciones polémicas, como las que sugerían que la transmisión del VIH se podría evitar duchándose inmediatamente después de tener relaciones sexuales y que se han convertido en un elemento habitual de sátira editorial sobre Zuma.
Su mala imagen, junto con la ineficacia de la Administración y una maltrecha economía, no solo manchaba la reputación del Gobierno sino también la del CNA, que veía caer su popularidad aunque no ha perdido ningunas elecciones desde la llegada de la democracia a Sudáfrica. De ahí que su dimisión se haya impuesto.
El caso de Sudáfrica se suma al de otros países del sur del continente africano donde los principales partidos han optado por destituir a sus líderes históricos para garantizar su supervivencia en el poder. El caso más reciente es el de Robert Mugabe, en Zimbabue, en el que un golpe de Estado del ejército en noviembre hizo dimitir al histórico líder que llevaba 37 años en el poder.
Fin de línea para Mugabe
Tras una semana en la que el control del país fue asumido por los militares que arrestaron al propio presidente, Mugabe claudicó. Su propio partido, en ZANU-PF, le había suspendido de sus funciones en la dirección del partido y había dado inicio al proceso de impeachment con el apoyo de la oposición, y Mugabe entendió que no le quedaba otra salida que la renuncia.
En la trastienda de su destitución había todo un juego de poder entre el vicepresidente del Gobierno,Emmerson Mnangagwa -’el cocodrilo’-, representante de las viejas élites del poder, y la primera dama, Grace Mugabe, cercana a las nuevas. La lucha la ganaría Mnangagwa, que asumiría el gobierno.
La herencia de Mugabe era un país sumergido en una crisis económica, con un 90% de desempleo y un tercio de la población emigrada, por las dificultades de supervivencia relacionadas con la falta de acceso a los víveres y a la moneda. Su recorrido le llevó de líder del movimiento de liberación contra el régimen racista colonial, logrando la independencia en 1980, a la construcción de un estado opresor.
Su destitución fue celebrada en la calle por muchos de los ciudadanos que sufrieron sus desmanes autoritarios y que confían en que Manangagwa lleve el país hacia una verdadera democracia, algo que los analistas ven con cautela ante el pasado oscuro que cultivó como ejecutor de Mugabe.
Por lo pronto, el presidente ha anunciado elecciones para mayo o junio de este año. "Aseguraremos que Zimbabue realiza elecciones libres, creíbles, justas e incuestionables", anunció durante una visita de Estado a Mozambique. Pese al gesto, muchos aseguran que lo que pretende es legitimarse en el poder a través de las urnas, aprovechando el tirón de popularidad que ha ganado con la destitución de Mugabe y la fragilidad de la oposición que acaba de perder a su líder, Morgan Tsvangirai, que ha muerto de cáncer.
El poder de Dos Santos en Angola
El año pasado otro líder longevo ha abandonado el poder. Tras 38 años al frente de Angola, José Eduardo dos Santos renunció y entregó las riendas del partido, el MPLA, a João Lourenço. El MPLA gobernaba Angola desde que el país logró independizarse del colonialismo portugués en 1975 y Dos Santos estaba al frente del Gobierno desde 1979.
Su gobernación ha estado manchada por sucesivos casos de corrupción, nepotismo, sus conexiones opacas con la industria de los diamantes y del petróleo, sus métodos opresivos y el desprecio por una población donde más del 50% vive con menos de dos euros al día.
Según Transparencia Internacional, Angola lleva años entre los países más corruptos, y también bajo constantes acusaciones de menosprecio a los derechos humanos. Mientras Angola ocupa el puesto 150 de 188 en el Índice de Desarrollo Humano, la família Dos Santos ha amasado una fortuna que muestra de manera ostentosa.
Su hija, Isabel dos Santos es considerada la mujer más rica de África y ha sido la presidenta de la empresa petrolera estatal Sonangol hasta la llegada de João Lourenço, que la ha expulsado del cargo.
La llegada de Lourenço al poder tras las elecciones en agosto ha sido tratada con cautela. Por una parte los analistas veían en él la perpetuación del MPLA en el Gobierno, pero la retirada de poder a miembros de la familia Dos Santos trajo un halo de esperanza al país, demostrando que quien había sacado tajada de su posición durante casi 40 años ya no es intocable.
En pocos meses de Gobierno, Lourenço no sólo ha dimitido del cargo en la petrolera estatal a la hija del expresidente, sino que ha exonerado también a los líderes del Banco Nacional de Angola y de Endiama, la empresa estatal de diamantes. Además, ha cambiado los responsables de la policía y los militares, nombrados por José Eduardo dos Santos.
El que parecía que iba a ser una marioneta para perpetuar el poder establecido hace casi 40 años, ha empezado su mandato con medidas muy mediáticas pero cuyo alcance no se puede avaliar aún. Habrá que esperar para saber si los cambios son realmente efectivos o si se trata de maquillaje para ganarse el apoyo popular.