Heinz Alfred Kissinger nació en 1923 en la ciudad alemana de Fürth, al lado de Nuremberg. Su infancia coincidió con el ascenso del nazismo y terminó provocando el exiliio de su familia, de origen judío. En su temprana adolescencia se mudó a Nueva York, y allí cambió definitivamente su nombre: a los 15 años, de Heinz pasó a Henry y se empleó en varios oficios hasta que esa nueva su identidad se imprimió en los libros de historia.
¿Cómo? Gracias al ascenso de quien iba para notable y terminó siendo el secretario de asuntos exteriores de los gobiernos de Richard Nixon y Gerald Ford. Quien tuvo un papel determinante en las relaciones con China, quien se caracterizó por secundar dictaduras latinoamericanas y quien tuvo una polémica retirada de Premio Nobel. Kissinger, que cumple 100 años este sábado, ha ido agrandando su mito incluso después de su carrera política y de su asombrosa longevidad.
Su imagen, de hecho, es variable: de intelectual, estadista, brillante negociador y nobel de la Paz pasa, según a quién le preguntes, a cínico, arrogante, ególatra y criminal de guerra. O quizás todo a la vez. Henry Kissinger siempre ha sido controvertido y quedará para la posteridad por esa polarización y por una frase lapidaria. Aquella con la que definió a sobre Augusto Pinochet, dictador chileno. "Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta", sentenció, en un postulado que ya se ha convertido en un dicho popular.
Kissinger, el que fuera consejero de Seguridad Nacional y secretario de Estado de Richard Nixon (1969-1974) y de Gerald Ford (1974-1977), hace tiempo que no ocupa un puesto en el Gobierno, pero la larga sombra del diplomático más famoso del siglo XX llega hasta hoy.
Ya sea sobre la guerra de Ucrania o la inteligencia artificial, el centenario Kissinger sigue dando con envidiable lucidez sus opiniones porque muchos se lo piden, porque le encantan los focos y puede que también para limpiar un legado lleno de claroscuros. Y es que le persigue la fama de haber impulsado una política exterior que de tan pragmática resultó insensible a las consideraciones morales.
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"Hace 50 años, en su cincuenta cumpleaños, fue celebrado como uno de los estadounidenses más admirados", esgrimía a la agencia Efe el profesor Thomas Schwartz. "Pero eso ya no es así, la Historia y los historiadores no han sido precisamente amables con él", añade el también autor de la biografía Henry Kissinger and American Power.
Con un fuerte acento alemán al hablar inglés, este graduado en Harvard siempre ha negado que su infancia traumática lo marcara de por vida, pero muchos discrepan. El profesor de la Universidad de Texas Jeremi Suri, autor de Henry Kissinger and the American Century, considera que "al ser un refugiado judío, ha estado siempre muy preocupado por el caos y ha querido poner orden en el mundo". "También cree que Estados Unidos es una nación superior que tiene que jugar un rol especial", indicaba Suri a Efe.
Chile y China, 'realpolitik'
Kissinger, quien según sus conocidos no practica la humildad, quiere ser recordado como el arquitecto de la política de distensión hacia la Unión Soviética que cambió el rumbo de la guerra fría, como el artífice de la normalización de las relaciones con China y como el intelectual que frenó la proliferación nuclear. Desea pasar a la historia como el gran mediador de Oriente Medio, así como el nobel de la Paz que puso fin a la guerra del Vietnam.
Pero no quiere que se recuerde, ni que le recuerden, que a diferencia de él, su compañero de galardón, el vietnamita Le Duc Tho, devolvió el Nobel porque su país siguió en conflicto después de los Acuerdos de París, de 1973.
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Desearía también que quedara en la letra pequeña su respaldo a dictaduras como las de Argentina y España, su papel en la Operación Cóndor para reprimir a opositores latinoamericanos de izquierda o que para muchos tiene las manos manchadas de sangre por su apoyo al golpe de Estado contra Salvador Allende. "No podemos permitir que Chile se vaya a las alcantarillas", llegó a decir en 1970.
"A Kissinger no le molestaban las dictaduras. De hecho, le gustaban si estaban del lado de Estados Unidos y mantenían el comunismo fuera de América Latina", explicaba a Efe Mario Del Pero, historiador de Sciences Po en París y autor de la biografía The Eccentric Realist.
"En un país que había perdido su norte político y moral por la guerra de Vietnam, Kissinger ofreció un mensaje claro e inequívoco: la moral no está hecha para las relaciones internacionales", agrega. Esos capítulos en Latinoamérica y Asia alteraron la imagen que tenía como abanderado de la 'realpolitik' (o política que fuera realista y útil más allá de las promesas desenfrenadas) y ensombrecieron su papel.
Incluso un best seller del periodista Christopher Hitchens lo acusó en 2001 de crímenes de guerra por sus actuaciones en Camboya, Timor Oriental o Chile; unas críticas impensables en los 70 cuando Kissinger era el hombre más popular del país.
Construcción del mito
Aparecía en portadas caracterizado como Supermán, salía con estrellas de Hollywood sin ser particularmente atractivo y eclipsaba al mismísimo presidente. "¿Qué pasaría si Kissinger se muriera? Que Richard Nixon se convertiría en presidente", se bromeaba en Washington.
Schwartz cuenta que "su historia personal lo convirtió en una figura muy fascinante. La cobertura que le hicieron los medios de la época se parece a la que tuvo Barack Obama en 2008".
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Sobrevivió al escándalo del Watergate y, tras su paso por la política, Kissinger ha seguido omnipresente en editoriales, libros, charlas y entrevistas para ensanchar un mito con el que muchos se han querido fotografiar, desde Hillary Clinton a Donald Trump, pasando por Vladímir Putin o Xi Jinping.
Pero también ha invertido mucho tiempo en refutar las duras críticas en su contra, algo que no tolera. Siempre se dijo que tenía la "piel más fina" de la Administración. Así lo demostró en una reciente entrevista con la cadena estadounidense CBS en la que, profundamente molesto, respondió que las acusaciones de criminal de guerra "son un reflejo de la ignorancia".
Terco y analítico
A pesar de su imagen terca, sus biógrafos aseguran que puede ser encantador en persona y que una buena forma de romper el hielo es hablarle de fútbol o de ópera. Lo que no desaparece en las distancias cortas son sus inconfundibles gafas de pasta y su enorme ego. "Quiere ser recordado como un Mandela o un Gorbachov, pero creo que será recordado por un legado más ambiguo", opina Suri.
De hecho, a sus 99 años seguía dando titulares. En mayo de 2022, con la guerra de Ucrania iniciada unas semanas atrás, Kissinger apareció en público durante el Foro de Davos y apostó por el fin del conflicto. Experto en las relaciones internacionales y tirando de ese pragmatismo más allá de cualquier consideración moral, abogó por negociar una paz cuanto antes, incluso si eso suponía la cesión territorial por parte del Gobierno de Zelenski.
Lo ideal, dijo, sería volver a las fronteras previas al inicio de la contienda, al reconocimiento por parte de Kiev de las repúblicas independientes de Donetsk y Lugansk con las fronteras establecidas en el tratado de Minsk y, por supuesto, el visto bueno a la anexión de Crimea por parte de la Federación Rusa.