¿Existe aún un Partido Comunista en Europa Occidental? ¿Un partido que se presente a las elecciones con sus siglas, enarbole la bandera roja con la hoz y el martillo en sus mítines y enfoque su programa a las clase trabajadora?
La respuesta es sí. En Francia. El candidato se llama Fabien Roussel y, según las encuestas, puede recoger el 3% de los votos en la primera vuelta de las presidenciales el próximo 10 de abril. Un 3% es poco. Pero es más que el 2% que auguran los sondeos a la candidata socialista, Anne Hidalgo. Un 3% es más que el 1,93% que obtuvo Marie-George Buffet en 2007. Fue el peor resultado de un candidato comunista en unas presidenciales y el último intento en solitario: En 2012 y 2017, el PCF prefirió respaldar a Jean-Luc Mélenchon, líder de la izquierda radical que en los últimos sondeos cotiza al 15%.
El caudillismo de Mélenchon, reputado por su oratoria y su agresividad, acabó hartando a una parte del partido que elegió a Roussel como secretario nacional en un congreso en otoño de 2018 con la promesa de que el PCF tendría un candidato propio en las presidenciales. En mayo último, la militancia plebiscitó a Roussel como aspirante al Elíseo.
La elección presidencial es clave en el sistema político francés. Los comunistas se percataron de que la mejor forma de existir era presentarse. "Porque si no, la prensa ni te llama". Roussel, un tipo simpático y bon vivant ha conseguido levantar el ánimo de la militancia. Sus posiciones iconoclastas sobre temas identitarios han cosechado elogios de varios ministros y soliviantado a figuras de la izquierda.
Hay que decir que el programa de Roussel es un cóctel triple rojo. Juzguen ustedes: salario mínimo de 1.500 € netos (1 923 € brutos), pensión mínima de 1.200 € netos, jubilación a los 60 años y jornada laboral de 32 horas. Añádase 100.000 empleos en la sanidad y 90.000 en la educación pública y, de guinda, el fin de los deberes escolares y un ingreso juvenil mensual de 850€. Agítese con la nacionalización de bancos y compañías de seguros. Y pásele la cuenta, al impuesto de sociedades y al de patrimonio que propone triplicar.
Lo que, sin embargo, ha llamado la atención de los medios es que Roussel, al contrario que la socialista Hidalgo, el ecologista Yannick Jadot y el extremista Mélenchon, sostenga que las centrales nucleares son tan necesarias como las energías renovables para alcanzar los objetivos de neutralidad energética.
Él mismo recordó en Le Point que el PCF "apoyó siempre las grandes obras públicas y los programas de investigación que impulsó el general De Gaulle". Lo que incluye el amplio parque de centrales nucleares (56 reactores) que emplea más de cien mil personas … y donde la CGT (el sindicato hermano del PCF) siempre fue mayoritario.
Otro punto de fricción con el resto de fuerzas de la izquierda es la inseguridad: "Hay una amenaza procedente de las redes terroristas islamistas. No se pude negar su existencia alegando que es racismo antimusulmán". El candidato no participó en una manifestación contra la islamofobia de noviembre de 2019, convertida en un escándalo por las proclamas radicales de muchos asistentes.
Sí tomó parte, en mayo de 2021, en una marcha que reunió a miles de policías y que terminó frente a la Asamblea Nacional. Varios lideres sindicales convirtieron la protesta en un claro desafío: "El problema de la policía es la Justicia", llegó a clamar uno de los oradores. Mélenchon no se cansa de denunciar genéricamente "la violencia policial"; Roussel rechaza "las violencias en la policía". En alusión a que son casos puntuales.
Todo obedece a un intento de reconquista de la franja social antes llamada proletariado que se rebela contra una izquierda ecologista, a la que juzga desconectada y altiva: "Las clases populares son quienes están bajo presión de las finanzas o de ecologistas excesivos que les dicen, ‘nada de coche, nada de avión’. ¿Cómo es posible que los que tienen de todo puedan decir a los que no tienen nada qué pueden hacer?”
Roussel es un prototipo de comunista del Norte de Francia, esa región que va de la capital a la frontera con Bélgica, la Francia minera y fabril, antaño bastión comunista y hoy feudo de Marine Le Pen y su partido, convertido, elección tras elección en el más votado entre los trabajadores.
El escritor Nicolas Mathieu le defendió en el canal France 5: "Está bien que haya una izquierda con titulación superior, lírica, erudita y abierta al mundo. Pero también es bueno que haya una izquierda con formación profesional que se interese por los que curran en almacenes, por las enfermeras y los repartidores".
El premio Goncourt calificó a Roussel de candidato de "La Francia de las barbacoas", etiqueta que ha hecho fortuna. Y que le va como anillo al dedo a un candidato que va de poco sofisticado. Y al que le gusta comer: "Un buen vino, una buena carne, un buen queso es, para mí, la gastronomía francesa. Pero para tener acceso a esos bienes hay que tener los medios".
Esa frase anodina, dicha en una entrevista en el canal France 3 el 9 de enero, le costó una bronca en redes sociales notoria en la que partidarios de la izquierda woke le acusaron de tradicionalista y de estar cercano a los postulados de la derecha identitaria.
"Se me caricaturiza como el candidato cuñado, provinciano y paleto pero yo no estoy solo. Hay muchos que están de acuerdo con esta línea, con la voluntad de reconquistar el electorado popular con un discurso de clase…", se defendió él.
En realidad, Roussel es un comunista de los de toda la vida, especie política en vías de extinción. El PCF que en 1937 llegó a tener 290.000 militantes con carnet, ahora reivindica 43.000 cotizantes. El partido en el que militó Picasso y la crème de la crème de la intelectualidad de Saint Germain no tiene ahora un intelectual de notoriedad.
El partido que tras la Segunda Guerra Mundial alcanzó los 183 diputados obtuvo en las legislativas de 2017 un 2,7%. Si todavía en 1977 gobernaba a los. 8,5 millones de habitantes de 19 ciudades, hoy conserva ocho ciudades de más de 30.000 habitantes. Su feudo, el cinturón rojo de París donde en 1977 controlaba 116 municipios es ahora una piel de leopardo con 39 manchas rojas.
El candidato ha vivido esa decadencia desde la cuna porque nació en 1969 en una familia de comunistas formada por su madre, empleada de banca, y su padre, periodista en el diario del partido, L’Humanité, del que fue corresponsal en Hanoi, capital de Vietnam del Norte. El hoy candidato siguió las huellas de su padre: milita en el partido desde 1986 y fue reportero entre 1992 y 1997.
Dejó el oficio para ser asesor de Michelle Demessine, secretaria de Estado de Turismo en el gobierno del socialista Lionel Jospin (1997-2002) el último gabinete que incluyó comunistas. Después trabajó como asesor de varios diputados comunistas mientras medraba en el árbol orgánico del partido.
Mediapart le ha acusado de beneficiarse en realidad de un empleo ficiticio entre 2009 y 2014. Él lo ha desmentido mientras se defiende de la llamada al voto útil de Mélenchon. Y sigue con sus mítines, presididos por la bandera roja con la hoz y el martillo y… la bandera nacional francesa, bien sur.