El 8 de mayo de 1945, a las 23.01 horas, el Mariscal Wilhelm Keitel firmaba la rendición incondicional del ejército alemán, poniendo fin a la II Guerra Mundial. Habían pasado ocho días desde que Adolf Hitler se suicidara en su búnker de Berlín y siete desde que el ejército ruso entrara en la capital alemana, colocando la bandera de la URSS en lo alto del edificio del Reichstag. Solo milicias aisladas seguían resistiendo a duras penas en algunos lugares del frente occidental. De esta manera, se ponía fin a casi seis años de guerra convencional y daban inicio cuarenta y cuatro de Guerra Fría.
La firma de Keitel llegó en la noche europea… ya madrugada soviética. En Moscú, comenzaba el 9 de mayo cuando llegaron las noticias del acuerdo. Inmediatamente, aquel día quedó como el Día de la Victoria, aunque Stalin, obsesionado por la lucha ideológica por encima de la nacionalista, acabó en 1947 con su consideración de día festivo. No había desfiles, no había grandes celebraciones. Los veteranos se reunían y compartían sus historias. Así, hasta que, en 1964, un ucraniano, Petro Shelest, secretario general del Partido Comunista de su región y pieza clave en la destitución de Nikita Jruschov en favor de Leonidas Breznev, propuso reinstaurar su estatus, con el apoyo de todo el nuevo Comité Central.
Hasta 1965, por lo tanto, el Día de la Victoria no fue lo que ha sido desde entonces. El gran día del orgullo patrio, fuera esa patria la URSS o fuera, como ahora, Rusia. El día en el que terminó la Gran Guerra Patriótica, la que costó decenas de millones de muertos entre combatientes y civiles. Celebrado en Rusia por todo lo alto, ya abiertamente como fiesta nacionalista, y también en Bielorrusia o Serbia, el día de la victoria eslava sobre el nazismo parece el día ideal para que Vladimir Putin celebre su victoria en Ucrania, precisamente ante lo que él llama "neonazis", en una nueva guerra de "liberación" para mayor esplendor de la "patria rusa".
Buscar un final de la guerra para ese día tendría todo el sentido del mundo. La pregunta, ahora mismo, es si le dará tiempo a Rusia a acabar sus "operaciones especiales" de forma satisfactoria para esa fecha. ¿En qué condiciones? ¿Qué objetivos mínimos habrían de cumplirse y qué objetivos máximos buscará el Kremlin para vender su triunfo como un mayor éxito? ¿Qué tiene que decir Kiev ante todo esto? Y, sobre todo, ¿son las negociaciones de Estambul entre ambos gobiernos un intento verdadero de alcanzar la paz o una pérdida intencional de tiempo para rearmarse y volver a la carga con más fuerza?
Un difuso reparto territorial
Lo que nos llega desde Turquía es en ocasiones esperanzador y en ocasiones confuso. A veces, da la sensación de que ambas partes tienen un deseo genuino de acabar con la contienda y, a veces, parece que estemos como al principio. De entrada, Putin tiene un problema de credibilidad: ¿cómo confiar en una parte empeñada en prometer una cosa y hacer la contraria continuamente? Parece que Rusia podría aceptar que Ucrania entrara en la Unión Europea a cambio de un cierto reconocimiento de Crimea y el Donbás por parte de Kiev, pero eso es fácil de decir y muy difícil de cumplir.
Fuentes cercanas al presidente Zelenski han afirmado que Ucrania podría darse "una tregua de quince años" respecto a la cuestión de Crimea. El término, en sí, es un eufemismo. O reconoces que jamás vas a recuperar Crimea salvo que Rusia desaparezca como tal o no lo reconoces. En quince años, nada va a haber cambiado desde el punto de vista diplomático. No va a haber un sustituto de Putin que diga: "Ah, es verdad, lo de Crimea de 2014, qué injusticia, vamos a devolverles la península a los ucranianos". Hay que entender que es un formalismo, una manera de no reconocer del todo lo que de hecho estás reconociendo. Algo que Putin pueda vender a su pueblo y a su ejército como una conquista de la guerra sin aparentar una excesiva debilidad.
Otra cosa es el Donbás. Primero, porque el Donbás ya no es solo Donetsk y Lugansk, sino que las batallas se han ampliado a otros territorios rusófonos, empezando por Járkov y llegando prácticamente al río Dnieper. Nadie sabe muy bien de qué hablan los rusos cuando hablan de "liberar el Donbás" ni está claro a qué territorios exactos se refieren. Tan improbable parece que Rusia renuncie a la toma de Járkov como que Zelenski reconozca que esa parte de su territorio, de repente, pasa a ser ruso. No, desde luego, después de ocho años de cruenta guerra con decenas de miles de muertos entre ambos bandos. Tampoco es fácil justificar que te has negado a rendir Mariúpol, condenando a las tropas ahí destinadas a la muerte… y luego vas a negociar alegremente territorios que aún no están totalmente controlados por Rusia.
Habrá que ir casi centímetro a centímetro y eso supone tiempo. No solo tiempo, sino que es una invitación a que la guerra continúe, es decir, a ir recuperando o avanzando posiciones para colocarlas sobre la mesa de negociación. En 33 días, los avances de Rusia han sido relativamente escasos y muy centrados en el este y el sur de Ucrania. Tan centrados que no se sabe si desde el principio esos territorios fueron sus únicos objetivos -como ellos mismos afirman- o si se han convertido en tales pues son los únicos donde su ejército puede sacar pecho.
La cuestión de la Unión Europea
Lo más probable, por lo tanto, es que la guerra continúe aún un tiempo considerable y que, incluso con un armisticio ya pactado, prosigan las escaramuzas en determinadas regiones. Pensar en una paz absoluta en la frontera occidental de Rusia con Ucrania parece ahora mismo ciencia ficción. Si Putin quiere anunciar el triunfo y celebrarlo el 9 de mayo o incluso antes, tendrá que conformarse con mínimos: el reconocimiento de Crimea sería uno, desde luego; también lo sería la declaración oficial de neutralidad de Ucrania y tal vez una retirada de tropas de aquellas zonas del Donbás donde el control ruso sea total y verificable. Ucrania no puede regalar nada a estas alturas del sacrificio.
Otra cosa son los compromisos a largo plazo como la mencionada entrada en la Unión Europea. Sinceramente, suena demasiado bonito como para ser verdad. En primer lugar, hay que aclarar que la Unión Europea no ha mostrado nunca demasiado interés en que Ucrania forme parte de la alianza y menos interés tendrá en una Ucrania depauperada y sin acceso comercial al Mar de Azov. Incluso en el caso de que Odesa se mantenga firme -bastante probable-, el golpe al comercio marítimo de Ucrania está siendo tremendo.
También está la cuestión de los refugiados. Las primeras estimaciones europeas eran de diez millones de posibles emigrantes a absorber entre todos los países miembros. El asunto es que, si Ucrania sigue siendo un territorio en continuo conflicto y aun así se acepta su solicitud de ingreso, hablaríamos de diez millones de personas con libertad para moverse por la Unión Europea, no ya en un momento puntual de crisis y con los controles correspondientes, sino para siempre. Eso requeriría mucha negociación y mucha ayuda a los países fronterizos, principalmente Polonia, Hungría y Rumanía.
Aun así, seguiría siendo raro que Rusia aceptara eso. La Unión Europea no es una organización militar… pero sí es, básicamente, un enorme acuerdo de comercio. Teniendo en cuenta que ahora mismo Moscú está en guerra comercial con esa organización, no está nada claro que le convenga que un socio comercial tan importante para ellos como Ucrania se pase al otro lado. Suena a caramelito para engañar, pero es dudoso que nadie se deje engañar por Putin y sus enviados a estas alturas. En realidad, con que no envenenen a nadie, ya basta.
Una paz rápida será una paz de mínimos
Faltan exactamente 41 días para el Día de la Victoria. Tal y como ha ido la guerra hasta ahora, es difícil pensar que Rusia vaya a conseguir muchos avances en ese tiempo. Desde luego, lo que pueden conseguir ahora mismo negociando ni se acerca a lo que pensaban conseguir hace un mes y pico. Condenar a miles de soldados a la muerte o a la invalidez para afianzar un poco Crimea y crear un corredor por el Mar de Azov hasta un Donbás aún inestable parece demasiado poco como para salir a las calles y hablar de una segunda derrota de los nazis.
La propaganda hace milagros, pero habría que esmerarse mucho. Básicamente, habría que rebajar la retórica de los últimos dos meses. Por ambas partes. Ucrania tendrá que reconocer que ha perdido territorio… aunque haya ganado una batalla por la independencia con la que nadie contaba, y Rusia tendrá que reconocer que esto es lo máximo a lo que puede aspirar su ejército y que algo es algo, aunque no se acerque ni de lejos a lo que su opinión pública esperaba.
La otra opción es dejar pasar ese día y seguir la guerra. Ahora mismo, parece la más probable. Cuando las dos partes sienten que aún tienen algo que ganar combatiendo, lo normal es que no cedan en una paz que no consideran justa. Ucrania está contraatacando con bastante eficacia en los alrededores de Kiev, y Rusia va consolidando poco a poco sus posiciones en la Novarosiya (Nueva Rusia) del este y el sur. Cada uno tiene derecho a pensar que, en un momento dado, el enemigo se derrumbará. Mientras lo piensen, conformarse con media victoria siempre les sabrá a poco.