Llegó agosto y a Justin Trudeau le entraron las prisas. Tras una gestión de la pandemia bastante aceptable en términos sanitarios -Canadá ha registrado tres veces menos casos y tres veces menos muertos por habitante que su vecino Estados Unidos- y con los medios de comunicación centrados en el verano más caluroso de los últimos años en el país, el primer ministro vio una gran oportunidad para aumentar su mayoría relativa en el Congreso y decidió convocar elecciones anticipadas.
A estos factores había que añadirle el probable descalabro del Partido Verde, competencia directa de los liberales en buena parte del electorado. La marcha de la carismática Elizabeth May, una activista capaz de movilizar hasta al 6,5% de los votantes canadienses en las elecciones de 2019, no parecía del todo cubierta con la aparición de Annamie Paul. El sistema electoral canadiense, al funcionar por distritos individuales como en Reino Unido, hace que haya una gran desproporción entre los porcentajes de votos a nivel nacional y los escaños repartidos: así, ese 6,5% que a los verdes no les dio más de tres escaños, al partido liberal podría valerle treinta o cuarenta.
En fin, que Trudeau pensó que era el momento. En pleno verano. Casi sin hacer ruido. Convoco elecciones, saco veinte escaños más y vuelvo a la mayoría absoluta. El plan parecía casi perfecto hasta que llegó la realidad y lo estropeó todo. El mismo día de la convocatoria oficial de las elecciones, Kabul cayó en manos de los talibanes… y, de repente, el debate político y social se alejó de los virus y el cambio climático, centrándose así en la firmeza y la capacidad de liderazgo internacional.
La inflación: el peor enemigo del gobierno liberal
El partido conservador vio la puerta entreabierta y se metió hasta el fondo. ¿Qué pintaba Canadá en el mundo? ¿Qué quería pintar? Recordemos que Trudeau lleva dos años preso del 'caso Wanzhou', la alta ejecutiva de Huawei retenida en Canadá a la espera de que se determine su extradición a Estados Unidos. Incapaz el poder judicial de ponerse de acuerdo al respecto, China ha reaccionado deteniendo arbitrariamente a ciudadanos canadienses y condenándoles a sentencias salvajes sin que el primer ministro haya hecho mucho más que indignarse en público.
La sensación de que el mundo es un lugar peor de lo que Trudeau quiere admitir está más o menos generalizada en todo occidente. Por supuesto, hablamos de un líder carismático, educado y con una gran elocuencia. Es un tipo que gusta mucho fuera de Canadá… y al que en Canadá no le va nada mal -dos elecciones ganadas, la primera con mayoría absoluta-, pero que tiene problemas a la hora de afianzar ese liderazgo más allá de su electorado más fiel. Si la política exterior, decididamente, no es su fuerte, por mucho que el contraste con Donald Trump le ayudara durante cuatro años, la economía tampoco parece estar ayudándole en estos últimos días de campaña.
En una encuesta de Abacus publicada en julio de este mismo año, los canadienses mostraban una honda preocupación por el “coste de la vida”, aparte de otras cuestiones económicas. Y es que vivir en Canadá, sobre todo vivir en Toronto, Vancouver o Montreal, las grandes ciudades metropolitanas, se ha convertido en un lujo. Según The Economist, desde 2015, los precios de las viviendas han subido un 44% de media en Vancouver y un 38% de media en Toronto. Canadá es el país occidental donde comprar una casa resulta más caro en comparación con el sueldo medio, según la OCDE, por encima de Alemania, Estados Unidos y Reino Unido.
Empate en votos, superioridad de Trudeau en escaños
El problema no es solo la vivienda. Los precios en general se han disparado en el último año y medio, desde el inicio de la recuperación post-pandémica. El dato interanual de agosto es del 4,1%, el más alto desde marzo de 2003. Desde el gobierno lo achacan a la propia recuperación en sí: las cosas van tan bien en Canadá que la gente gasta más dinero y a mayor demanda, pues la oferta sube de precio. No parece que sea el caso, pues el problema viene de lejos: en 2018, por ejemplo, la inflación se pasó todo el año entre el 2 y el 3% de aumento. La situación fue similar en 2019.
Lo que prometía ser un paseo para Trudeau puede convertirse este lunes en una derrota electoral. Al menos en lo que respecta al voto popular, porque otra cosa son los escaños. El empate entre los liberales y los conservadores de Erin O´Toole es absoluta. Tras un mes de agosto en el que pareció que O´Toole se distanciaba ligeramente, la media de sondeos da ahora una ligera ventaja para Trudeau (31,6%, frente al 31,0% de su rival, es decir, dentro del margen de error). El reparto de escaños, ya digo, va por otro lado. Estas mismas medias apuntan a una mayoría relativa de 153 escaños para los liberales, a diecisiete de la mayoría absoluta, y cuatro menos que hace dos años. En otras palabras, la ambición de Trudeau le dejaría en una posición aún más precaria en el parlamento.
El Partido Conservador tiene una proyección en los sondeos de 121 escaños, tres menos que en 2019. La gran bajada de los verdes, que se quedarían con la mitad de los votos que en la anterior convocatoria, la aprovechan los Nuevos Demócratas de Jagmeet Singh, que podrían superar el 20% de los votos. Singh, un político de centro-izquierda, podría ser clave en la configuración del nuevo gobierno en caso de que las encuestas estén sobrevalorando a Trudeau y al final sea O´Toole el ganador en votos y escaños, algo no probable pero tampoco descartable.
¿Respeto del turnismo?
¿Qué tendría que pasar para que Trudeau perdiera su condición de primer ministro? Un cataclismo en forma de mayoría absoluta del Partido Conservador o, al menos, una victoria muy sólida de O´Toole. Las proyecciones de CBC News le dan un máximo de 160 escaños. Si llegara a esa cifra, sería primer ministro como lo fue Stephen Harper en minoría durante siete años (2008-2015). Otra cosa sería la gobernabilidad del país frente a dos fuerzas progresistas y una nacionalista.
Siempre cabe la posibilidad de que, incluso perdiendo, Trudeau se decida a pactar no solo con los Nuevos Demócratas sino con el Bloque Quebequés para formar una mayoría alternativa, pero no parece probable. Lo normal sería que los liberales se abstuvieran, respetaran el turnismo y perdieran así la posibilidad ganada en 2019 de gobernar hasta 2023. Todo por intentar rizar el rizo y aprovechar una coyuntura veraniega. Entre mañana y el martes, saldremos de dudas y veremos si el órdago de Trudeau ha sido una genialidad o una torpeza tremenda.