Minsk

Los bielorrusos mantienen su pulso contra el régimen de Alexandr Lukashenko, aunque ya no con protestas diarias en las calles, sino con una resistencia silenciosa, ante el recrudecimiento de la represión por parte del Gobierno, que castiga cualquier disenso con penas de hasta tres años de cárcel.

"Es imposible detener el proceso revolucionario. Es imposible luchar contra la historia", comenta a Efe Andrei Yahorau, analista del Centro de Transformación Europea.

Una calma aparente

A primera vista, Minsk luce casi igual que antes del inicio de la campaña electoral de los pasados comicios presidenciales, que marcaron un punto de inflexión en la historia reciente de Bielorrusia.

Alexandr Lukashenko, al frente de Bielorrusia desde hace más de un cuarto de siglo, fue declarado vencedor en las últimas presidenciales por amplio margen, resultado calificado de fraudulento por la oposición bielorrusa y rechazado por la comunidad internacional.

Tras varios meses de efervescencia popular, reprimida duramente por la policía, las protestas se redujeron considerablemente, pero eso no significa que Lukashenko lleve las de ganar, considera Yarohau.

"Las protestas solo eran la parte visible de la revolución que comenzó en Bielorrusia. Se trata de millones de personas que se sumaron a los procesos revolucionarios. Todo esto continúa", afirma.

Estado de emergencia no declarado

Las autoridades bielorrusas aseguran que tienen la situación bajo control, pero se trata de un "orden" alcanzado gracias a la represión permanente y leyes nuevas que recrudecen las penas por participar en las manifestaciones antigubernamentales.



Según Yarohau, Bielorrusia vive actualmente un estado de emergencia no declarado, en el que los servicios de seguridad controlan la administración civil, se elevan las penas por protestar, se llevan a cabo purgas políticas en las entidades y empresas del estado, las fronteras están cerradas.

El exilio como escape

"Me daba daba vez más miedo salir a la calle. Incluso comencé a sentir ataques de pánico", confesó a Efe Anastasía, una residente de Minsk que participó activamente en las manifestaciones, pero se vio obligada a emigrar a Polonia en marzo de este año debido al acoso de la policía.



Al igual que ella, miles de ciudadanos bielorrusos viven en Lituania, Polonia y Ucrania, tras abandonar su patria, donde podrían ser condenados por su participación en las protestas.



"Está claro que aquí estoy más segura, pero no puedo decir que me sienta más tranquila. Yo sigo leyendo todos los días noticias de Bielorrusia y espero la llegada del momento en que podré regresar", dice.

La luz de alerta

Dzmitry vive todavía en Bielorrusia y participa en las escasas protestas que pese a todo tienen lugar.



"Siempre me da miedo salir. Pero para nosotros es muy importante sentir la unidad, vernos en las calles con aquellos que comparten nuestras ideas. Y recordarles a las autoridades que continuamos luchando", afirma a Efe.



El opositor lamenta que debido a las nuevas leyes represivas del Gobierno bielorruso el número de participantes en las manifestaciones ha decaído considerablemente, pero la crisis no ha pasado.



"La protesta invisible es incluso más peligrosa. Cuando en el automóvil se prende la luz roja de alerta, es preciso reparar el desperfecto. Pero en vez de eso, el conductor tapa la luz. Tarde o temprano el automóvil se romperá", alerta.

Mordaza para los periodistas

Para que nadie se entere de las protestas en el país, el Gobierno aprobó leyes que prohíben a los periodistas informar sobre las manifestaciones, y de hecho les equiparan a los manifestantes, por lo que cualquier reportero presente en una marcha o un mitin puede ser detenido y procesado.



"Se trata de leyes 'ilegales' desde el punto de vista de las normas de la libertad de palabra y la libertad de prensa. No es asombroso que Bielorrusia ocupe los últimos puestos en todos los listados mundiales sobre la libertad de prensa", afirma a Efe Aleh Aheyeu, jurista de la Asociación de Periodistas de Bielorrusia.



Los expertos no se aventuran a pronosticar durante cuánto tiempo más se extenderá esta crisis política, la mayor de la historia de Bielorrusia, pero según Yarohau, a Lukashenko no le queda más opción que apostar por la fuerza para controlar la situación, y eso no podrá durar indefinidamente.

Noticias relacionadas