Unos 2.400 manifestantes heridos, 10.000 detenciones, más de 1.400 agentes de las fuerzas del orden heridos, barricadas en las calles, comercios reventados y la imagen internacional de Francia deteriorada. Es el balance de las protestas de los chalecos amarillos, el movimiento social de indignados que puso en jaque a la República con semanas de protestas y disturbios.
Un año después, la intensidad de las movilizaciones de los chalecos amarillos se ha reducido de forma considerable pero Emmanuel Macron aún teme un repunte de esta crisis que ha complicado su mandato y le ha obligado a hacer concesiones.
Durante la pasada semana diversos colectivos de estudiantes, sindicatos y personal sanitario organizaron distintas manifestaciones contra la "precariedad" que podrían resucitar la franquicia de los chalecos amarillos, justo cuando este 17 de noviembre se cumple un año de su irrupción.
Aunque la influencia de este movimiento que reclamó el fin de la tasa de carburantes incendiando las calles casi se ha desvanecido, los asesores del Elíseo han alertado a Macron: el caos podría volver a París. Todos los sindicatos han convocado para el 6 de diciembre una masiva jornada de protesta contra la reforma de las pensiones.
Suicidio de un estudiante
Sólo hace falta una chispa para que vuelvan los sábados de descontrol al centro de París. Según medios franceses, en el Gobierno galo preocupan mucho sucesos como el suicidio de un joven estudiante que se quemó a lo bonzo tras ver como le rechazaban tres becas de forma consecutiva.
La policía lo reduce a un caso de "locura individual" pero nada asegura que el suicidio de Anas K, de 22 años, sea utilizado políticamente para encender de nuevo las calles. “Acuso a Macron, Hollande, Sarkozy y a la UE de haberme matado al crear incertidumbre sobre el futuro de todos. Hoy voy a hacer algo irremediable", dejó escrito en su muro de Facebook.
La contestación social tiene la agenda reformista de Macron completamente paralizada y el presidente acusa la falta de acción en los índices de popularidad. Sólo un 34% de los franceses aprueban su gestión, según la última encuesta de Ifop para Le Journal de Dimanche. Los datos son malos, pero menos de lo que lo fueron durante el auge de las protestas de los chalecos amarillos.
Del activismo a la política
Este movimiento transversal de indignados sigue dormido desde hace semanas, pero en el Elíseo miran de reojo los planes de dar el salto a la política en las próximas elecciones locales de marzo. A pesar de los malos resultados de las europeas, cuando no consiguieron representación en Estrasburgo, a La Republique en Marche no le hace gracia cualquier atisbo de amenaza a su hegemonía electoral.
El heterogéneo movimiento de los chalecos amarillos se debate entre los que quieren reemplazar a los políticos que no les han escuchado y los que prefieren mantener un perfil alejado de las instituciones. Las asambleas locales surgidas de este fenómeno ya están comenzando a poner los mimbres de estructuras político-ciudadanas para concurrir a los comicios locales. En ciudades como Burdeos, Montpellier, Grenoble o en pueblos como Saint-Affrique o Commercy ya existen plataformas dispuestas a dar la batalla electoral desde la política local.
Aunque la formación de estos partidos está en pañales, un artículo de Liberation advierte de que la estrategia es seguir modelos como el de Ada Colau, "una activista que consiguió hacerse con la alcaldía de Barcelona" aupada por el descontento social.
Christophe Chapuis, coorganizador de la "Asamblea de Asambleas" de los chalecos amarillos alerta de que si el salto a la política se consuma no terminarán diluidos en las "estructuras" de la política tradicional: "Es una revuelta popular que va más allá de los sindicatos y partidos, defendemos la supervivencia de la población".