Kiev
Sábado 30 de marzo, al final del día.
La campaña de la primera vuelta presidencial ha terminado. Y voy a pasar dos horas, en un restaurante de pescado cerca de la catedral de Santa Sofía, con un pequeño hombre en t-shirt negro que tiene una voz ligeramente ronca y energía desbordante: Vladimir Zelensky, ese humorista del que nadie, a esta hora, sabe gran cosa y va, el día de mañana, a dejar sin palabras al mundo al encabezar la primera ronda de escrutinios.
Oleksander Danylyuk, el antiguo ministro de finanzas, organizó la reunión.
Voy acompañado de un equipo de rodaje que filmará lo esencial del encuentro.
Y le digo, de entrada, que soy amigo de Petro Poroshenko, que lo vi el día anterior y que tendrá, pase lo que pase, a mis ojos, el triple mérito de haber vencido a un ejército; mantenido a Odesa y Mariúpol como ucranianas frente a Rusia; y permitido al país aflojar la presión de la deuda y la recesión.
"Lo sé", me interrumpió. "¡Cuánto bien hizo! Pero todo eso es historia vieja. Soy yo quien está frente a usted ahora".
Además, conoce a Poroshenko.
Porque es Poroshenko quien, al proponerle el año pasado unirse y contribuir con su equipo, le dio la idea de entrar en política.
También hubo conversaciones con su amigo Vakarchuk, el 'Bono ucraniano', que durante mucho tiempo asomó la hipótesis de su propia candidatura hasta que renunció y le pasó, de cierta manera, la antorcha.
Pero esos encuentros con Poroshenko, esas conversaciones raras donde le decían "ven, ofrécenos tu nombre" pero jamás le preguntaron "¿qué piensas? o ¿cuáles son tus convicciones?" fueron el desencadenante.
De acuerdo, le dije.
Pero hoy, ¿dónde está usted?
Siendo usted hay tres figuras posibles: en el mejor de los casos, Reagan; en el peor, el italiano Beppe Grillo; y, entre los dos, Coluche…
Zelensky sabe quiénes son los dos primeros.
La evocación del segundo y su compromiso con la extrema derecha italiana parece causarle horror.
Pero no parece, al contrario, conocer a Coluche. Quedó estupefacto al enterarse de que renunció al final de la carrera a pesar de estar muy bien posicionado en los sondeos.
¿Renunció?, dice él, ¡Qué idea más graciosa!
-Sí; quería mostrar que el rey estaba desnudo y enviarlo a vestirse de nuevo; pero una vez hecho, comenzó a respetar demasiado la política.
-Ok. Entiendo. Pero, ¿ocurrió en tiempos de François Mitterand, verdad? Esto es Ucrania, y no tenemos en Ucrania a un François Mitterand.
Me falta espacio para contar todos los detalles de esta larga conversación.
Pero giró en torno a cuatro temas.
Putin. Su oposición resoluta a Putin. Este comentario extraño me parece, en retrospectiva, muy acertado: "Ese tipo no tiene mirada; tiene ojos, pero no mirada”. Se le hace agua la boca por la idea de su primer cara a cara con él, inevitable, si es electo: "¿Usted sabe que soy capaz de hacerlo reír incluso a él? Una risa joven, pero una risa al final; y toda esta juventud rusa, que me conoce bien estallará de risa conmigo; ¿Qué decía usted sobre Mr. Coluche? ¿El rey está desnudo?"
Su programa. Es él quien, de repente, se hecha a reír cuando le objeto que se necesita un programa para gobernar y no lo tiene. ¿Ah sí? ¿Usted también cree esto? Es su problema, querido amigo, no el mío. Porque mi programa existe. Es público, pero nadie se ha tomado la molestia de leerlo. En cuanto a mi equipo, dile a tus amigos periodistas y diplomáticos que se van a llevar una gran sorpresa. Lo voy a crear sin retraso. En público. Y, como usted me considera un showman, será el show más bello de la campaña y de mi vida.
Su judaísmo. Porque lo extraordinario es, de todas maneras, que el ahora posible futuro presidente del país de la 'Shoah de balas' y de Babi Yar es un judío afirmado, bien en su piel, proveniente de una familia de supervivientes de Krivói Rog, en el Óblast de Dnipropetrovks, tierra de masacres, definitivamente. ¿Ese Kid postmoderno es una nueva prueba de la desactivación del virus antisemita del que hablo desde el Euromaidán? ¿Su elección sería como una muestra de arrepentimiento colectivo de la Ucrania de Majnó y de Stepán Bandera? Él, en todo caso, concuerda con las reglas: "el hecho de que yo sea un judío ocupa la veinteava posición de la larga lista de mis crímenes…"
Macron, al final. ¿De quien me había hablado antes?, preguntó mientras llevaba su mano a la boca en forma de cono imitando mi acento francés. "No tengo nada que ver ni con su Coluche ni con los otros. Al que admiro es a Emmanuel Macron. Además, ¡nacimos el mismo año! Le puede pasar el mensaje: no me opongo a hacer un break entre las dos campañas y visitar la Torre Eiffel…"
Me despido perturbado y melancólico.
Vladimir Zelensky es mejor que su caricatura y puede que no sea el populista que denuncié la noche de ayer en un discurso en la Universidad Taras Chavchenko.
Sin embargo, me entristece la derrota de Petro Porochenko. Todavía no la puedo aceptar. Es el hombre que le plantó cara a Putin; el commander in chief que acompañé en el frente de Kramatorsk a estar cerca de las víctimas de uno de los peores bombardeos cometidos por los separatistas prorusos; el coloso improbable, pero tan valiente que vi hacerle frente a la adversidad y a la soledad en un invierno ucraniano, merece más que ser despedido por un humor de la Historia.
Agrego que el hombre que llevé al Palacio del Elíseo en marzo del 2014, cuando estaba todavía en el limbo de los sondeos, no ha dicho su última palabra.