El amplio reconocimiento internacional a Juan Guaidó como presidente legítimo de Venezuela -al que aún aguarda, en apenas unos días, el visto bueno de la Unión Europea- tiene al menos en el corto plazo un efecto más simbólico que real de cara a un cambio político que definitivamente signifique el final del régimen de Nicolás Maduro, heredero del iniciado por Hugo Chávez en 1999.
Guaidó y Maduro llaman en estas horas a cada uno de los miembros de las fuerzas armadas, cuerpo que puede echar abajo las esperanzas de un dictador dispuesto a aguantar en el cargo en el papel de víctima de un "complot" dirigido desde Washington.
En cualquier caso, la operación de Guaidó tiene tal consistencia que Maduro, con gran facilidad para la amenaza y para llevarla a cabo, habla de "golpe de Estado" pero no se ha atrevido a lanzar a la justicia o la policía contra su rival, que el pasado viernes, sin esconderse, protagonizó un acto en una plaza de Caracas.
Marcha atrás de Maduro
Es más, el dictador se muestra dispuesto a sentarse con quienes todavía hoy llama oposición, sabedor de que cualquier otro movimiento ya no pasará tan inadvertido como anteriores, menos aún después de que Estados Unidos haya avisado de que responderá ante "cualquier acto de violencia" contra Guaidó.
Fuera de los focos, de los micrófonos, Maduro flaquea, da muestras de debilidad. Quien, por ejemplo, dio por rotas las relaciones y tres días a todos los representantes diplomáticos de Estados Unidos para abandonar el país, ahora, en voz de su canciller, Jorge Arreaza, aboga por "mecanismos de entendimiento" para tratar de salvar la crisis.
También ha cambiado por completo su agenda y no, como se puede presumir, para cancelar eventos y liberar tiempo para combatir a Guaidó. Muy al contrario, la ha llenado de entrevistas y de actos, todos ante las cámaras, en los que se le vea rodeado de militares. Sus cuentas en redes sociales se llenan estas horas de fotografías y vídeos incluso 'entrenando' con soldados, queriendo hacer ver que hay comunión con ellos.
Guaidó gana terreno
Nada de lo que está ocurriendo es fruto de la casualidad. Guaidó empieza a ser escuchado en el seno de las fuerzas armadas. Por descontado, la cúpula, nombrada por Maduro, está con el dictador, pero en la medida que se va descendiendo en la jerarquía, Guaidó gana terreno con un discurso emocional y un compromiso de amnistía interesante para quienes, como cualquier otro venezolano, sufren las carencias derivadas de décadas de chavismo.
Una circular con su ley para perdonar a todos los que se sumen al nuevo orden está llegando a las patrullas y a los cuarteles, dándose dos reacciones: quienes, ante las cámaras, rompen airadamente el papel en señal de lealtad a Maduro y, en el otro lado, y en gran número, quienes discretamente lo guardan para leerlo con atención.
Miedo vs. esperanza
Otra batalla es la dialéctica: mientras que Maduro alerta a policías y militares que de se deben a un mando superior y que desobedecer es ser partícipes del "golpe", Guaidó tranquiliza y, sin llamar a desobedecer de forma explícita, invita a ello recordando que la Constitución ampara al nuevo presidente y que la traición a la patria sería seguir disparando contra el pueblo o atendiendo al poder que lo ha desabastecido de sustento y los más básicos derechos.
La baza de Maduro es el miedo: decenas de militares han acabado entre rejas estos años acusados de rebelión, en algunos casos por mostrar su descontento con el devenir de la nación. Curiosamente, el dictador no tiene intención de que Guaidó acabe arrestado, pero la sensación entre policías y soldados venezolanos es que cualquier descuido que les alinee con Guaidó les conducirá a prisión.
Guaidó juega la baza de que su documento triunfe entre los cargos intermedios y las bases de los cuerpos armados y sabe que cuando, de alguna forma, trascienda públicamente un pronunciamiento favorable a su causa, el efecto dominó será cuestión de horas. De ese hito a la rendición de Maduro no distaría mucho.