La joven flamenca Emily, de 24 años, ha conseguido que se autorice la eutanasia por motivos de sufrimiento mental insoportable. Su muerte estaba programada para el pasado 24 de septiembre. Ese mismo día, cambia de opinión y decide seguir adelante con su vida. Su caso ha reabierto estos días el debate sobre la eutanasia en Bélgica, que tiene desde 2002 la ley más liberal del mundo en materia de derecho a la muerte. Un grupo de especialistas ha pedido en una carta abierta que se cambie la ley para prohibir aplicarla en los casos donde sólo hay sufrimiento psíquico, porque lo consideran curable. Pero otros colegas se oponen a cualquier modificación alegando que vulneraría los derechos de los pacientes.
“Cuando vean este documental, yo ya no estaré aquí”. Lo que iban a ser las últimas semanas de vida de Emily están recogidas en un reportaje de 21 minutos publicado por ‘The Economist’. La joven, con problemas desde los tres años, recibe tratamiento psicológico desde los 12 por depresión extrema y desórdenes de personalidad, que le han llevado a intentar el suicidio y a autolesionarse en múltiples ocasiones. La cámara muestra unos brazos llenos de cicatrices. Vive la mitad del tiempo en un centro psiquiátrico y la otra en su apartamento de Brujas.
“Ya he tenido bastante de esto. Siento que ya nada me llega. Estoy muerta por dentro. No quiero vivir una mentira. Lo he intentado, pero no puedo. Cualquier cosa que hago me parece vacía y sin sentido. No puedo mirar al futuro, porque no soy capaz de verme en ninguna parte, en ninguna posición, con nadie”. Es lo que explica Emily hablando a la cámara en un vídeo que grabó hace dos años en el que expresaba por primera vez su deseo de morir. Le pareció entonces la forma más fácil, según su propia confesión, de contarlo a sus familiares y amigos.
En el documental, la joven flamenca aparece conversando con los tres médicos responsables del procedimiento, que le insisten en que hasta el último minuto puede cambiar de opinión y no seguir adelante. También la vemos en el césped de un parque de Brujas con sus dos mejores amigas, Frauke y Lisa, discutiendo los preparativos de su funeral. Ellas todavía confían en convencerla para que cambie de opinión. La madre de Emily no quiere salir en cámara y cuenta que ha hecho todo lo posible por disuadirla. “Ella me dijo: mamá, por favor para. Si sigues haciendo esto me perderás. La única forma en la que puedo ayudarla es estar ahí para ella. Aceptarlo no es la palabra. Seguir adelante es la única forma en la que puedo ayudar a mi hija y quiero estar ahí hasta el final”, dice.
Cuatro días antes de la eutanasia, la joven quiere dejar todos sus asuntos en orden. A su mejor amiga le dejará un tarro de cristal lleno de piedras recogidas el día que se conocieron. A su madre, la tele de plasma, porque la que tiene ahora es muy antigua. Su último día lo dedica a las despedidas. La muerte asistida está programada para las 17:00 horas en su apartamento. Pero cuando llega el doctor, Emily le dice que no quiere seguir adelante. Ni ella misma se explica las razones.
“Las últimas dos semanas fueron relativamente soportables, no hubo crisis, no sé por qué. ¿Fue porque la serenidad de la muerte estaba tan cerca y me sentí bien o ha cambiado algo en mi?”, se pregunta en una confesión ante la cámara. “He intentado no pensar en la verdad, porque la verdad es que preferiría no estar aquí. Así que contengo el aliento para el futuro”, concluye.
Lo que dice la ley belga
La ley belga autoriza la eutanasia para los casos de “pacientes que se encuentran en una situación médica sin salida y de sufrimiento físico o psíquico constante e insoportable que no puede aliviarse y que es el resultado de una afección accidental o patológica grave e incurable”. La petición debe formularse de manera voluntaria, sin presión exterior, repetida y reflexionada y debe estar supervisada por dos médicos. Cuando la muerte no es inminente se exige consultar a un tercer médico y dejar transcurrir un mes entre la petición y la ejecución de la eutanasia.
En febrero de 2014, Bélgica se convirtió en el primer país del mundo que autorizaba la eutanasia para menores sin límite de edad. El número de casos de eutanasia ha ido aumentando progresivamente desde los 24 del año 2002 hasta más de 1.800 en 2013. De estos, medio centenar (alrededor del 3% del total) corresponden a casos de sufrimiento psicológico insoportable, aunque en este apartado se incluyen también demencias como el Alzheimer.
Uno de los casos más mediáticos de petición de eutanasia por sufrimiento mental insoportable fue el del asesino y violador en serie Frank Van der Bleeken. Solicitó la muerte asistida tras casi 30 años en prisión alegando que nunca podría superar sus impulsos sexuales violentos. Inicialmente se le concedió el derecho a morir e incluso se fijó el 11 de enero de 2015 como fecha de su ejecución. Pero en el último momento, los médicos decidieron paralizar el procedimiento y se le trasladó a un centro psiquiatrico.
Todos los expedientes son revisados a posteriori por una Comisión de Control de la Eutanasia. Hasta ahora, sólo uno se ha remitido a la justicia, en octubre de 2015. Se trata del caso de Simone, una anciana que pidió la eutanasia tras la muerte de su hija alegando también sufrimiento psíquico insoportable. Su historia fue filmada por una televisión australiana. Su médico podría ser acusado de asesinato porque la Comisión cree que no respetó las condiciones de la ley.
Los argumentos de los que piden cambiar la norma
Los casos de Emily y de Simone llevaron a 65 profesores de universidad, psicólogos y psiquiatras a publicar a principios de diciembre una carta abierta en la prensa belga en la que piden que el supuesto de sufrimiento psicológico insoportable se suprima de la ley de eutanasia. Su principal argumento es que no hay criterios objetivos que permitan determinar que este tipo de casos son incurables y que la eutanasia no debe usarse como herramienta terapéutica. “No hay que banalizar el sufrimiento psíquico. Pero eso quiere decir comprender que el sufrimiento psíquico tiene su propia lógica y es diferente al sufrimiento del cuerpo”, explica a EL ESPAÑOL una de las promotoras del manifiesto, Ariane Bazan, profesora de psicología clínica en la Universidad Libre de Bruselas.
“El cáncer es indiferente a lo que diga el oncólogo, no se detendrá por las palabras del oncólogo. Pero los pacientes sí reaccionan a lo que les dice el psicoterapeuta. El hecho de que el paciente diga que quiere morir, no es simplemente una constatación, es también un llamamiento al psicoterapeuta”, alega Bazan. A su juicio, “el carácter incurable de la enfermedad o insoportable del sufrimiento no pueden objetivarse, así que no tenemos criterios objetivos para estimar la eutanasia y caemos en una evaluación subjetiva”. “Eso deja la puerta abierta a la posibilidad de abusos, ya sean de buena o de mala fe”, resalta.
La profesora se escandaliza de que en los centros psiquiátricos pueda proponerse de entrada a los pacientes la eutanasia, porque así lo permite la ley, ya que a su juicio eso reduce las posibilidades de curación. “Si ya hay un plan B, los pacientes que están mal irán enseguida al plan B, a la eutanasia”, alega. “Cuando se propone la eutanasia es una banalización. En ese caso, la eutanasia pasa a formar parte de la paleta terapéutica y ya no es, como la ley lo prescribe, una medida excepcional”, insiste Bazan.
Los que se oponen a los cambios
La misiva promovida por Bazan ha encontrado una rápida respuesta en otra carta abierta firmada por casi dos centenares de especialistas que rechazan restringir la eutanasia por sufrimiento mental. “Desafortunadamente, el sufrimiento de algunos pacientes es tan insondablemente profundo que, a partir de cierto momento, concederles su petición de una muerte asistida y sin dolor es lo mejor que el sector sanitario puede ofrecerles”, argumentan los partidarios de mantener la ley como está. Y recuerdan que para estos casos, la normativa prevé dos salvaguardas extra: la opinión de un tercer médico y el plazo de un mes.
A juicio de estos expertos, calificar el sufrimiento mental como algo puramente subjetivo “ilustra una falta de empatía y un reflejo paternalista”. “No hay ningún buen motivo para pensar que un paciente con sufrimiento mental insoportable diagnosticado de forma inequívoca por doctores competentes debe ser tomado menos en serio que el que experimenta un sufrimiento ‘objetivo’ físico”, subraya la carta. Obligar a los pacientes mentales a seguir tratamiento de forma indefinida vulneraría sus derechos, su autonomía y su dignidad.
Una de las doctoras que atiende a Emily, Lieve Thienpont, explica así en el documental su cambio de idea. “El hecho de recibir permiso para una muerte asistida supone un respiro para algunas personas. La garantía de que hay un freno de emergencia que pueden usar si todo les supera les ayuda a seguir”, señala.
De momento, el debate sobre los límites de la eutanasia en Bélgica se desarrolla en la prensa y entre los especialistas. El Gobierno de coalición de liberales, democristianos y nacionalistas flamencos dirigido por Charles Michel no se ha planteado hasta ahora modificar la ley.