Dar sin recibir, es hablar de una de esas primeras enseñanzas que desde pequeños nos inculcan en la familia y en el colegio. Un ser generoso con los demás que suele acabar traduciéndose en bienestar y en un sentimiento de estar bien con nosotros mismos.
Pero ¿sabías que dar constantemente todo de ti a los demás sin recibir nada a cambio también puede provocar un gran desgaste? Y no, no nos referimos a recibir cosas materiales, sino a esa necesaria reciprocidad de ayudar y ser ayudados o de querer y ser queridos, de dar y recibir cariño, apoyo… Si tu forma de vivir consiste únicamente en solucionar los problemas a los demás solo por dar un sentido a tu existencia y únicamente de forma unilateral, entonces puede que sufras el síndrome del salvador o de la mujer salvadora.
Y es que, aunque al igual que el síndrome de la mujer agotada o de la vida ocupada, puede darse en mujeres o en hombres, este síndrome continúa siendo mucho más común en el género femenino. Un síndrome que en este caso está relacionado con hacer cosas por los demás y ayudar a los demás, algo aparentemente positivo pero también puede acabar convirtiéndose en algo negativo si decidimos olvidarnos de nuestras propias necesidades y bienestar y llevarlo al extremo.
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Un apoyo unilateral que puede darse en parejas, en relaciones de amistad, pero especialmente en las relaciones familiares sobre todo entre padres/madres e hijos. La persona en este caso persigue esa necesidad de ayudar al otro casi como una obsesión, una necesidad que se define como el síndrome del salvador o de la mujer salvadora en el caso de las mujeres.
¿Qué es el síndrome del salvador o de la mujer salvadora?
Como hemos explicado, la persona que sufre el síndrome del salvador siempre tiene esa necesidad de ir a rescatar o ayudar al otro, sin dar margen para que esa persona pueda afrontar el problema o solucionarlo por sí mismo. Un comportamiento que, aunque de primeras pueda resultar amable, halagador o incluso romántico, llevado al extremo puede acabar por convertirse en un comportamiento patológico y grave para la persona que lo sufre de forma constante.
Un rol de intentar rescatar a los demás y de responsabilizarse de los problemas del otro, muchas veces posicionándose por encima de esas personas y sin confiar en que estas personas puedan solucionar sus problemas por sí mismos. Un comportamiento que no solo deriva en una consecuente desatención de los propios intereses y bienestar de la persona salvadora, sino también en un malestar emocional en su relación con la persona salvada.
¿Qué factores suelen causar el síndrome del salvador?
A menudo, este síndrome del salvador está relacionado con esa necesidad de aprobación que a menudo exige la propia sociedad y que a menudo nos inculcan desde pequeños, bien a través de las historias protagonizadas por príncipes azules, como a través de los diferentes estilos educativos.
Algo que aunque muchas veces no seamos conscientes de ello, se sigue transmitiendo a los hijos e interiorizando. La razón de que esto ocurra es que tendemos a valorar nuestras emociones, opiniones y realidades comparándonos con las personas que nos rodean. Una comparación social que nos ayuda a saber qué es lo que supuestamente está bien o mal, pero que también nos sirve de aprobación a nuestras propias realidades.
¿En qué casos es más común este síndrome del salvador?
El complejo del salvador en este caso, aunque puede darse tanto en hombres como en mujeres, suele ser mucho más común en mujeres, debido a las pautas educativas y diferenciales que a menudo siguen existiendo todavía entre ambos géneros a pesar de que la lucha por la igualdad esté cada vez más presente desde la infancia.
De alguna forma, la sociedad tiende a seguir reproduciendo inconscientemente estereotipos de género que adquirimos de nuestros padres y cuidadores desde esos primeros años, a través de actitudes y comportamientos ‘socialmente aceptables’ para nuestra cultura, sexo, condición… Desde el nacimiento, el comportamiento y la identidad de nuestros hijos están condicionados por esos objetos, experiencias que les proporcionamos, a través del lenguaje, de los cuentos, de los dibujos animados…
A todo ello pueden sumarse además las carencias afectivas que podamos sufrir por ejemplo durante la infancia, las cuales se convierten a menudo en una futura necesidad de reconocimiento de ese género, que a menudo puede incluso llegar a derivar en una dependencia emocional hacia esa figura masculina o femenina, bien sea a través de un padre o madre, pareja, amigo o amiga…
No será hasta que se libre de esa necesidad de reconocimiento y de rescatar obsesivamente a esa persona, cuando la persona salvadora podrá amar en libertad y construir una relación sana basada en la igualdad, en la que el disfrute y el bienestar sea los verdaderos protagonistas de su vida.