Hay una manera de explicar dónde está uno, casi sin dar detalles, que cualquiera que haya tenido preocupación por su privacidad habrá utilizado. Así, cuando Rachel Valdés explica desde dónde está atendiendo la llamada de magasIN, revela sólo que “acaba de llegar al mar” y que está viendo “una puesta de sol que la envuelve”, y estas afirmaciones suenan a veces como si fueran líneas de una canción.
Más adelante en esta entrevista hablará “del mismo mar” de su Cuba natal, así que todas las indicaciones nos llevan a un Atlántico sur español. Rachel Valdés tiene un universo personal íntimo desde hace años, muy relacionado con el mar. Ahora está basada en Madrid, como suele decirse en muchos países, pero Valdés recuerda sus momentos más agradables de infancia con su familia “en el Malecón y en la playa de Santa María donde me crié”.
Considera el agua “como un símbolo y como una cuestión espiritual, contemplativa y casi meditativa”. Todas sus obras, ya sean “instalaciones públicas o pinturas”, tienen que ver con la Naturaleza y buscan “crear un acto de presencia en el espectador”. Como ejemplos de sus creaciones, el Cubo azul, en la Bienal de la Habana de 2015, inspirado también en el agua o Composición Infinita y Happily Ever After.
¿Cuál es su primer recuerdo relacionado con el arte?
Creo que sería un libro. Recuerdo un volumen de Historia del Arte de mi abuelo y otro del Museo del Louvre, ahí fue donde vi las primeras pinturas que me fascinaron.
¿Algún pintor que le impactase entonces?
¡Delacroix! Esa masa de personas, esa vorágine… ¿sabes cuál es la escena de La Muerte de Sardanápalo? Recuerdo que me pareció muy fuerte, muy agresiva… luego con los años investigué sobre esa historia.
Sus abuelos fueron los primeros que la animaron a crear y la conectaron con la pintura española, Velázquez, Goya y Picasso. Valdés cuenta una escena hermosa: “Una cerámica de mi abuelo a la que mi abuela le había puesto unas enormes flores rojas. Recuerdo que pasé y dije ‘¡qué bonito, quiero pintarlo!’. Mi abuela me dio una cartulina y unas témperas y me puse a pintarlo. Luego esa pintura estuvo ahí para siempre, fue mi primer cuadro”.
"Me gusta que la escala del cuadro supere la escala humana, por aquello de que sea inmersivo para el espectador"
Hay ejercicios juveniles que nos proyectan a los adultos que seremos. Relata Valdés que, como si fuera una novela por entregas, ella dibujaba en sucesivos cuadernos un personaje femenino que viajaba por el mundo y conocía ciudades y personas. También recuerda algo típicamente cubano, “un retrato que hice a Fidel Castro, en Cuba se hacían mucho ese tipo de concursos y yo gané el primer premio y fue quizá mi segunda pieza importante para mí. Así que con muy pocos años decidí que me iba a dedicar al mundo del arte: primero iba a los concursos de pintura en San Miguel del Padrón y luego decidí apuntarme a la escuela de pintura donde estaba el Teatro García Lorca, el gran teatro de La Habana y finalmente ingresé en la Academia Nacional de Bellas Artes”.
¿Dónde diría que encontró, por así decirlo, su estilo?
En la escuela de Bellas Artes, allí comenzó esa inquietud mía por la Naturaleza, también por los reflejos y las ilusiones ópticas…
¿Y la abstracción?
Allí también, en Bellas Artes, empecé a fascinarme por figuras como Malevich o Kandinsky, pero la verdad es que yo primero exploré la figuración con pintura matérica, hice obras más autorreferenciales, estilo pop… luego encontré mi mundo.
¿Cómo es su ritual diario?
Normalmente me despierto y voy al estudio, me gusta la luz natural para trabajar y comenzar, a veces pongo inciensos y música…
¿Qué tipo de música?
[sonríe] Depende, a veces un poco de música cubana o me gusta también el silencio…
¿Y usa el mismo proceso de trabajo?
Sí, utilizo bocetos, dibujos, pruebas… Luego preparo la paleta para sacar los colores, mezclarlos y a partir de ahí, comienzo con la aplicación al gran formato.
¿Le gusta la escala mayor?
Me gusta que la escala del cuadro supere la escala humana, por aquello de que sea inmersivo para el espectador, también busco eso con mis instalaciones. El tamaño pequeño permite más la espontaneidad, los bocetos rápidos, probar la compatibilidad de los colores. Me encanta trabajar de forma automática, muy suelta, explorar las posibilidades que te brinda la pintura.
En este momento, Valdés interrumpe la conversación para exclamar ‘¡el atardecer!’ y aprovecha para tomar una fotografía con su móvil. “Es el Atlántico, claro, es casi el mismo mar de mi Cuba, un poco distinto, en el otro extremo”. Nada le resulta comparable con la belleza de lo natural, su principal inspiración. Con sus creaciones, busca “que los colores te abracen y abarquen, como ahora mismo me ocurre, claro que no es comparable, pero me inspira”.
¿Se inspira mucho en la Naturaleza?
Sí, para mí no hay nada más grande y más importante que la Naturaleza. Tomo fotos de lugares que me inspiran, colores o formas, gamas que están en el cielo o en el mar, paisajes terrestres o imágenes aéreas… me gusta la idea de ‘los paisajes dentro de un paisaje’ .
Contaba que cuando era pequeña dibujabas un cómic sobre una chica que viajaba… ¿Cuál fue la primera ciudad fuera de Cuba en la que residió?
Viví en Barcelona durante un tiempo, que es una ciudad muy artística, que me fascina. Mi conexión con España siempre ha estado ahí, un lugar lleno de historia y cultura profunda, mi segundo hogar porque siempre va a ser Cuba el primero, tengo un arraigo muy grande a mi cultura y a mi historia, a mis raíces, aquí me siento como en casa pero soy de allá.
Con un estudio ahora en Madrid y otro en La Habana, esta mujer elegante, conectada con un círculo de personas relevantes de distintos ámbitos de la interpretación, la música, la moda y la gastronomía, elegiría como comida preferida “un buen arroz campero o una paella”. Se siente afortunada por las oportunidades que le da la vida, y relata cómo hace poco estuvo visitando en los Hamptons el estudio de De Kooning, uno de sus pintores preferidos “por su manera de mezclar los colores, la velocidad y la fuerza que tenía”, y su nieta le enseñó el lugar en que él pintaba y pudo “hasta tocar sus pinceles”.
Si no hubiera sido artista, sonríe, “probablemente habría sido arqueóloga, egiptóloga incluso, porque me encanta desde siempre conocer el misticismo de otras culturas ancestrales”. Al igual que con sus pinturas, con las que busca, sobre todo, “explorar distintas capas de la realidad. Quizá se trata de una búsqueda muy individual e introspectiva, pero creo en apreciar la belleza que nos rodea, en fijarnos en las relaciones que tenemos con nuestro propio entorno. A mí me gusta y me siento muy cómoda en estos estados de tranquilidad y desconexión, que en realidad son conexión pura, con la Naturaleza”.