Aida Folch, musa de Trueba: "Le quiero como a alguien de mi familia, es el más culto y humilde que conozco"
"Uno no puede escapar de sí mismo. Si estás jodido lo estarás en una isla lejana y donde sea"
Aida Folch llegó en barco, al igual que su personaje, al rodaje de Isla perdida (Haunted Heart), la nueva película del oscarizado Fernando Trueba, que sucede en una isla griega, concretamente en un pueblo en el que “solo había un súper, dos tabernas, algunas casas, un puerto y nada más”. Se alojó en una cabaña justo al lado de la que ocupaba el hollywoodiense Matt Dillon, coprotagonista de este thriller llamado —según la crítica— a convertirse en un clásico. “Y, como no quedaban casas libres para que viniera nadie a visitarnos, estuvimos aislados durante los más de tres meses que duró el rodaje”, relata.
Aida Folch (Reus, 1986), ha protagonizado algunas de las mejores películas de Trueba (El Embrujo de Shangay y El artista y la modelo) o de León de Aranoa (Los lunes al sol), y se la conoce por papeles como Françoise Alcántara en series de culto como Cuéntame.
“Esa misma noche en la que llegué”, revela, "forré mi habitación con todas las páginas del guion, en orden, apuntando en cada una el raccord emocional. Durante meses, tuve las paredes de mi cuarto empapeladas con todo mi recorrido emocional, indicando cómo debía sentirme cada día y, al terminar cada jornada, iba tachando: ‘aquí me siento descolocada’, ‘aquí me relajo y cuento sobre mi vida’, 'aquí me siento enfadada’… El raccord —continuidad dramática— no sirve solo para saber dónde tiene que estar un vaso, es también dónde tienes que estar tú”.
Quizás deberíamos aplicar ese concepto de raccord emocional a nuestra vida cotidiana y planificar un poco más lo contentos o tristes que vamos a estar. ¿No es eso la programación neuronal?
[Sonríe] Es curioso. Había días en los que me tocaban escenas de llanto y enfado y me decía desayunando ‘hoy voy a pasar un mal día de agua y lloros’. O todo lo contrario, ‘hoy voy a ser feliz’. Quizás en la vida real, aunque no nos demos cuenta, hagamos eso.
Vestido de Javier de la Fuente
¿Diría que el trabajo con las emociones en la interpretación o en el arte en general nos da inteligencia emocional?
Ojo con eso. Trabajar con lo emocional te conecta con las emociones, y puede ser para bien o para mal. Si te miras el ombligo constantemente para ver cómo te sientes, no es interesante. Antes se decía que era importante que los actores vivieran. Estoy de acuerdo, hay que salir afuera, vivir con intensidad. Si no conoces el dolor, ¿cómo vas a interpretarlo? Si estás todo el día en el gimnasio y no hablas con la gente y no sabes qué pasa en el mundo, ¿cómo vas a meterte en la piel de otra mujer? Si no entras en un garito y te enamoras… Lo que nos gusta a los actores es jugar.
¿Jugar?
Jugar, como cuando eres un niño y crees que eres un vaquero. Todos los grandes actores y actrices con los que he trabajado, como Claudia Cardinale —estuvimos juntas con Trueba— son niños de aura, de actitud. Carmen Machi es una de las personas más capaces de jugar, y de hacerte reír y llorar. También Carmen Maura es una niña que juega todo el día, y todas lo hacen porque es insoportable el peso de la actuación y de la vida. Nosotras creamos mundos, fantasías e historias que no son las nuestras para olvidarnos del tedio y el desasosiego.
Musa de Trueba
Complete esta frase: “Con Trueba…”
Con Trueba, todo. Todo, y siempre. Lo quiero como alguien de mi familia, como amigo, confío plenamente en él, le tengo una admiración y una lealtad absoluta.
¿Diría que Isla Perdida es una película ‘muy Trueba’?
No la veo tan Trueba. Es más bien un suspense clásico y, quizás por eso, resulta novedoso. Aunque si eres fan de su cine verás coincidencias, por ejemplo con El mono loco.
Para él, usted es una inspiración. Al conocerse ambos, ¿fue un crush, como dicen ahora?
Qué va, en su momento hice cinco castings, a los que se presentaron más de cinco mil chicas. Fue difícil. Encajé por factores como la edad o la época en la que iba a hacerse la película, porque buscaban a alguien con mi cara, pelo rizado, catalana... Además, tenía cierto parecido con Ariadna Gil, que iba a ser mi madre. A Fernando le gustaba que yo fuera flexible, joven, pero quizás tenía cierta madurez e intensidad. En El artista y la modelo quería a una tía salvaje y también la vio en mí. Entré en el mundo del cine gracias a él.
Él la descubrió y le abrió las puertas de la interpretación, ¿cómo le describe después de estos años?
Fernando tiene mucha enjundia. Es la persona más culta y más humilde que conozco, que lee filosofía y al que le interesa la vida, pero de verdad, y le atrae el arte como una manera de embellecerla. Ama a la cultura y a las personas, a los actores… Y todo ello se refleja en sus películas. No es un director exitoso, superficial y plano. No juzga a sus personajes, sino que tiene una mirada profunda del ser humano.
Inspirar a Matt Dillon
¿Cómo fue trabajar con el hollywoodiense Matt Dillon? Más que eso, darle réplica, porque la película son, sobre todo, ustedes dos en esa isla…
Fernando siempre me da la oportunidad de trabajar con actores y actrices con carreras increíbles. Aquí Matt y yo, como protagonistas, tenemos mucho diálogo porque la película se basa principalmente en nuestra relación. Y creo que tenemos mucha química. Nos lo notábamos nosotros y nos lo decía la gente. Esta película era muy importante para mí, yo venía muy trabajada y quería hablar con él todas las escenas. Me iba a su casa a repasar el texto todos los días. Matt busca la verdad, lo cual es muy europeo: prueba, se equivoca, cambia el texto y pasa de la marca porque prioriza estar poco encorsetado. Yo imaginaba que sería más estricto, rollo Hollywood, pero comía con nosotros y era uno más.
¿Le dio Dillon alguna indicación?
Nunca me corrigió, todo lo contrario, decía que le corrigiera a él porque yo tenía la historia muy clara en la cabeza. Yo no podía improvisar en otro idioma y cambiar el texto en inglés, así que a veces le intentaba convencer de que lo que estaba, estaba bien. Fernando estaba un poco asustado al pensar aquello de ‘a ver qué inglés me va a traer esta chica’, imagínate un acento british de ‘youuu knoooww’. Tuve que trabajar mucho para que pareciera natural. Hablar en otro idioma es un reto. No te puedes estudiar la frase el día anterior.
¿Merecemos todos que alguien nos modifique, que entre en nuestra vida y nos lleve a otro lugar?
Sí. Hoy en día es difícil, hay una línea delicada entre entrar e invadir. Lo bueno de la película es que son dos personas que están perdidas, sin teléfono, que no están distraídas electrónicamente y que se ven todos los días. En la vida real, antes era más fácil conectar con los demás que ahora; no había tanta ansiedad.
Vestido de Momoni
El sentido del cambio
Una descripción del carácter de su protagonista, y del de usted misma…
Yo creo que todos nacemos con un carácter y una energía determinados. Yo siempre he sido rebelde, alocada y seria. Todo al mismo tiempo. Y, si me dieran un papel de chica lánguida y dulce, lo tendría que trabajar mucho. Mi personaje aquí es el de una mujer con energía masculina que va a por lo que quiere, una tía valiente que se ha ido a una isla griega, que le gusta su jefe y se lo dice, y que está ‘a pico y pala’ detrás de él.
¿En una isla desierta somos más nosotros mismos?
Cuidado con eso. Yo también soy de esas, porque lo hemos romantizado, pero uno no puede escapar de sí mismo. Si estás jodido, lo estarás en una isla lejana y donde sea. El cambio está dentro, no fuera. Con 19 años hice las maletas y me fui a vivir a Arlès para aprender francés, gastándome todo lo que tenía. Me sentí muy valiente, pero no fue el hecho de irme a otro lugar, sino que toda esa aventura me hizo crecer profesionalmente y, como persona, me enseñó que si tenía motivación y encontraba el sentido, podría hacer cualquier cosa.
Respecto a la película, ¿no se puede huir del pasado?
Uno no puede dejar su pasado atrás. Tú eres tu pasado y te va a perseguir siempre lo que has hecho y las decisiones que hayas tomado.
¿Nos comparte un antídoto contra la frivolidad?
Yo diría que la respuesta a todas las preguntas está en el amor, en lo genuino, en lo más sencillo y auténtico. Estamos todo el rato aparentando, poniéndonos ropas y mirándonos por dentro. Hay que desnudarse más y mirar hacia afuera. En mi caso, cuando no estoy trabajando, en vez de meterme en clases de interpretación, prefiero asistir a clases de costura, estar de tertulia, charlar con las jubiladas del barrio, montar a caballo...
Vestido y chaqueta de Idò Las lotas y anillo de Atelier Pottery
¿Es esa vida inestable de la interpretación más divertida?
A mí me gusta vivir así. Lo elegí, lo conozco y me gusta: necesito una vida excitante. Hay gente que no. Mi padre es muy feliz con sus rutinas, no necesita viajar y valora lo que tiene: ahí también está la felicidad. El deseo te hace sufrir, creas expectativas y nada te vale. Es muy difícil mantener la salud mental cuando no tienes una rutina.
¿Cuál es su secreto para mantener la ilusión?
Creo que hay que centrarse en lo esencial, en cambiar la mirada más que las cosas. La ‘vida artesanal’ me parece bonita. A muchos escritores o artistas no les gusta estar en el foco y, al ser personas sensibles, les hace mal vivir en una urbe con la mediocridad. Estamos muy distraídos de lo esencial en el mundo en el que vivimos hoy. En cambio, en situaciones duras, como estar en una guerra, se vuelve importante saber dónde duermes, si comes y si sobrevives. Y eso nos puede pasar mañana.
¿Y cuál cree que es el mejor modo?
Es que, para mí, la felicidad no existe como esa idea de 'llegar a un sitio'. Seguramente hay que aceptar que te vas a morir con noventa años sin haber entendido o hecho muchas cosas, o sin haber pedido perdón. Creo que la vida es muy compleja, y seguramente vamos a estar perdidos y a la deriva hasta que nos vayamos. Se trata de poder jugar con la deriva de una forma más agradable, encontrando sentidos, aceptando el movimiento y buscando cosas que nos motiven.
¿Diría finalmente que sigue usted siendo la misma que comenzó a trabajar con Trueba?
Cuando he trabajado con actores y actrices mayores, me han transmitido que lo esencial no cambia. Creo que eso es lo que hemos venido a hacer en este mundo, ese es nuestro ejercicio: aceptar quiénes somos. De eso va la película. No sé si se consigue realmente.