La maternidad, como la vida, es tan fácil o difícil como queramos verla. No exagero si os digo que a mí esta máxima me ha permitido superar con cierto éxito lo peor de la maternidad. A los momentos más complejos. A ese cuarto oscuro, a esos días y noches sin dormir. Y eso es estoicismo puro y duro.
Tomar conciencia de que nada dura para siempre, de que todo, siempre podría ser peor. Y de que las circunstancias están, se producen, la vida nos las pone en el camino, pero depende de nosotras mismas cómo reaccionar ante esos acontecimientos. La vida es actitud y en nuestra mano, sí está controlar esa actitud.
La encargada de ver en mí, o en mi forma de entender la maternidad y la crianza, el estoicismo, fue mi editora, Leticia, de Libros Cúpula. Su propuesta me sorprendió y alagó a partes iguales, lo confieso, y aunque dudé durante unos días de ser capaz de desarrollar el proyecto, me lancé.
Enseguida fui consciente de que necesitaba sentarme a escribir y dar forma a todo lo que tenía en la cabeza. El proceso de escritura del libro fue catártico y me ha ayudado a cerrar las heridas que, ahora he sabido, se me quedaron abiertas durante mis dos pospartos.
Para mí el posparto es uno de los momentos clave de la maternidad para el que nadie te prepara realmente. Está muy institucionalizado todo lo que tiene que ver con la preparación al parto, la vigilancia durante el embarazo es exhaustiva, pautada al milímetro. Desde lo que debe pesar la madre en cada semana de gestación, los valores de glucosa, la dieta que seguimos… Pero es convertirte en madre y desapareces del radar de la sanidad, en especial en lo que respecta a la parte emocional.
Nadie me habló de que habría días en los que no me apetecería levantarme de la cama, si es que había conseguido meterme. Días en los que, a pesar de tener que ser inmensamente feliz por haberte convertido en madre, te sientes profundamente desdichada, desconocida, agotada.
Esa vida que acaba de salir de ti es lo mejor que te ha pasado, sí, pero no te sientes como tal, y nadie te explica a qué se debe, de hecho siempre habrá quien te cuestione, o te cuestionas tú misma, que es aún peor, siempre con la culpa a cuestas.
Maternidad estoica
Confío en que Claves para una maternidad estoica llegue a muchas mamás presentes y futuras, y ¡ojo! También hombres.
Os hablaba antes del efecto sanador que el libro ha tenido en mí, me ha servido además para verbalizar algunas sensaciones y sentimientos que en su momento fui incapaz de contar, de expresar.
Fui incapaz de pedir ayuda a quien es mi cómplice en todo este proceso, mi marido. La maternidad no viene a unir parejas, al menos en mi experiencia y hay momentos que son especialmente delicados, porque cuesta entender la situación, cuesta entender lo que estás sintiendo y se hace casi imposible encontrar las palabras para explicarlo y pedir ayuda. Por eso este libro me ha acercado a él, porque he logrado bucear en mi interior, encender la luz y empezar a sanar.
Y luego está la necesidad real de encontrar en tu pareja, si es que en tu caso como el mío la maternidad es cosa de dos, la colaboración verdadera, la corresponsabilidad.
La clave del éxito
Delegar, la clave del éxito es uno de los capítulos del libro y sinceramente, creo que es absolutamente necesario.
Por nuestra parte, aprender a delegar para descargar responsabilidad, porque física y mentalmente es sanísimo soltar lastre y asumir que no estamos solas en el cuidado y crianza. Y para la otra parte, es importante que tengan los datos para saber entendernos y no excusen su responsabilidad en ese mantra infundado de que los bebés necesitan sobre todo a su madre.
Legado Estoico
No quería cerrar Claves para una maternidad estoica sin hablar de los niños, y del que entiendo como uno de los grandes regalos que les podemos dejar. Lo que he definido como Legado Estoico.
No os descubro nada nuevo si os digo que los niños son esponjas y que tienen en nosotros, sus padres, el principal referente.
En alguna de las entrevistas que he hecho durante la campaña de promoción del libro, he hablado de qué imagen quiero que mis hijos tengan de mí, por lo que pueda suponer para su desarrollo y percepción de la vida adulta. No quiero que vean una madre estresada, agobiada, con la sensación de no llegar a nada. Insatisfecha en sus diferentes facetas.
Quiero que mis hijos sean conscientes de que las obligaciones existen, el trabajo, al menos en nuestro caso, es necesario y es muy importante que lo disfrutemos. Que sepan que los contratiempos ocurren y que no es cuestión de que la vida sea justa o injusta (mi hijo Mario utiliza de forma recurrente ese ¡qué injusto!, cuando las cosas no salen como le gustaría).
La vida en numerosas ocasiones hace los planes por nosotras porque desbarata por multitud de razones los que teníamos previstos. Para eso nuestros pequeños también tienen que estar preparados y huir de la frustración, que es una de las patologías habituales de la sociedad inmediata en la que vivimos.
Lo interesante de todo esto es el proceso, el aprendizaje, el camino. No tengo dudas de que el estoico no nace, el estoico se hace. ¡Feliz camino!