La risa de Margarethe von Trotta (Berlín, 1942) se escucha claramente en el pasillo del hotel berlinés, donde atiende a la prensa para hablar de Viaje hacia el desierto. Esta es la más reciente película de una larga lista donde resaltan Rosa Luxemburgo, La calle de las Rosas o Hannah Arendt, aparte de otros títulos de su pasado como intérprete.
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La legendaria directora alemana en Viaje hacia el desierto cuenta sobre la escritora de origen austriaco Ingeborg Bachmann (Vicky Krieps), centrándose en un momento específico en su vida, el cual marcaría el futuro de esta excepcional poeta. La carismática Ingeborg conoce al también escritor Max Frisch (Ronald Zehrfeld), se enamoran, montan casa juntos, y en esa convivencia empiezan las fricciones, las de pareja, las personales, pero también los enfrentamientos relacionados con la profesión.
A través de una relación primero apasionada, luego trágica, que se va desmoronando a golpe de ego, desencanto y traiciones, von Trotta retrata a una mujer que ha significado mucho en la vida de la cineasta. La autora de El tiempo postergado, Malina o A los treinta años, precisamente en un viaje al desierto, logró juntar algunos trozos de su vida. Haciendo referencia a ese hecho, Margarethe von Trotta confesaba aquella tarde en Berlín: "Voy al desierto cuando me siento realmente desesperada".
Usted ha dicho que de diferentes maneras Ingeborg Bachmann ha estado presente en su vida y trabajo.
Es así. De joven leía su poesía, me encantaba, fue como crecer con ella, al punto que hasta me animé a escribir poemas. Bueno, como todo el mundo, cuando eres joven intentas escribir poesía, tal vez sea un efecto de la edad, pero me di por vencida, ya que tuve la sensación de que lo que escribía no era lo suficientemente bueno.
Cuando me convertí en directora, en dos películas incluí algunos pasajes del trabajo de Ingeborg, y después tuve la oportunidad de conocerla. Es cierto que en cierta manera ella ha sido una compañera de vida, pero nunca me imaginé que haría una película sobre ella.
¿Qué recuerdos tiene de cuando la conoció?
La vi una sola vez. La conocí en el 72, un año antes de su muerte, y fuera del tiempo en el que se desarrolla la película que es ente 1958 y 1964. Recuerdo que estaba bastante debilitada. No podría describir a Ingeborg en una sola frase, porque ella ha significado mucho… Para mí era como el sol, una mujer que desprendía una inmensa luminosidad.
Me pasó algo muy extraño. Dos años después de su muerte empecé a recibir cartas en mi oficina de un hombre que afirmaba que yo era la reencarnación de Ingeborg. ¡Imagínate! (se ríe) Insistió muchísimo en esa idea tan descabellada. Junté todas esas cartas, y tal como Ingeborg hizo con los diarios de su marido, las quemé (se ríe).
Teniendo en cuenta la importancia que ha tenido Ingeborg Bachmann en su vida y las mujeres que ha retratado en sus películas, ¿cómo fue que la idea de Viaje hacia el desierto vino de otra persona?
Es verdad, vino de otra persona, pero al menos de otra mujer (se ríe) Katrin Renz, una productora suiza, tuvo la idea y me contactó a través de otros productores con quienes filmé Hannah Arendt (2012) Me habló de su idea del proyecto y me preguntó si estaría dispuesta a hacerlo. Le dije ‘¡Dios mío!, es una mujer muy importante para mí’(se ríe) Tenía miedo a no hacerle justicia, mi respeto hacia ella siempre ha sido demasiado grande. Pero me fui metiendo en la historia y sus personajes, y terminé convenciéndome de que tenía que hacer esa película.
¿Por qué quiso centrarse en ese particular periodo de tiempo en su vida y en su relación con Max Frisch?
Antes de empezar la relación con Max Frish, estuvo con el escritor Paul Celan que era una persona muy sensible, diría que irascible. Ella le amaba profundamente, pero fue realmente imposible vivir con él. Ingeborg tenía además un gran amigo, el compositor Hans Werner Henze, que también aparece en la película, con quien tenía una relación hermosa, él era homosexual, hasta pensaron en casarse, pero pronto desecharon la idea.
La película capta un momento efervescente en la vida de Ingeborg, ella necesitaba una especie de refugio, alguien que fuera capaz de aceptarla como la mujer libre e independiente que era. Entonces apareció Max Frisch, un hombre que resultó no ser tan fuerte como aparentaba. Esa contradicción me llamó la atención.
Otra razón por la que escogí ese periodo es porque yo viví durante muchos anos con Volker Schlöndorf, quien también es director. Me vi reflejada en los problemas que tuvo Ingeborg con Max. Al tener la seguridad de conocer esas dificultades, sentí que era mucho más fácil abordarlos en la película.
Si bien Viaje hacia el desierto está basada en personas y hechos reales, ¿cómo se planteó introducir la ficción?
Tengo que reiterar que esta película no es un documental. Hay escenas que son ficción porque no conozco absolutamente todo de los personajes, aunque me documenté mucho. Por ejemplo, hace poco se publicaron unas cartas (Wir haben es nicht gut gemacht, 2022), se trata de una correspondencia entre Ingeborg y Max, pero no tuve acceso a ese material a tiempo. Tuve presente los hechos, pero me sentí con la libertad de usar un poco mi fantasía e imaginación.
Las fricciones de la convivencia estallan con un hecho en concreto.
Max Frisch escribió Pongamos que me llamo Gantenbein (1964), la historia de un hombre que simula estar ciego para observar a su esposa. Aunque la mujer no es escritora, por la descripción se puede reconocer a Ingeborg Bachmann.
Para ella fue un golpe bajo, tenía la sensación de que él fingió amarla con la finalidad de ser objeto de observación para escribir un libro. Aunque no fuera cierto, la hirió. En la película, cuando Ingeborg se entera, de inmediato quema los diarios de Max, pero en realidad los quemó después de separarse.
Muchos escritores encuentran una especie de punto de partida o inspiración en las personas con quienes conviven, ese fue el caso de Frisch. Pero Ingeborg tenía un proceso creativo diferente, su búsqueda era otra.
También tenían diferencias en sus rutinas de trabajo: ella era una escritora noctámbula, en cambio, él escribía por la mañana. El traqueteo de la máquina de escribir a tempranas horas de la mañana le atormentaban.
Usted fue una de las primeras cineastas en contar historias sobre mujeres. ¿Cuántas veces tuvo que enfrentarse a las negativas?
Cuando empecé a tener el deseo de convertirme en cineasta, había muy pocas mujeres directoras. Una de ellas era Barbara Loden, que siendo actriz dirigió Wanda (1970), una película maravillosa que vi en Nueva York en el 73. En esos años yo era actriz, entonces me dije que tal vez yo también podría hacer lo mismo.
Desde entonces he vivido una larga vida y hecho varias películas. Sin embargo, siempre me decía que no eran historias interesantes, principalmente que no les podrían interesar a los hombres. Fui objeto de broncas y disgustos, de verdad trataron de destruirme, pero sobreviví.
¿Qué tuvo que hacer para poder sobrevivir?
No sé cómo lo hice, simplemente no me rendí. Fue imposible matar a alguien (se ríe) pero entonces me aferré a las oportunidades que se me presentaron. Eso me proporcionó mucha alegría. Además, hubo un par de personas que estaban convencidas de que era capaz de hacer este trabajo, así que me ayudaron.
Recuerdo que después de hacer Rosa Luxemburgo (1986) estaba un poco desesperada, entonces un productor italiano me propuso hacer una película para él en Italia. Me fui, reconstruí mi seguridad, fue mi salvavidas. Terminé haciendo tres filmes en Italia y luego volví a Alemania. Quizás he tenido suerte.
Además de los elementos externos, ¿tuvo que luchar contra su enemigo interno?
Más que enemigo es el miedo a no poder encontrar tus ideas o a que las mismas no las puedas hacer realidad. Nunca pensé que no tenía la capacidad, la habilidad o el talento. Mi madre me crio sola, era una mujer independiente y muy inteligente que desde muy temprano me enseñó a confiar en mis capacidades.
Creo que en esa enseñanza está también el porqué defendí mi propósito de hacer películas políticas. Me decían ‘no te metas con eso que es peligroso’, pero yo siempre respondía: tal vez sea peligroso, pero al menos yo lo he intentado.