Leonor
Watling
“Como artista, a veces sientes una soledad enorme”. Lo dice Leonor Watling, y el punto final de su frase coincide con el choque de la taza de café contra el plato. Está sentada en una de las sillas blancas de la terraza del Café Gijón de Madrid, donde confiesa a magasIN que ha escrito una buena parte de las nuevas canciones de su próximo disco para Marlango, inspirándose también en conversaciones que ha escuchado en las mesas cercanas.
Celebra una carrera llena de éxitos y comparte sus nuevos proyectos, pero no oculta sus inseguridades y, durante la entrevista, hace frases al bies que entrega con dulzura y contundencia. “La maternidad es muchas veces la excusa perfecta”; “El amor como tema no se acaba nunca”; “Una voz es como un olor: o te gusta o no te gusta” o “Existe la mala suerte y existe la suerte, eso no se puede negar”.
Leonor Watling, icono del cine español, posa para magasIN.
¿Se considera una persona afortunada?
¿Yo? He tenido mucha suerte. Esta carrera depende mucho de la suerte. Y también del camino que hayas recorrido, si te pesa o no te pesa. Cuando llevas años trabajando, es quizás necesario un momento de resetear y olvidarte de lo que has hecho. Y de poner a todo también un poco de ironía —sonríe—.
Acaba de terminar el rodaje de Anatema.
Sí, en esta película soy una monja.
¿Dará mucho miedo?
Sí, y creo que ésa es la intención —ríe ostentosamente—. Y habrá algo de humor. Porque la vida es así. En las tragedias más terribles hay un momento de humor.
Está a la espera de otro estreno más.
Sí, Chinas de Arantxa Echevarría (ganadora del Goya a la mejor dirección novel con su película anterior, Carmen y Lola), rodada el verano pasado, con Pablo Molinero y Carolina Yuste. Se estrenará después de verano. Es preciosa, transcurre en Usera y trata de la segunda y tercera generación de inmigrantes. Interpreto a la madre adoptiva de una niña china que se hace muy amiga de la hija de los dueños de un bazar. Es un tema muy interesante.
Acaba de terminar también de rodar un capítulo para una nueva serie de la BBC.
Tengo mucha suerte. No puedo contar mucho, pero ha sido divertido trabajar en inglés, me gusta y me cuesta. Estoy con la tecla del sí.
Decidió tomarse un tiempo con su grupo de música, Marlango.
A veces hay que hacerlo. Uno mismo se mete en rueditas —sonríe—. En algún momento tienes que parar porque si no no sigues, y se te va secando el vuelo.
Ahora podemos volver, con nuevos temas.
¿Y qué tal le está resultando volver a escribir?
Pues… a ver —arquea las cejas—.
¿Cuáles serán temas de su nuevo disco?
Varios, el amor por ejemplo no se acaba nunca. Sólo que va desde distintos sitios según la situación en la que estés. Creo que fue Goethe el que se enamoró y lo último que escribió fue una novela de amor adolescente. Yo lo que estoy intentando es no escribir con miedo, ni con rabia, ni con pasados, sino en el presente.
¿Han cambiado sus gustos musicales?
Nada.
¿Y las lecturas?
Tampoco mucho. Se han incorporado autores, pero como parte de un mismo universo. Una cosa que me encanta de Jorge Drexler, mi pareja, es su curiosidad infinita, su capacidad de asimilar e incorporar lo nuevo no como un espectador, sino como parte de ello. A mí eso no se me da tan bien.
¿Es la inspiración difícil de encontrar?
Creo que todos tenemos momentos de inspiración. Si eres maestro se te ocurrirá una idea para dar mejor tu clase. O si eres científica. No es un término exclusivo del arte, en ciencia está muy demostrada su importancia.
¿Diría que ha cambiado su relación con la creatividad?
Claramente. Tengo 47 años y de repente hay alguien que ya no puedo ni quiero ser. Tampoco sé muy bien cómo ser ahora. En los hombres es distinto, yo creo que esto os pasa un poco más adelante. Lo que siento en esta época de mi vida me recuerda mucho a la adolescencia, es la sensación de que te cambian la baraja. Ya has aprendido a jugar, ya sabes cómo va, y te dan una baraja distinta. Yo he decidido no seguir jugando con aquella baraja, quiero jugar con esta nueva, que es bonita además. En eso estoy.
¿Cómo describe la maternidad?
Es muy absorbente. Hay una frase que me encantó que leí, que ‘la maternidad es la excusa perfecta para hacer lo que quieras hacer’. Si nunca querías salir porque te da pereza, es la excusa perfecta. Si te encanta trabajar, lo justificas para traer más pan a casa.
La actriz, musa de grandes directores internacionales, prepara su vuelta a la música con Marlango.
Una biografía con suerte
Siguiendo con la metáfora, ¿sintió que las cartas que le tocaron en su carrera eran muy buenas?
No. Para nada. Sentía que tenía suerte, eso sí. Porque había compañeros de clase de interpretación con un talento alucinante que no trabajaban. Pero hay una parte del discurso del mindfulness que no compro. Existe la mala suerte y existe la suerte.
Sin embargo, tuvo éxito pronto en su carrera.
No. Es verdad que empecé a trabajar desde muy chiquita. Pero mi primera peli no la vio nadie. La primera serie que hice era un personaje muy secundario. La segunda peli que hice no la vio nadie tampoco… Y luego recuerdo el día de la fiesta de mi primera nominación a los Goya.
A mí me habían nominado por la película de Antonio Mercero. Saliendo pedí el certificado a la salida y me preguntaron ‘¿quién eres?’. Respondí ‘Leonor Watling, actriz’. Y me miró un señor como diciendo ‘se lo está inventando’. Lo buscó y ahí estaba —sonríe—. Y me di cuenta de que aquello no iba a ser tan fácil. Después de eso pasé un año sin trabajo. Y lo pasé fatal. Me planteé dejarlo y volver a trabajar de lo que fuera.
¿Fue una vocación temprana?
Yo quería ser arquitecta. Pero no trabajar de arquitecta, llevar un traje y un maletín y visitar un edificio. Quería ser poli también, pero no podría jamás serlo. Quería ser muchas cosas, y ahora entiendo que lo que quería era ser todos esos personajes.
¿Cuándo fue su despegue mediático?
Cuando me ofrecieron Raquel busca su sitio. A partir de ahí ya sí que conocí una sensación distinta, trabajé con Bigas Luna, me volvieron a nominar por la película de Inés París y empecé a sentir que podía vivir de mi trabajo. Lo curioso es que esa sensación tú crees que ya la has superado pero vuelve. Y nos ha pasado a todos, lo he hablado con un montón de compañeros. Estás ahí, estás muy bien y de repente pum, vuelves a estar un año, año y medio o más buscando proyectos… Lo hablo mucho con amigas y compañeras.
¿Por ejemplo?
Con Maribel Verdú, bromeamos con que cuando a ella dejaron de llamarla empezaron a llamarme a mí. Y ahora a Maribel mírala. A mí la Verdú me flipa, esa energía, esa luz, esa sonrisa que tiene.
¿Cuál ha sido la época en la que se ha sentido más segura?
Cuando me pase te llamo —ríe—. Ha habido días. Pero es muy efímera.
Algo muy característico suyo es lo multidisciplinar.
Muchas veces me dicen eso de ‘es que tú cantas y actúas’. Pero hay muchos actores que hacen otras actividades artísticas. El otro día conocí a una abogada penal que también es azafata de Iberia. ¡Eso sí que es un lío! He conocido a deportistas olímpicos que son químicos. No es tan raro lo mío —sonríe—.
¿Y la gente con la que ha trabajado?
Pues también mucha suerte, porque he trabajado con gente alucinante. Desde Almodóvar, imagínate, a Isabel Coixet o Alex De la Iglesia. De mis compañeras, Nathalie Poza tiene mucho talento interpretando y canta; Juana Acosta tiene un poder, emana una presencia, una confianza en quién es y una autoridad… ahora está produciendo. Yo la miraba y le decía ‘¡yo quiero un poco de eso que tienes tú!’.
¿E internacionalmente?
Conocí a Emma Thompson, que me encantó porque es realmente graciosa, a mí me gusta mucho su humor inglés, y me llamó la atención que era muy curiosa, preguntaba muchas cosas.
A Meryl Streep la conocí en un restaurante, llegó como si nada, habló con todos, uno por uno. ‘I am Mary, what's your name? Are you a journalist? What do you write about?’. Nos dejó enamorados. También respeto mucho a los tímidos, pero supongo que me produce admiración la gente tan abierta.
Se define usted como tímida.
Soy tímida porque me afecta mucho todo. Por eso soy solitaria.
De hecho afirma que la caracterización la ayuda mucho a interpretar…
El contexto. Lo que hago en un escenario no lo haría nunca en una cena con amigos con una guitarra. Eso es la mitad.
¿Cómo prepara los papeles?
Depende. Sobre todo de si se trata de teatro o cine. En cine dependes de un equipo. Primero del guión, después de la dirección y luego del montaje. Un mismo plano montado desde otro ángulo o con otra cosa detrás hace que estés increíble, o sobreactuada o impasible. A mí me divierte mucho meterme en los papeles, pero lo que más me gusta del cine es trabajar con un equipo… yo daría premios a los personajes, no a los actores.
¿Qué tiene el cine que no tiene otra expresión?
El cine es muy paradójico. Por un lado, es mecánico, casi militar, con momentos muy aburridos. Y esa parte técnica y de procesos está mezclada con la interpretación, con personas que están llorando en una esquina y de repente les dicen ‘ponte en la marca’ y se arrastran hasta ella y ahí tienen que explicar una escena que nada tiene que ver con la realidad. Es como un puzzle. Y luego todo eso se mete en una sala, le ponen música.
Es pareja de otro gran artista, ¿cómo es la convivencia entre dos creativos?
Es muy prosaica. Somos muy respetuosos el uno con el otro y con lo que hace cada uno. Yo soy oyente, si me pregunta algo le contesto, y si le sirve mi respuesta, la usa, y si no, pues no. Nunca hay exigencia. A veces preguntamos cosas como ‘hay algo aquí que no funciona, es como un suflé que no se ha levantado, ¿tú sabes qué puede ser?’. Pero normalmente le enseño todo al final, terminado al 99%. Y por eso llevamos juntos tanto tiempo. Entendemos mucho las angustias del otro, que a veces son absurdas como que cinco minutos antes de salir a cantar, crees que no puedes.
¿Cuál cree que es la función social de los artistas?
El arte es fundamental, para mí tiene que ver con lo más espiritual del ser humano. La parte animal no lo necesita para estar sana o comer… pero no somos sólo animales racionales. Tenemos una parte espiritual que algunos conducen a lo religioso y que nos explica como especie y da un sentido a estar aquí, y a ser consciente de que vas a morir en algún momento. El arte es la respuesta a la conciencia de mortalidad.
El futurible
¿Y su relación con las redes?
Las redes sociales podrían ser maravillosas, pero tenemos que aprender a usarlas y no sabemos todavía. Veo niños con móviles y pienso que esto va a ser, con los años, cuando ahora vemos fotos de médicos fumando. Mis nietos le dirán a mis hijos ¿en serio? Está demostrado que nos hace mal. Recuerdo que Bigas Luna, que era un visionario y un genio, me dijo un día, cuando decían que Internet iba a ser como tener la biblioteca de Alejandría en casa, que ‘ya veríamos, porque que si el problema fuera no tener acceso a libros, las bibliotecas estarían llenas”. En YouTube tienes cosas increíbles y lo que más se ve es Baby Shark y soft porn.
¿Qué habría ganado y perdido si hubiera tenido otra profesión?
Más estabilidad. Frente a una vida muy rica de viajes y relaciones personales. Es muy solitario también pero no se percibe así. Se termina la peli y sientes una soledad enorme. Nos pasa a todos. Ese grupo que se había formado, en el que tienes mucho que aportar, de repente no está, y con tu gente no puedes compartir eso. Los músicos también están muy solos, pero claro, te estás dedicando a algo tan difícil, que sabe muy mal quejarse.
A mí me gusta mucho sentir que somos obreros, que es un oficio. Escribir una canción y cantarla, desde luego tiene un parte de creatividad, pero luego como un orfebre hay que terminarla, maquetarla e interpretarla.
La inteligencia artificial parece que amenaza hoy al arte, ¿qué opina usted?
Me encantó un tweet que leí el otro día que decía ‘yo pensé que la inteligencia artificial iba a barrer y fregar, no que iba a escribir mientras nosotros barríamos y fregábamos, maldita sea’. Como actriz, mi oficio es ser un superconductor, soy como el níquel, mi trabajo es que pasen cosas en mí.
El texto, la emoción… tienen que estar en algún lugar físico y eso soy yo. En la música igual, pasa a través de mí, en el teatro o el escenario. Un estreno de una película es algo rarísimo, porque vas a un lugar y sólo te has maquillado y te han hecho fotos. Hace mucho que terminaste de trabajar en ella. Pienso que quizás con la inteligencia artificial no habrá actores de cine, sólo de teatro, ¿no? Lo bonito del directo es el error, y en el cine el error se arregla, así que no sé…
[Watling, que cambió su primer apellido como primer paso de su construcción artística, sonríe, pide agua en la terraza del Café Gijón y repara en el recuerdo de una entrevista que mantuvimos hace veinte años, y habla de la posibilidad de hacer otra más, dentro de otros veinte.]
¿Cómo le gustaría que fuera esa entrevista dentro de veinte años?
Me gustaría tener contentment, como se dice en inglés. No se trata de conformarse, ni de ser feliz porque sí, sino de estar satisfecha y tranquila, sin la inquietud de lo que falte o no llegue. Hay mucha gente con la que me gustaría trabajar, me encantaría volver a un proyecto con la Coixet, con Cesc Gay… pero sobre todo en este momento de mi vida me gustaría colaborar con alguien a quien le apetezca mucho trabajar conmigo.
Agradecimientos a A6 Cinema.