'Autoras de palabra con Rosa' tiene una cita en casa de Leticia Rodríguez de la Fuente, hija de Félix Rodríguez de la Fuente, emprendedora nata, viajera, autodidacta y pionera en todo cuánto ha hecho. Debuta como escritora con Tocar tierra (Espasa, 2023).
[Verónica Roth, escritora: "¿Le permitimos a la gente cambiar realmente con el paso del tiempo?"]
Un libro de botánica, jardinería y su propia vida mientras contempla el paisaje siendo de nuevo ella misma; Leticia. Una entrevista en primera persona de una niña en la que con diez años la muerte de su padre desencadenó, entre otras cosas, una época infernal.
"Sentía que un monstruo venía a visitarme nada más apagar la luz en forma de eternidad. Hasta que un día decidí que estaba en mi cabeza y que siempre me llevaría a un callejón sin salida", recuerda.
Y, continúa: "Asimilarlo era mucho más insoportable que aceptar el final. Recuperé la cordura, pero tuvieron que pasar muchos años para entender que lo que esa niña ansiaba era quietud".
Las manos de una niña podan los geranios moribundos en un intento de rescatarlos de un final seguro. Una limpieza a ritmo de tijera con un amor infinito convencida de que su trabajo daría buenos resultados. "Esa sensación la he llevado siempre conmigo. Aquello fue el inicio de algo, pero tardé muchos años en recuperarlo", cuenta.
Para Rodríguez de la Fuente "el tiempo a ciertos niveles del ser humano no existe. Tocar tierra ha sido un proceso de recuperarme a mí misma. A la niña que se perdió a raíz de la muerte de mi padre. La percepción que tengo tocando esa tierra es que he vuelto".
Las palabras y el lenguaje a veces son peligrosos. Perdió la esencia, esa parte de niña que no había sido mancillada por la vida, por los traumas, por las exigencias, cuando estaba tranquila y bien con lo que estaba haciendo.
Hay caminos que parecen no llevar a ninguna parte, simplemente invitan a pasear entre las plantas y a disfrutar de la naturaleza que es mucho. Que es todo. "Mi camino ha sido un proceso de vaciamiento personal", asegura la botánica.
Reconoce la escritora de Tocar tierra que "de joven estaba muy llena de mí, y a medida que me voy haciendo mayor, me voy vaciando, hasta un punto en el que me he dado cuenta de que no hay nada que buscar; ningún lugar a donde ir. Si fuéramos capaces de entenderlo seríamos mucho más felices."
Leticia cultiva las plantas que son sostenibles, porque hay que ir a favor del pelo y no a contra pelo. "Yo no quería hacer trampa. el cultivo industrial lo hace todo el tiempo. Yo tengo que aprovechar los recursos que tengo y la idiosincrasia del lugar para ver qué puedo conseguir".
"Otro elemento importante es la rentabilidad que me va a dar el proyecto que tiene que pagar los gastos. Uno, porque no tengo dinero, y luego porque quiero que sea sostenible. Si no volvemos a nuestra cultura consumista y capitalista en la que hacemos lo que queremos. Todo es posible, todo lo fuerzo y tengo satisfacción inmediata”.
En ese recorrido hasta llegar a su granja de flores, Leticia me cuenta, una anécdota que no está en los medios. Ella, con esa vena megalómana y compulsiva había decido montar una tienda justo en la esquina frente a su casa, lo que ahora es Roberto Verino, pero se torció el pie produciendose un esguince. Un mal paso. Un paso en falso, esa era la metáfora, y no continuó con ese proyecto.
Poco tiempo despúes en el mercado de Antón Martín había un puesto pequeño en el que rezaba: Pescadería Félix y se dijo: “esta es otra señal”. Cuando llegó el recibo del agua estaba a nombre de Félix Rodríguez, no podía tenerlo más claro. Ese era el lugar y el momento.
“El vuelo del halcón es dificilísimo" reflexiona la empresaria "algunos de mis proyectos me han salido bastante mal, otros no tanto. Me he estrellado muchas veces, pero todo lo que he querido hacer lo he hecho”.
La muerte de su abuela
La autora recuerda el momento en el que murio su abuela, un momento en el que no estaba muy bien anímicamente "Me acuerdo de que la besé y la abracé, y pensé qué suerte tiene de estar liberada de todo esto. De todo este teatro que a mí me debía tener muy quemada”.
Pero poco a poco se ha ido reaciendo, la jardinería le ha permitido vivir y asentarse. “Trabajar mi jardín me ayuda a asomarme al precipicio de mi vacuidad sin miedo. Nos rodeamos de ruido constantemente porque nos da pavor asomarnos a ese precipicio. Lo bueno que tiene la jardinería es la soledad acompañada”.
En este tiempo Leticia ha aprendido que "es necesario saber estar solo" y ahora puede "afirmar que la tierra sana, cura".