A sus 86 años, Jane Fonda demuestra que sigue siendo una rockera, una mujer rompedora que emprendió su propio camino y se hizo de un nombre propio a pesar de que todo estaba dado para lo contrario.
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Quienes fuimos testigos del encuentro con la gran estrella durante el Festival de Cannes, nos llevamos uno de los mejores recuerdos y un chute de energía. A lo largo de casi una hora y media, entre francés e inglés, Jane dio un repaso de su vida artística y personal a través de su filmografía y de sus coprotagonistas.
Desde ahora sabemos que a Robert Redford no le gusta besar y tiene “un temita con las mujeres”, que Lee Marvin le creó la conciencia del trabajo digno y que Michael Douglas ni fu ni fa, “aunque le respeto”, añadió más tarde al darse cuenta de que había entrado en un jardín espinoso.
“Háblame más de este lado que no me puse el auricular”, se mofó de sí misma, “¡Dadle el micrófono a esa chica que va a morir de la desesperación!”, dijo tomando las riendas del tramo final de este encuentro donde el público tuvo oportunidad de hacerle preguntas a la actriz.
“Todavía me sorprende que me sigan ofreciendo roles”, confesaba con rubor, “no puedo creer que a mi edad aún esté trabajando”. También mencionó las películas que acaba de rodar con “ancianas como yo”, refiriéndose a 80 for Brady (Kyle Marvin), donde comparte con Sally Fields, Lily Tomlin y Rita Moreno, así como Book Club – Ahora Italia (Bill Holderman), con Diane Keaton y Candice Bergen.
De tomar el control Jane Fonda sabe mucho, y eso lo aprendió poco a poco. Hija de la realeza hollywoodiense, se inició en la actuación pese a la larga sombra de su padre Henry Fonda, un hombre que vivió por y para la interpretación.
De Jane, sorprende que siempre haya irradiado una luminosidad única, pese a pertenecer a una maquinaria que suele chupar a las actrices para luego desecharlas. “Es cierto lo que hace Hollywood con las actrices”, confirmaba como testigo de primera línea y aclara que, en su caso, no fue así porque “siempre le di importancia a otras cosas aparte de mi carrera, de lo contrario nunca hubiera hecho todo lo que hice”.
Contra todo pronóstico, recuerda que abandonó EE. UU. para ir a vivir a Francia con su primer marido, Roger Vadim. “Siempre tuve la sensación de que no pertenecía realmente a Hollywood”, confiesa y separa el oficio de lo que constituye esa maquinaria.
“Yo sé lo que es no ser una actriz”, hacía un balance, “el activismo le dio un sentido, antes me sentía miserable, hay que hallar el significado de la vida, saber para qué estamos aquí, y a mí me llevó 70 años convertirme en una persona”.
Jane Fonda siempre mantuvo el puño en alto en son de lucha. Todo empezó con fortuitas conversaciones con exsoldados estadounidenses que vivían en París, y con un libro (The Village of Ben Suc, escrito por Jonathan Schell) que uno de ellos le dio a leer.
“Me cambió la vida”, exclama y no exagera, ya que como buena patriota había creído que su país estaba en el bando de los buenos. Con sus primeros sonoros pasos en el activismo, se ganó el mote de Hanoi Jane, y al entrar en conflicto con sus privilegios, consideró abandonar la actuación.
“Le comenté mis intenciones a Ken Cockrel, el fundador de la liga de abogados negros revolucionarios, y me dijo (trata de imitar la voz de su amigo): 'Fonda, el movimiento ya tiene muchos organizadores, pero no contamos con estrellas de cine. No debes renunciar a la actuación, más bien tienes que ser más intencional con tu carrera y hacer películas que importen, que merezcan la pena'”.
Jane tomó al pie de la letra el consejo, y ese fue el principio de una nueva etapa en su vida artística, que se inició con el filme Coming home (El regreso, dirigida por Hal Ashby, 1978), película produjo y protagonizó, involucrándose de lleno en un proceso de tres años.
Su entrada en el activismo también cambió su actitud en cuanto a su apariencia física. Recuerda que cuando a los 13 años tenía una apariencia andrógina: “hasta me llegaron a preguntar si era chico o chica, me encantaba porque en realidad no quería ser una niña”. Sin embargo, con los años las inseguridades hacia su físico fueron avanzando. Se escudó detrás de una frondosa cabellera rubia, acorde con los cánones de belleza de la época, y que marcaría el ideario colectivo con Barbarella (Roger Vadim, 1968).
“Estaba empezando a convertirme en una persona más política, y decidí deshacerme de esa cabellera, al hacerlo, me sentí liberada”, concluye riendo.
Con los años el activismo se fortalecería, no solamente le ha significado prontuarios en la policía de diferentes estados en EE. UU., sino también grandes satisfacciones, una tarea continua y sostenida que nunca detuvo ni siquiera mientras filmaba películas. “En cuanto escuchaba ¡corten!, corría a coger el teléfono para recaudar fondos”.
Con vistas al año electoral que se avecina, adelantó la también fundadora de la ONG, Jane Fonda Climate PAC, que su único proyecto tiene que ver precisamente con el activismo.
“El calentamiento global no existiría si no hubiera racismo ni patriarcado”, sostenía mientras pasaba la mirada por el público que llenó la sala Buñuel, “todavía tengo motivos para albergar esperanzas si hacemos todo bien”.
El largo camino hacia el feminismo
Jane Fonda deja claro que le llevó años fortalecer su consciencia feminista, constituyendo otro de sus grandes procesos de vida.
Para la película Klute (Alan Pakula, 1971), donde interpreta a una prostituta, inició una investigación que le cambiaría la vida para siempre. Conversó con muchas prostitutas, “la gran mayoría de ellas habían sido abusadas sexualmente cuando eran niñas”, y además visitó algunas morgues, donde pudo constatar la gran cantidad de mujeres asesinadas por violencia machista.
“Es difícil de entender lo que voy a contar si no eres actor”, dice a modo de introducción, “pero en el momento de la filmación, mientras rodábamos una escena en la que el asesino está tratando de matarme, una parte de mí estaba completamente en el personaje, pero la otra gritaba fuerte: ‘Ostras, me estoy convirtiendo en una feminista’”.
En la extrañeza causada por la situación, dice que se dio cuenta lo que significaba el feminismo, y supo que a partir de ese momento, para la Jane real, las cosas iban a mejorar.
Pero no sospechó que el proceso para considerarse una feminista, sería aún más largo. “Siempre estuve casada, fui de una persona a otra”, comenta sobre sus tres matrimonios, “cuando finalmente estuve soltera, fui sola a ver la obra, los Monólogos de la vagina (Eve Ensler), ¡fue extraordinario!”, comenta que lloró, que rio, pero sobre todo reflexionó.
“Sentí cómo el feminismo empezaba a invadir mi cuerpo de una vez por todas”, refuerza la imagen con un gesto con las manos, “no fue hasta ese momento que me pude apreciar como una feminista de verdad”.
Considera que el movimiento #MeToo ha supuesto una gran diferencia y que ha sentado precedentes, que va hacia delante y que aún no ha terminado. “El #MeToo ha permitido que se expongan las agresiones y acosos sexuales, y lo que es más importante, ha hecho que las mujeres sientan que pueden hablar de sus experiencias y que se les crea”.
“Porque cuando han sido violentadas y lo cuentan, la gente no les cree, entonces es como haber sido doblemente agredidas, lo cual profundiza aún más la herida”.
La que fue también reina del aerobic en los 80-90, la que primero odió a Barbarella durante el rodaje para luego amarla profundamente, también fue exitosa como productora al darle perspectiva de género a la cinematografía estadounidense, eso sí, desde la comedia.
Entra en detalles de cómo armó en su doble rol de productora y protagonista, la cinta Cómo eliminar a tu jefe (Colin Higgings, 1980 ). La película fue todo un éxito, la canción de Dolly Parton (que también actúa) pasó a ser una especie de himno para las mujeres y además, ese filme marcó el inicio de una gran amistad con Lily Tomlin.
Evidentemente orgullosa del amor que le profesa a Tomlin, hace balance de las cuatro películas rodadas juntas, además de los siete años compartidos en la pantalla chica con la desternillante Grace and Frankie.
En este sentido, destaca la importancia de las amistades entre mujeres. “Creo que vivimos más que los hombres, precisamente por las amistades entre nosotras”, explica, y haciendo gran despliegue de sus dotes de comediante, describe cómo los hombres entienden la amistad.
“Ellos se sientan uno al lado del otro para ver deportes, los coches y a las mujeres que les pasan por el frente”, cuenta mientras la sala estalla de risa. “Mientras que nosotras nos sentamos cara a cara, mirándonos a los ojos y no tenemos miedo de admitir que estamos perdidas, que no sabemos qué hacer en la vida”.
“No tememos pedir ayuda, abrir nuestras almas, y hasta reímos tanto juntas que podemos mojarnos”, otra camada de carcajadas se deja escuchar y Jane trae a colación un estudio (en apariencia serio y científico) el cual concluye que es peor para la salud de las mujeres no tener amigas que fumar.
“Así de importante es la amistad entre mujeres, por eso debemos tener empatía hacia los hombres, porque la maldita cultura y reglas sociales les enseña a no pedir ayuda, a no mostrar sus sentimientos”, apunta.
En Jane Fonda tenemos un tesoro, una muestra de vitalidad, pero sobre todo una gran inspiración para todas las generaciones.