Hay personas que tienen una presencia emocional extraordinaria y Vanessa Redgrave es una de ellas. Se dice de ella que, cuando tiene el papel correcto, y si no también, parece estar iluminada desde dentro. Es un efecto difícil de explicar porque la clave interpretativa de Redgrave no es un continuo.
['La Sra. Lowry e hijo': El pintor y la mala madre]
Su presencia emocional llega en forma de subráfagas que ella maneja a su antojo: da igual que se trate de una propuesta teatral clásica o más actual, incluso en la gran pantalla que todo lo aplana, parece que fuera súbitamente a quebrarse y, un segundo después, que fuera a dictar una sentencia.
Es la mejor actriz de su generación según Tennesse Williams. Consigue que la escena entera se traslade de golpe a la época exacta y que los demás personajes adquieran las cualidades que les corresponden, algo que ocurre solo con las grandes actrices, que son capaces de elevarlo todo inmediatamente.
Si posa su mirada en un espectador -la leyenda dice que da igual que sea en la última fila del patio de butacas-, se removerá sin remedio en la silla. No en vano su nacimiento se conoció a gritos por primera vez en un teatro londinense cuando Lawrence Olivier, compañero de escena de su padre, comunicó a la audiencia que Michael Redgrave, el actor que interpretaba a Laertes, acababa de tener una hija. Hamlet se detuvo: pocos actores pueden decir que tuvieron un aplauso en sus cinco primeros minutos de vida.
Una explicación para ese poder desmesurado podría estar en la epigenética, porque ella es de las pocas actrices del mundo, rara avis, que podría invocar hasta cuatro generaciones de antepasados para levantar sobre las tablas un papel escrito por Shakespeare. No sorprende que haya caminado bajo una lluvia de premios en su carrera.
¿Un Olivier con Los papeles de Aspern (1984), un Tony con Largo viaje hacia la noche (2003)? ¿Seis nominaciones a los Óscars, siendo ganadora con Julia (1977), dos Globos de Oro, un BAFTA, dos Emmys, un premio del Sindicato de Actores? ¿Mejor actriz del Festival de Cine de Cannes en dos ocasiones? ¿Qué son los reconocimientos cuando alguien sale a escena sabiendo que puede que se trate de la mejor actriz viva del mundo?
Fans y 'haters'
Las ideas políticas de Vanessa Redgrave, como explican sus biógrafos, se entretejieron pronto, creando una competición mediática entre su carrera, su actividad profesional y sus declaraciones reivindicativas, con las que volvía a construirse como actriz y activista una y otra vez.
Se dice que sus fans, de hecho, se dividen en tres tipos: los que la idolatran, los que la adoran en secreto y los fans que dicen odiarla, pero tienen que admitir que puede que se trate de lo más increíble que hayan visto nunca.
El día de la ceremonia de los Óscars de 1978, cuando John Travolta le entregaba el premio a la mejor actriz, por su interpretación dando réplica ni más ni menos que a Meryl Streep y Jane Fonda en la película Julia, [su gran papel cinematográfico, además de Blowup (1966) de Antonioni], ella subió al escenario ataviada con un vestido futurista y, tras una breve intervención, el público comenzó a abuchearla por usar directamente la expresión “matones sionistas” [fuera había manifestantes judíos que quemaban sus fotos en protesta por sus declaraciones].
Según ella misma explica, se desilusionaría pronto con el Labor Party, pero militaría en el Partido Revolucionario de los Trabajadores, siendo incluso candidata al Parlamento británico en dos ocasiones y se uniría a diferentes movimientos: contra la guerra de Vietnam, como anti-Thatcher o contra la guerra de Irak...
Según su explicación, esa visión del mundo está relacionada con sus vivencias de infancia en los inicios de la Segunda Guerra Mundial.
En cierto modo, si la política la fue decepcionando, su labor interpretativa siguió el camino inverso y Redgrave, desde que se graduó en la Central Drama School en 1957 (junto a Judi Dench, su compañera de promoción, entre otras actrices de primer nivel), tuvo siempre claros los papeles que debía elegir, brillando sobre todo en los que interpretó para la Royal Shakespeare Company, especialmente Rosalinda en Como gustéis en 1961.
Saga interpretativa
Había nacido en Londres, en 1937, en ni más ni menos que la cuarta generación de actores, siendo su padre Sir Michael Redgrave, actor y director, y su madre, la actriz Rachel Kempson. Su abuelo, Roy Redgrave, había sido un actor de teatro reconocido en el siglo XIX. Sus hermanos, Lynn Redgrave y Corin Redgrave, también estarían dedicados a la interpretación.
En su autobiografía publicada para Arrow Books, ella misma explicaba la importancia que tuvo la infancia. “Nací en mitad de una tormenta de nieve, un sábado 30 de enero de 1937. Mi madre estaba en una clínica en Blackhead, Londres, a las seis en punto de la tarde, y mi padre estaba luchando en duelo con el actor Lawrence Olivier en el Old Vic. Laertes versus Hamlet. Alguien señaló a mi padre desde un ala del teatro y dijo 'es una niña' y Olivier dio un paso adelante en la cortina y anunció a todos que Laertes tenía una hija. A mi padre le enorgullecía mucho esta historia”.
“Mi primer recuerdo”, continúa, “el primero que puedo explicar con foco, sonido y olor está ubicado en una tarde de verano de agosto de 1940 cuando tenía tres años. Estaba sola en el jardín, comiendo un bol de leche con krispies de Kellog ́s”. De repente, “un gran lamento llenó todo el cielo [por primera vez escucha el sonido de una sirena] y la lámina inferior de una ventana de madera en el último piso se rompió. La cuidadora de mi hermanito sacó la cabeza por la ventana y empezó a gritarme ‘¡Vanessa entra, entra, hazlo de inmediato!’”
Con esta imagen de los bombardeos de Londres en 1940, comienza la dama Redgrave su historia. Sus padres, “Rachel y Michael se habían enamorado en 1935, mientras estaban actuando en una temporada de repertorio en Liverpool” y se habían casado “un año después de conocerse”.
Su padre alcanzó el estrellato como actor de Shakespeare y también en el nuevo medio de masas: el cine. “En 1940, cuando comienza mi memoria, mi padre se había convertido en el actor más famoso de Inglaterra. Alfred Hitchcock lo había elegido para la película Alarma en el Expreso y había sido David, el protagonista de Las estrellas miran hacia abajo, la película dirigida por Carol Reed”.
Lo que pudo ser una infancia privilegiada, sin embargo, estuvo marcada por la guerra. “Cuando éramos pequeños, no fuimos al cine ni tuvimos televisión, ni tuvimos entretenimientos como Star Wars, con sus explosiones simuladas. Solo la guerra y los reportes de la guerra que escuchábamos cada día en la radio”, recuerda.
Redgrave explica que, aunque ella y su hermano fueron trasladados al campo, para
protegerles de los bombardeos, ella siempre sintió adoración por sus padres, especialmente por su padre y relata dos recuerdos: cuando fue a verle al teatro a interpretar The Duke in Darkness, donde él moría [“me enseñó dónde iba a caer cuando se hiciera el muerto para que no me asustara”] y cuando su cuidadora la castigó y su padre le hizo una broma [“abrió una franja de la puerta, me miró por ella y se puso a tocar en el piano una música muy divertida dedicada a mí, desde ese momento le adoré ya para siempre”].
Se formó en la Alice Ottley School y la Worcester & Queen's Gate School antes de debutar como actriz. Su capacidad no pasó desapercibida: sus primeras apariciones ya harían que fuera prontamente premiada. En el cine, en el año 1966, interpretó a Ana Bolena en Un hombre para la eternidad y aquella aparición haría que Antonioni la asignara como protagonista en la mítica Blowup.
Tras Morgan, un caso clínico (1966), con la que consigue ser premiada como mejor actriz en Cannes y ser nominada al Oscar, se convierte en una intérprete conocida internacionalmente. En su biografía queda claro que, aunque a veces se la describe en los ensayos como una persona difícil, nunca es retratada como una diva caprichosa.
Su vida personal
Como explica Lloyd Rose en un artículo de The Washington Post, a propósito de una más reciente biografía de ella escrita por Dan Callahan, The Life of Vanessa Redgrave, “la vida personal de Redgrave fue relativamente tranquila: tuvo tres amantes serios y a largo plazo”.
Ella misma declaró que “los hombres no me hablaban como alguien con quien acostarse. Nunca”, expresó. Sin embargo sí que sería considerada un mito de la ‘revolución sexual’ femenina del siglo XX: en Financial Times, Nigel Andrews escribió sobre una de sus interpretaciones que “la audiencia [...] se levantó diez pies de sus asientos y arrullaron y farfullaron como querubines. . . . Habíamos descubierto con ella que el teatro podía ser como enamorarse”.
En 1962 se casó en primeras nupcias con el director Tony Richardson, padre de sus hijas Joely y Natasha, matrimonio que terminó con un divorcio cuando ella descubrió sus infidelidades [entre otras personas, parece que con Jeanne Moreau, envuelto en comentarios sobre su posible bisexualidad]. Durante el rodaje del musical Camelot, Vanessa Redgrave se enamoró del actor italiano Franco Nero, con el que tendría una relación de dos años y un hijo, Carlo Nero, también guionista y director de cine.
Vanessa Redgrave es madre de Joely Richardson y de la fallecida Natasha Richardson [en 2009, tras un trágico accidente de esquí, que era mujer del conocido actor Liam Neeson]. Es también tía de Jemma Redgrave [que acaba de confirmar aparecerá en el spin-off del multitudinario en fans Doctor Who]. Por desgracia, recientemente. al
año siguiente de perder a su hija, sus hermanos Corin y Lynn también fallecieron.
Una nueva etapa
Sin embargo, el destino había traído unos años antes una sorpresa en forma de apoyo para Redgrave: se reencontró con su ex marido Franco en el Festival de Cine Fantástico y de Terror de Sitges. Al parecer aquel encuentro resultó definitivo y en 2006 decidieron casarse de nuevo, varias décadas después de su ruptura. A sus ochenta y seis años él sigue residiendo en Italia y ella en Inglaterra, pero la unión entre ambos es, en sus propias palabras, inmejorable.
Volvió al foco mediático hace unos años con su interpretación en las películas de Merchant Ivory, incluyendo la fascinante Howard’s End, pero su carácter reivindicativo siempre ha sido un motivo presente, por acción directa y por rechazo de diversos papeles: la gran dama de las tablas eligió así su biografía y, como el propio Shakespeare afirma, eso también la fue dibujando, “porque la pasión más contenida se desvela hasta por su oscuridad, tal como el cielo más negro anuncia la peor de las tempestades”.
Revisar solo sus últimos trabajos es ya una tarea inmensa. En 2011 ayudó a Ralph Fiennes en su debut como director titulado Coriolanus y en Anonymous hizo de la reina Isabel I de Inglaterra. También apareció en The Butler (2013), Foxcatcher (2014), The Secret Scripture (2016), Film Stars Don't Die in Liverpool (2017) y The Aspern Papers (2018).
En 2017, debutó como directora con Sea Sorrow, un documental sobre la crisis migratoria en Europa.
En una reciente entrevista para Vanity Fair, Redgrave declaraba: “Yo siempre me miro a mí misma. ¿Si me doy cuenta de cuál es la verdad, saldré a defenderla? ¿Puedo ayudar en la necesidad del ser humano de verdad? Y la verdad significa comida. ¿Entiende lo que digo?”.
Ella misma deja claro en su autobiografía que su felicidad y dolor han estado siempre interconectados, como ocurre en el teatro, pero que eso es también lo que ha aprendido en la vida. Citando expresamente uno de sus papeles más adorados, el de Olga en Tres Hermanas, declara que aún tiene la esperanza de que, tras todos sus papeles y activismos, “nuestros dolores se transformen en felicidad para aquellos
que vengan después de nosotros [...] Queremos paz y solo necesitamos saber la verdad”.