“Mi primer recuerdo con el arte”, explica la coleccionista Alejandra Rioseco, ingeniera de profesión y filántropa vocacional, creadora de la colección MIA, “lo mantengo muy vivo en mi mente y fue una visita cuando era niña a una exposición del artista chileno Roberto Matta”.
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Sigue explicando que la suya “era una familia sencilla, pero valoraba mucho el arte. Siempre había libros en las casas de mis tíos, mi abuela adoraba el arte y la belleza de las cosas… no éramos coleccionistas porque en aquella época el arte no estaba relacionado con el dinero, sino con la educación y la cultura: ir al museo era una obligación, no un lujo”.
“Todo ha cambiado mucho hoy”, continúa la coleccionista en exclusiva para magasIN, “y, aunque siempre estuve relacionada con el arte, debo decir que me conquistó en un momento de mi vida que ya era adulta. Fue exactamente cuando empecé a viajar a la ciudad de Nueva York y aprender más. Me enamoré del arte y a pesar de no haberlo estudiado me fue muy fácil conectar, luego vinieron muchos otros aprendizajes, largas noches estudiando a alguna artista concreta y mi gran amor”.
Arte en femenino
Se refiere a “Marta Boto, la primera artista mujer que me fascinó. Gracias a ella empezó esta locura por el arte femenino. Recuerdo como si fuera hoy la primera vez que vi una pieza suya en Buenos Aires, luego en Nueva York, y cómo comenzó a aparecer en mi vida”.
¿Cuál fue el inicio de MIA Art Collection? Alejandra explica que “nunca fue una idea prevista, más bien se trató de una relación que empezó a crecer como un romance, porque empezaron a pasar cosas que me fueron conectando cada vez más y más fuerte con el arte. Empecé a comprar arte sin saber mucho lo que hacía o qué compraba, luego descubrí por amigos curadores que tenía buen ojo para ello y que siempre que compraba una mujer artista, algo ocurría con ella, ya fuera una exposición, una retrospectiva, era como el hecho de involucrarme con una artista y que ocurriera la magia”.
“Hoy lo entiendo y es la cocreación la que lleva a esas maravillosas coincidencias en la vida, algo que no entendía en un principio, pero que poco a poco fueron tomando fuerza”, sentencia.
Un nombre con significado
“Siempre quise tener más hijas e hijos”, confiesa la filántropa, “aunque sólo tuve una hermosa niña, Agustina, en mi mente tenía nombres para todas las hijas que no tuve y una de ellas sería Mia. Como eso no llegó, llegó este proyecto que me enamoró desde el primer momento. Fue entonces cuando decidimos como familia darle forma a este montón de arte que teníamos, al crear una colección y el nombre fue muy fácil, Mia”.
“Sin embargo, tenía que ser especial, no podía tener solo como foco acumular arte, había que hacer algo más y fue la mirada feminista la que le dio el toque para crear oportunidades, invitar artistas, crear exposiciones presenciales y virtuales, empezar a equilibrar esa diferencia abismal que existe entre hombres y mujeres artistas”.
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“Le dimos forma”, continua su relato, “pusimos profesionales y me embarqué en esta historia llamada MIA, una colección bien única, no solo por sus obras de arte, si no por la forma en cómo lo hemos hecho, cómo hemos involucrado y revolucionado un poco el mundo del arte con muchos apoyos y también detractores como la vida misma”.
“Todo lo que las mujeres hacemos viene cargado con una dificultad extra”, señala la coleccionista. “Un tener que demostrar permanentemente lo que estamos haciendo, y el arte no es la excepción”, sentencia.
“Las artistas y las trabajadoras del arte”, denuncia, “se ven permanentemente cuestionadas, incluso las coleccionistas, ninguna mujer se salva de esto. Las artistas han tenido que cargar muchos años con una invisibilidad en el mundo del arte y los museos, quienes finalmente son los que validan o no a una artista. La participación de mujeres en museos en el mundo, en colecciones permanentes, ha permanecido casi inmóvil por muchos años”.
“A pesar de que las escuelas de arte están llenas de mujeres”, añade, “seguimos sin tener mucha presencia en los museos en Europa y esto es un reflejo de la tremenda desigualdad entre hombres y mujeres y un círculo vicioso: las mujeres deben trabajar más, las galerías venden menos, las mujeres por sus piezas de arte reciben menor cotización y hay menos en el mercado”.
“Los museos están repletos de hombres artistas… yo siempre doy el siguiente ejemplo, que se coloca por sí solo: si usted le pregunta a un niño o una persona adulta que le nombre tres artistas hombres y tres mujeres, seguro que los hombres serán Picasso, Dalí, Matisse... algo así. Y seguro que la única mujer que recordarán será Frida Kahlo. Pero si vamos más allá y preguntamos el nombre de una pieza de Frida Kahlo, probablemente no habrá respuesta... eso ejemplifica la situación de las mujeres artistas en el mundo actual”.
Un cambio... ¿Posible?
“Hay muchas cosas que hacer que pueden ayudar”, continúa, “y todas, por pequeñas que sean, son importantes. Creo que la primera es apoyarnos en esta misión. Visibilizar lo que hacemos, apoyar a las mujeres, premiar y destacar su trabajo así vamos reforzando desde dentro para poder luego equilibrar las oportunidades. Porque lo que las mujeres artistas necesitan son más oportunidades”.
“Muchas mujeres me han impactado. La fortaleza de insistir en una perfección desde la posibilidad muy baja de triunfar hace que tenga todo mi respeto y admiración por ellas. De las que más me han fascinado por su historia son Camille Claudel, Joan Mitchell, Carmen Herrera, que vendió su primera pieza a los 72 años, o Shirin Neshat, una iraní que visibilizó la problemática de la mujer iraní hace muchos años antes de que el mundo lo viera”.
Para ella, es muy importante el rol de los gobiernos en el arte: “El arte es educación, es historia y no puede quedar en manos solo de privados. Hoy el mundo del arte está controlado por las ferias de arte, es decir, por un negocio de arte, no por la filantropía ni el conocimiento”.
“El arte debe estar en manos de educadores y gente especialista que busque y tenga una intención más allá que vender o comprar una pieza. El arte es cultura, es preservar la historia de un país, las y los artistas son una parte muy sensible de la sociedad que debe ser cuidada y no solo un objeto mercantil. El arte requiere una especial sensibilidad. Y en manos de los gobiernos están los museos, los espacios de educación para las siguientes generaciones, creo que muchos países aún no entienden el poder de esto”.
Es precisamente en estos momentos complicados en los que el arte se hace más presente para Alejandra Castro Rioseco, “cuando podemos mirar al pasado mirando arte, podemos ir a un museo y ver el renacimiento, las revoluciones industriales y otros grandes cambios del mundo. Las guerras, todo lo que ha ocurrido en la historia ha sido contado y pintado o esculpido por artistas y seguirán siendo ellos los que cuenten la historia y me gustaría que sea la historia fuera también contada por mujeres”.
“Nosotras”, termina, “no hemos tenido la oportunidad de contar el mundo como lo vemos, no nos han dejado. Nos han callado durante muchos años y seguramente seguirá así, pero si hay alguien que no se detiene en esta lucha somos nosotras, las mujeres, las responsables de los grandes cambios en la historia del mundo. Démonos la oportunidad de mirar con los ojos de mujer, seguro que vemos más belleza que la que el mundo hoy nos entrega”.