Lo entona Serrat en Cantares, parafraseando a Machado, que “todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar”, y Nativel Preciado (Madrid, 1948) lo que explica hoy a magasIN es que se hace camino al andar. Lo dice con una expresiva musicalidad: se trata, sin duda, de una de las mujeres españolas más reconocidas por su periodismo y su literatura, creadora de un esforzado camino hecho a golpe de palabras.

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Nativel Preciado se define como “grafómana”, lo que equivale a decir que, según la RAE, “tiene una manía irresistible de escribir”. Una mujer, como ella misma explica, “que tiene que ponerlo todo por escrito”, que reconoce que “necesito la letra impresa para aclarar la vida. Por eso ya lo hacía de niña cuando escribía cuentos, y por eso cuando terminé el colegio decidí estudiar periodismo, porque pensé que era el camino más corto para las palabras, y al fin, para la literatura”.

Admite sufrir del “síndrome de la escalera”, que explica bien explica Vila-Matas, por el cual, alguien que escribe, siempre tiene la sensación al llegar arriba de la escalera de que podría haber dicho una frase mejor que la que dijo, y la escribe.

Preciado explica que los medios de comunicación la atraparon “en una época periodística muy vibrante, el cambio de una dictadura a una democracia, imagínate, con la llegada de los derechos de las mujeres, las intentonas golpistas, no te daba tiempo a respirar”.

Su trabajo en la prensa le ha sido reconocido en numerosas ocasiones, “por mis propios compañeros, lo cual hace especial ilusión. Lo hice en una época en la que era un oficio quizá más apasionante que ahora”, ironiza. “Lo que fue sobrevenido fue lo de los programas en los medios audiovisuales, pero me sigue gustando especialmente escribir. En la televisión y en la radio no es fácil decir exactamente lo que quieres decir”, explica, “me voy con la sensación de que no he dicho lo que quería”.

El oficio de las palabras

“A mí lo que me gusta es contar historias”, señala. “Y eso no ha cambiado”. Como lectora, ahora está “revisando la obra de Luis Landero, para ver si se me pega algo y aprendo a escribir como él, tengo verdadera admiración por él como escritor y como persona, junto con Antonio Muñoz-Molina son mis dos escritores favoritos. Leo también mucho ensayo, ahora estoy con El poder de las palabras (Debate, 2022)”.

¿A escribir se aprende escribiendo, leyendo o ambas?

Se aprende escribiendo, pero también leyendo. Yo, cuando me pongo a escribir siempre tengo sobre la mesa una serie de libros ya leídos y muy aprendidos que me ayudan a acordarme de cómo me gustaría a mí hacer las cosas. Por ejemplo, me impresionan mucho los diálogos de John Fante. Así que pongo el listón mucho más alto, si no miras hacia arriba, mal. Eso, lo del listón, es algo que le ha pasado a los políticos…

¿Sugiere usted que los políticos de antes eran mejores que los de ahora?

Sí, por la misma razón, porque tenían un objetivo mayor y un alto listón, las propias circunstancias que les tocaron vivir eran impresionantes y tenían tanta trascendencia sus decisiones que se pusieron a la altura de las circunstancias después de cometer muchos errores, claro. Hubo corrupción y malas decisiones, pero muchos sobrepasaron el listón porque se pusieron a la altura de las circunstancias.

¿Damos más si se nos pide más?

Sí, por supuesto. Hay un debate eterno sobre la genética y el entorno, y la genética marca mucho, pero siempre existe un margen de posibilidad que puede estirarse hasta la saciedad. Las circunstancias te cambian, especialmente con quién te encuentras, incluyendo a algún mala pieza. El carácter o la genética y el tiempo te sirven para darte cuenta de cuándo estás al borde del abismo.

Afirma usted que la maternidad ha hecho que tenga nuevos miedos…

Es que yo me creía mucho más valiente antes de tener hijos. Luego empiezas a tener temores y piensas: ‘Si yo superé esta circunstancia de chiripa, ¿podrán ellos?’. Curiosamente, después de la maternidad, empecé a tener un vértigo que no tenía antes. Será el temor por el cuidado de la descendencia, fíjate.

¿El azar la atrae más en clave literaria o periodística?

Es el azar nos influye en tantas cosas, y no siempre para bien… en la vida, lo mismo que te cae un premio, te cae una enfermedad. Un amigo mío al que le calló un premio y al poco un cáncer, me dijo hace unos días: ‘Pues ahora me ha tocado una enfermedad’. Fíjate, un tipo muy sano, que no bebía ni fumaba, y de repente le cae un cáncer. El azar te sorprende muchas veces en la vida y aprender a aceptar eso es también importante.

Nativel Preciado en la presentación de su libro 'La Nobel y la corista' en 2019. Gtres

Un día tras otro día

¿Cómo organiza su jornada?

Soy muy caótica y tengo mucha necesidad de orden. Lo que hago compatible es ese caos con tratar de ordenarlo. Ahora no estoy en primera línea de la profesión periodística, pero sí que participo en cosas, voy a las teles y a la radio. El periodismo es muy demandante, tienes que llevar una vida muy social, estar pendiente de la actualidad, y eso te quita un tiempo tremendo.

Y la literatura, sobre todo la narrativa, requiere el aislamiento, concentración, no dejarte influenciar por determinadas cosas del día a día. Quizá la no-ficción es más fácil, pero tampoco.

¿Y cómo lo consigue?

Yo busco, ahora he estado dos meses alejada de la capital, me he ido fuera de Madrid, porque si estás en tu territorio no te puedes abstraer de las cosas, las cosas te vienen a buscar. En este tiempo he terminado un primer borrador de una novela y me voy a ir otra vez para avanzar y poder terminarla antes de finales de este año.

No quiero que no se me entienda, es muy sano estar muy volcada en el exterior y en el interior y en mi vida con el periodismo y la literatura he conseguido un equilibrio muy terapéutico, pero las historias presuntamente inventadas requieren calma, aislamiento, ordenar la cabeza…

También escribió no ficción…

Son esas cosas de Wikipedia. Escribí esas biografías a los 18 años en el Diario Madrid, donde pasé por todas las secciones, y uno de los redactores jefe al que no le gustaba yo nada por tema ideológico, me dijo, ‘vas a hacer deporte, ¿cuál es el que menos te gusta? Vas a hacer boxeo’.

Así que durante una época escribí dos biografías en unos fascículos que aparecían en esa época, hice una sobre Muhammad Ali, por ejemplo, y también sobre folclóricas.

¿Sus historias se conectan?

Yo no lo noto, pero lo notan los pocos lectores que tengo seguros, algunos son muy fieles. Un día en un club de lectura, un lector desconocido me dijo una relación que había encontrado entre todos mis personajes masculinos y en cierta manera era verdad, y yo no era consciente, supongo que hay un hilo conductor en todo lo que uno hace.

Por más que me esfuerce, mi persona termina saliendo, me reconozco en todos mis personajes, da igual que sean masculinos y femeninos. Como decía Carver, estás desperdigado en todos los personajes.

¿Se nota entonces su impronta periodística en su novela?

Pues he hecho varios intentos de alejarme lo más posible de mí, de que no aparezca mi impronta, esa formación periodística, que también me encanta que se note, porque tenemos habilidades y virtudes incorporadas, como la capacidad de síntesis. Pero intenté hacer dos noveles muy imaginativas y distanciadas de mí para ver qué ocurría.

¿A cuáles se refiere?

A El Nobel y la corista (Espasa, 2019), que se iba a llamar Bailando con Einstein, pero no fue posible por su fundación. Aquí traté de imaginar la historia de un personaje del que tenía mucha información.

Otro ejemplo fue El Santuario de los elefantes (Planeta, 2022), una historia en África sobre una banda de millonarios que tiene que blanquear su dinero, como las que leía cuando era pequeña, sobre Tarzán o Salgari. Intencionadamente alejadas de mis experiencias personales.

¿Y qué descubrió?

Cuando Einstein vino a España, que en el año 23 va a hacer un siglo, tenía una agenda apretadísima, imagínate, y en sus anotaciones pone: “Esta tarde voy a tomar el té con una aristocrática señorita”. Yo me inventé que era una bailarina, porque cuando pedía ir a ver un espectáculo era siempre de bailarinas o vedettes. Lo curioso es que me invento la historia y resulta que en la realidad Einstein tuvo una historia con una bailarina alemana con la que parece ser que tuvo una hija, está medio documentado.

Por más que te inventes, resulta que lo que escribes puede ser una historia real. En El Santuario de los Elefantes también hay un par de personajes con algunas cosas con las que luego me siento muy identificada. No consigo hacer algo muy alejado de mi vida.

¿Por qué escribe usted finalmente?

Me sirve para poner en claro mi manera de ver el mundo, cuando tengo curiosidad por algo lo voy escribiendo, primero me documento, lo cual es maravilloso, es la parte que más disfruto.

¿Disfruta más de esa parte de la escritura, la previa?

Me encanta. Lo más bonito de escribir ficción es eso, la idea de escribir algo maravilloso. En realidad es la parte más bonita, rellenar cuadernitos con un personaje, tomar notas de cómo le vas a llamar, qué hace en la vida, cómo es físicamente, cuál es su historia, eso es maravilloso. Luego, a mí, más que escribir una novela, lo que me gusta es haberla escrito. El encerrarte durante meses es muy penoso, muy difícil, el esfuerzo y la paciencia que requiere es tremenda.

La escritora en la presentación de 'El santuario de los elefantes' en 2019. Gtres

¿No necesita que le gusten sus personajes?

Einstein es un personaje que me fascinaba hasta que leí la biografía de su primera mujer y la madre de sus hijos. Luego desde los noventa he leído muchas historias sobre él, muy bien documentadas, y todo su legado se puede consultar en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Y no deja de ser increíble que un personaje de ese calibre y con ese cerebro privilegiado, el científico más importante de la historia, fuera un ególatra, no con las mujeres, algo que era muy habitual, sino con todo el mundo.

La época actual y el futurible

¿Cuál es su posición en la época de la cancelación?

Estoy en contra, ahora he superado esa etapa y creo que hay que tener muy clara la importancia de la obra de una persona, si no, a muchos personajes que más me gustan los tendría que dar de lado por alguna razón. A Picasso, a Simenon, a Hawking…

¿Hawking?

Asistí a un encuentro impresionante. Le vi llegar, cuando estaba con su mujer, Jane, y ella tenía un desdén absoluto de él, ella es una hispanista muy reputada, que hablaba español, y él estaba en su silla. Yo me quedé desconcertada, pero al cabo de tres meses descubrí lo que había presenciado, y es que había sido testigo de que se estaban separando y que él se había liado con la enfermera que le llevaba.

La vida privada de muchos personajes geniales es tremenda. A menudo, los genios se vuelven muy egocéntricos y ya sólo les gusta su mundo y sus hallazgos, son caprichosos y despiadados, no son para tenerlos de amantes, ni de pareja, ni de amigos muchas veces. Con la historia de Picasso me pasó un poco lo mismo.

Usted ha escrito mucho sobre el enorme avance social en España…

He vivido cosas increíbles. He vivido profesionalmente el final de una dictadura, y no sabes la gratitud que tuvimos hacia los pequeños avances. Con la UCD el divorcio se hizo, a partir de ese momento empezamos a disfrutar de determinados derechos, tras mucho tiempo luchando. He vivido eso de tener que pedir permiso para abrir una cuenta bancaria, lo de estar expuesta a cualquier acoso porque era inútil denunciarlo, y lo de sentirte libre: si no has sabido lo que es la falta de libertad, no lo valoras.

¿Qué le falta a la realidad social española ahora mismo, en su criterio?

Lo más progresista en este momento sería poner el foco en la educación, es fundamental darle un vuelco a la educación clásica para enseñar a los futuros ciudadanos a afrontar una nueva situación de incertidumbre. En el cambio climático, hacen falta leyes que están sin elaborar lo suficiente.

En lo social, hemos conseguido muchos derechos a lo largo de un siglo, pero ojo, porque somos seres humanos, de vez en cuando se nos olvida que tenemos que defenderlos y cada cierto tiempo hay hombres a los que no les gusta perder el privilegio de caminar unos pasos por delante, incluso literalmente. Tenemos que sacar conclusiones y no perder el aprendizaje.

¿Qué personas la inspiran?

Durante el confinamiento nos hemos dado cuenta de quiénes han sido las personas que hacen que se mueva el mundo, no son famosas, son médicos, transportistas y panaderos. Eso que se dice, los treinta y seis justos de la Biblia, en cada generación el mundo funciona porque hay un grupo de personas que cumplen con su deber cotidiano sin darse importancia.

Habla usted de mantener el entusiasmo…

Sí, creo que eso es muy difícil cuando tienes muchos años, hay que luchar mucho para no despreciar lo nuevo. Eso es una cosa buena de la profesión de periodista. Que he dejado escrito a los 20 años lo que pensaba del mundo.

Una vez me pusieron una grabación de una voz que no reconocí hablando con mucho énfasis, del mundo, de lo que se debía y no debía hacer. ‘¿Reconoces esta voz?’, me dijeron. ‘Pues eres tú con 20 años en Radio Nacional’. El hecho de tener como periodistas el testimonio de lo que hemos sido en un momento nos debe servir para no despreciar lo que desconocemos, para entender a las nuevas generaciones y las novedades que nos están inundando, para poner cada cosa en su lugar.

¿Y cómo la influyen los premios?

Es muy agradable recibir un premio, sobre todo hay una diferencia muy notable: algunos periodísticos que estoy orgullosísima, porque no los he pedido y no me he presentado y me los han dado compañeros, esos me han emocionado. A los literarios me he tenido que presentar, esperaba su resolución y necesitaba saber si me los daban. Pero mira, un premio es un fogonazo, te ayuda mucho en el momento, sobre todo a ti, pero tienes que seguir, en este oficio tienes que hacer bien lo que haces cada día.

Si metes la pata tres días seguidos, estás fuera. Hay que mantener el entusiasmo por la vida y por lo que haces, si puedes, hasta que te mueras, si no eres consciente de lo que te rodea y si no sabes disfrutar de lo que te brinda la vida, te mueres en vida, dejas de vivir antes.