En las fotografías de este reportaje aparecen Pilar, Maripepa, Felisa, María del Valle, José Antonio, Vicente Manuel, Inmaculada, Blas, María del Carmen, Mercedes, María Teresa, Javier, Jesús, Ángeles, Ignacio, Rosario, Lola, María Ester y Pablo. No intenten saber quién es quién porque entre ellos mismos pueden surgir dudas.
La historia familiar la cuenta María José Madero Garfias (10 de febrero de 1933), Maripepa, que ya está planificando con ilusión la celebración de su noventa cumpleaños. En la foto de más arriba ella aparece sujetando un niño en brazos, con una chorrera en la blusa, junto su madre, pero hoy está sentada tomando una infusión mientras relata esta historia desde su casa de Velilla y, a sabiendas de que ha sido profesora hasta su jubilación, no sorprende que el tono que utilice oscile de científico a literario, incidiendo en ciertas coincidencias asombrosas.
Relata algunas de estas casualidades, como que sus padres “murieron con la misma edad”, habla de su “boda con el suelo de albero” y explica cómo su padre unió una casa “con una fábrica de caramelos que quebró, para meternos a todos”, como si se tratase de una novela de realismo mágico, escrita en la memoria de todos a partir de la literatura de los recuerdos. Su intención al compartirla es que no se pierda la historia de su familia. Su rostro es amable, y en él parece encontrarse la paz de quien ha vivido el bullicio y la calma.
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“Somos de Écija, provincia de Sevilla”, explica divertida, “y varios de mis hermanos siguen viviendo allí. El caso es que mis padres se casaron jóvenes, como era lo habitual en aquella época, en el año 1931. Ellos se llevaban ocho años, mi padre tenía 25 y mi madre 18, se llamaban José Madero y María Garfias”. Ella era una mujer “sensible y extraordinaria, aunque no había podido estudiar, como era lo normal en aquella época, pero era hermana de un poeta, Pedro Garfias, y tocaba el piano”.
“Un año más tarde después de aquel matrimonio, en el 1932, nació mi hermana Pilar y yo llegué en el 33. Felisa, la siguiente, nació el mismo año que yo, así que estudiamos siempre juntas como si fuéramos mellizas. Ella fue monja salesiana, Felisa, y murió en el convento con 72 años, y fue muy feliz, increíblemente feliz. De todos, seguimos viviendo dieciséis hermanos, ¿no es increíble?”.
La gran familia no pasaba desapercibida. “Antiguamente, el Jueves Santo se iban a visitar los sagrarios y muchos amigos se acercaban a mi padre y le decían ‘va usted solo’, con ironía. Llamábamos la atención allá donde íbamos”, continúa.
“Cuando iba a nacer un hermano nuevo, nos poníamos entre todos a decir nombres y al final teníamos que ponernos de acuerdo, porque muchos nombres ya se habían usado. Mi padre era devoto de San Blas, mi abuela se llamaba Felisa, pero la referencias se iban agotando, claro. También había una tradición en Écija, la de llamar al más pequeño Pablo, por el patrón”.
Aquella gran familia no había sido planificada. “¿Mi padre? No planificó nada, antes no se planificaba la natalidad, eran los que vinieran. Y no dejaban de venir. Él estaba orgulloso del familión que había reunido. Mi padre era abogado y tenía una buena clientela, era un señor de ironía y sabiduría. Él, además, nos dijo que quería darnos una carrera a cada uno ‘por si alguna vez la necesitábamos’, y todos, los dieciocho, estudiamos algo, lo cual era raro para la época, chicas y chicos por igual. Yo hice la carrera de Químicas en Sevilla y ya antes de terminar de estudiar, había tres colegios que me llamaron, porque estaban faltos de títulos”.
"En un momento de máximos llegamos a tener 4 personas en casa que nos ayudaban, una sólo para cocinar"
“Como profesora”, explica Maripepa, “fui estricta, pero estaba tan acostumbrada al bullicio que una clase era más tranquila que el salón de casa. Me dediqué sobre todo a enseñar matemáticas y química, he sido muy exigente, y muy justa, y puedo asegurar que los niños y las niñas son igual de buenos, depende sólo del caso”. Para ella, “una familia numerosa es algo muy bonito, si la convivencia es buena, claro. Y nosotros nos llevamos todos bien. Incluso cuando murió mi padre, mis hermanos mismos se reunieron y no hubo ningún disgusto”.
¿Qué es lo mejor de una familia numerosa?
La convivencia con todos, llevarse bien, pero eso es igual en una familia numerosa y no numerosa, que no haya conflictos, ¿no lo piensas? Mi madre era un ejemplo, una persona que cuando quedaban menos hijos en casa, siete u ocho, todavía decía: "¡Pero si estamos solos!".
¿Cómo se distribuían en la casa?
En la casa de Écija teníamos un patio sevillano, el de arena, otro con una alberca y un corralón, era una casa grande como las de antes, tenía dos plantas con corredores de madera, muy bonita. Primero teníamos la mitad de la casa, porque detrás había una fábrica de caramelos y, cuando cerró, a mi padre le pareció bien comprarla y la unió. La casa tenía por eso tres puertas, dos principales, una a la calle Santa Florentina, y otra dando la vuelta al patio de arena, y allí por ejemplo se celebró mi boda, y ese día mi padre encargó camiones de albero para el suelo y de invitados no anduvimos cortos.
¿Cómo hacían para mantener el orden?
Había más disciplina en las casas de esa época. Recuerdo que nos salíamos de donde fuera para llegar puntuales a las horas de comer y cenar, porque claro, al mediodía y por la noche, la cantidad de servicios y mesas que había que poner era enorme. En un momento de máximos llegamos a tener cuatro personas en casa que nos ayudaban, una de ellas sólo para cocinar.
¿Su madre no trabajaba?
No pudo, porque siempre estaba embarazada o con niño chico. Pasaba horas revisando la ropa para los que nos íbamos a los colegios, cambiando pañales y otras cosas. En 21 años tuvo 19 hijos, ¿puedes creerlo? Siempre estuvo encinta, siempre, hasta los 40 años, que es cuando hoy muchas mujeres empiezan a plantearse tenerlos. Las cosas han cambiado.
Luego dejó de tener hijos, el cuerpo dijo ‘basta’. Antiguamente no se hacía nada para tener o no tener hijos, eran los que Dios mandara. Y siempre había dos cunas a ambos lados de la cama de mis padres, porque cuando nacía uno, el anterior era pequeño.
"En mi casa había solamente unos zapatos para el colegio y otros más especiales reservados para cuando llegaba una festividad"
¿Y los dormitorios?
Los dormitorios eran corridos, cada uno teníamos nuestra cama y compartíamos espacios, claro. El dormitorio de mis padres tenía un intercolumnio, luego había tres habitaciones grandes donde nos repartíamos todos los hermanos. Algo que se repetía: mi madre normalmente daba a luz por la noche y por la mañana nos despertaban diciendo ‘pues ya tenéis otro hermano’ y ya estaba ahí, en la cama, donde los tuvo todos mi madre. Llegaban mi abuela y la matrona, no había médico.
¿Cómo fue la relación con su hermana ‘casi melliza’?
Felisa y yo hacíamos todo juntas, hasta teníamos los mismos libros en el mismo banco, si una terminaba de leer antes que la otra se lo contaba. Felisa y yo bailábamos siempre juntas, nos adorábamos. Ella se marchó a un convento en cuarto de la carrera, le costó trabajo contarlo en casa pero al final mi padre accedió porque su vocación era grande.
Después fue gracioso porque mi padre tenía la idea de que cuando saliera del noviciado iría a Sevilla, pero la mandaron a Tenerife y a ella le gustaba. No sabe qué coraje le dio, y estuvo enfadado, aunque al final lo aceptó y mi padre decía que ‘su mejor yerno era Jesucristo’.
¿Cómo hacían para vestirse?
Siempre nos vestían iguales de dos en dos. En mi caso, mi hermana era un poco más morena, así que para ella eran las cosas de rosa a rojo y para mí eran las azules. Luego con las dos siguientes era el mismo sistema, misma ropa por pares, lo que cambiaba era el color. Piensa que mi madre tuvo primero cuatro niñas, luego el primer varón fue el quinto, y decía ‘no me enteré de que tenía hijos hasta que vino el primer varón’, porque nosotras éramos más tranquilas. En total éramos 12 mujeres y 6 varones.
¿Y los zapatos?
La ropa pasaba de unos a otros, los zapatos no. Es gracioso porque hoy todo el mundo tiene muchos zapatos. En mi casa había solamente unos para el colegio y otros más especiales reservados para cuando llegaba una festividad. Mi madre repasaba unos días antes los armarios y detectaba quién los necesitaba y decía ‘Pepe, necesitamos zapatos para tal y para cual’, y mi padre respondía ‘pues que vayan a casa del zapatero Calvo y que nos lo apunte, y ya se lo pagaremos como podamos’.
¿Y en Reyes?
En Reyes era muy gracioso, mis padres lo que hacían es que por la noche a última hora se iban a la tienda y les pedían ‘precio’. Les decían ‘saca todo lo que haya quedado, porque lo que no vale para uno valdrá para otra’. Luego nos lo ponían a los pies de la cama. La cantidad de cosas que nos regalaban era increíble. Esa noche ya no se podía dormir, claro, desde que alguno detectaba los juguetes.
¿Y ahora?
Quedamos 16, siempre hemos guardado la tradición de visitar la casa donde vivimos todos el 25 de diciembre y ahí nos reunimos, los que no van a comer, van pasando durante el día para tomar cafés o dulces, la mesa no se quita en un par de días. Mis padres compraron esa mesa de un convento, y no sabes con qué cariño la colocan mis hermanas que aún viven en esa casa.
Y continúa. “Yo me casé el 5 de septiembre del 63”, completa su historia, “con mi marido [José Luis de la Fuente], que siempre decía que tendríamos una familia numerosa, pero espaciada, y así fue, con tres hijos cada tres años, Josele (64), Javier (67) y María del Mar (70). Me casé con un antequerano que era médico, y la vida me dio tres hijos muy lindos, José Luis, que es médico, Javier que es diseñador de moda y María del Mar, que es empresaria. Mi marido murió hace 16 años de meningitis porque cuidaba pájaros y al final fueron los palomos los que le pegaron la enfermedad, qué pena, nadie dio con ella hasta el final”.
Pero es optimista, y sabe que tiene una historia diferente. "Yo digo siempre que la muerte sucede cuando tienes los días cumplidos, cuando se acaban los latidos. Yo me quedé aquí con mis hijos y mis nietas y todos mis hermanos y sobrinos, sola no estoy, desde luego. No se olvida uno de los que se fueron, solo se aprende a vivir sin ellos, la vida te da esos palos, pero hay que seguir adelante, no hay más remedio".
Y concluye: "Yo tengo mucha fe y creo que los que se van, se van a mejor vida. Recuerdo que cuando nos fuimos de casa, mi madre siempre nos decía lo mismo por teléfono, ¿cuándo vais a venir? De la familia, que sigue creciendo, mis padres contaron cincuenta y cinco nietos y aún siguieron viniendo, es enorme, pero para ellos era una familia, sólo una, la suya”.