Conozco a pocas personas tan sinceras y espontáneas como Malena. Por dentro es un torbellino de emociones y pensamientos dispares que asaltan e iluminan la conversación como chispazos. Por fuera es simpática y empática. Por dentro es melancólica como su Buenos Aires querido, dónde nació hace 48 años. Hacia sí misma es tremendamente exigente, entregada y honesta. Ella se define como despistada y voluntariosa. Yo no soy quién para definirla, porque ella es única: Malena Alterio.
Este verano ha descansado en las playas de Chiclana de una intensa primavera, promocionando tres películas, nada más y nada menos, rodadas en años anteriores, que han aflorado al mismo tiempo: la comedia coral Espejo, espejo, de Marc Crehuet, en la que interpreta a la diligente e introvertida Cristina, cuyo reflejo se revela como Cristian; la película de Pau Durà, Toscana, en la que entrega su ternura y fragilidad al personaje de Elena; y más recientemente, Mamá no enRedes, una comedia de Daniela Fejerman en la que toma las riendas, o más bien las suelta, enredada en la piel de Clara, una divorciada tremendamente libre, con muchas ganas de disfrutar y vivir intensamente.
Muy pronto podremos verla en el largometraje Que nadie duerma, una adaptación libre de la novela de Juan José Millás, dirigida por Antonio Méndez Esparza y coescrita junto a Clara Roquet (Libertad), en la que interpreta a Lucía, una mujer que da un vuelco absoluto a su vida, cuyo rodaje ha sido tan complejo como extremo, para ella, exigiéndole una gran valentía: “Antonio me volvía loca, desmontaba mis asideros, este rodaje me ha dado la vuelta, ha sido una experiencia impresionante”.
[‘Espejo, Espejo’, la película que retrata a una sociedad consumida por las apariencias]
Pregunta: Ha estrenado recientemente un triplete de películas, qué barbaridad, ¿no?
Respuesta: Ha sido un poco por casualidad, que hayan coincidido los tres estrenos. Lo cierto es que, después de la pandemia, he trabajado con bastante continuidad. Por ejemplo, Espejo, espejo se rodó hace ya dos años y medio. Lo triste es que ninguna de las tres está ya en cartelera, en cines. Por lo general, la gente espera a que la peli se cuelgue en alguna plataforma para verla, incluso los amigos, con lo cual, casi todas están abocadas a una cuota de pantalla baja.
Siento que se están produciendo muchas cosas, hay movimiento, pero la forma de ver las películas ha cambiado mucho, por la pandemia, por la crisis y porque nos hemos vuelto cómodos y no queremos salir de casa.
Lo cual implica mayor soledad e introversión…
Nos estamos quedando muy solos, encerrados. Aparentemente, pudiera pensarse que es lo contrario, que uno está más conectado con el resto del mundo, pero creo que la forma que tenemos de ver las cosas, en casa, es irrespetuosa, las vemos sin prestar atención. El salir y compartir una peli con gente, que se apague la luz y apagar el móvil, crea el ambiente propicio para que uno haga el viaje de verdad; en casa, rara vez terminamos una peli porque no tenemos paciencia, estamos a mil cosas, despistados.
¿Cómo se enfrentó al personaje de Cristina/Cristian en la película Espejo, espejo? Una mujer expuesta a sí misma, que conversa con su otro yo en el espejo. ¿Es este un ejercicio que usted hace en su vida personal?
Para mí, esta película ha sido muy interesante porque retrata a seres humanos que se enfrentan a su reflejo y es el propio reflejo el que demanda a la persona que actúe. En mi caso, interpreto a una mujer con la vida resuelta, pero apagada, y el reflejo que recibo es el de mí misma como un hombre, algo que estaba tapado, que no quería mirar, ella no quería enfrentarse a eso.
Es una pelea, un diálogo que realmente todos tenemos dentro, no el de este caso en concreto, sino el de ser capaz de enfrentarse a actitudes que no nos gustan de nosotros mismos o que tapamos. Es importante la forma que tenemos de hablarnos a nosotros mismos, porque solemos ser un poco crueles.
¿Cómo se trata o habla usted a sí misma?
A veces no me trato del todo bien. Estoy trabajando en ello, soy una chica psicoanalizada desde hace mucho y creo que el tiempo me ha enseñado a conocer mis mecanismos y saber cómo soy para tratar de sujetar las riendas, lo cual no significa que lo tenga todo superado, la vida nunca se resuelve, pero sí me conozco mejor y al menos no dejo que se desboquen ciertos mecanismos. Ahora puedo guiar más, ser más templada, o al menos reconocerlo y reconocerme, que ya es un gran paso.
¿En dicho reconocimiento, también está presente la ternura y la fragilidad que entrega usted a su personaje, Elena, en la película Toscana?
Sí, ella es una psicóloga que no tiene suerte en la vida. Siempre trato de trabajar, en la medida de lo posible, desde la organicidad, aportar eso de Malena que sirva a cada uno de los personajes, sacar de mí para dárselo a ellos. Y en este caso le agrego a Elena mi despiste -yo también soy muy despistada- y la voluntad de hacer las cosas bien y de ser profesional en el trabajo. Voy rascando cosas dentro de mí para entregárselas a la historia que tengo que contar e interpretar.
¿También puede ocurrir lo contrario? ¿Que sea el personaje quien le descubra a usted otras opciones o facetas? Como por ejemplo, la libertad y las ganas de enredar, en el caso de su personaje en Mamá no enRedes.
Sí, por supuesto. Admiro profundamente a mi personaje en Mamá no enRedes, esa libertad que tiene, ya la quisiera yo para mí. Sale con tres hombres a la vez y no quiere elegir y quedarse solamente con uno de ellos. Me pongo en su lugar y creo que yo no podría, no por una cuestión moral, sino de tiempo, ¡si no puedo con uno! ¿Cómo voy a poder con tres? Pero, el hecho de que esa posibilidad se plantee y esté ahí, me encanta, y es algo que me ha descubierto el personaje a mí. Los personajes te enseñan cosas y te abren caminos.
Hablemos de otro de sus amores: el teatro. En 2008, abandona la exitosa serie Aquí no hay quien viva, en la que se hace popular con su Belén, y se vuelca en ese personaje maravilloso, transparente y complejo, Sonia, en Tío Vania de Antón Chéjov, en el Centro Dramático Nacional. ¿Cambiar es vital?
Primero hice una temporada entera de La que se avecina. Sentía que ya era un “periplo” hecho, terminado, así que decidí cortar con la serie, que ahora es como un ex con el que me llevo bien y tengo recuerdos bonitos de lo bien que lo pasamos, pero yo necesitaba vitalmente hacer otras cosas, y aparecieron proyectos tentadores entre los que elegí el teatro.
Actualmente está a punto de rodar un nuevo proyecto cinematográfico, pero sigue con Los que hablan de Pablo Rosal, un espectáculo teatral donde posarse y dejar reposar el tiempo, en el que usted y Luis Bermejo no callan, ¿por no enfrentase al silencio?
Sí, es un texto que me dejó imantada por su locura, su humor, su inteligencia… me lancé pensando que iba a ser algo chiquito, pero gustó muchísimo y ahora es como un “fondo de armario” al que siempre podemos volver.
¿Cómo se relaciona usted con el silencio en su vida personal? ¿Lo necesita, lo teme, lo busca, lo rehúye?
Yo quiero más silencio en mi vida, debería hacer una cura de silencio, no porque yo sea especialmente parlanchina, hablo del silencio dentro de mi cabeza y a mi alrededor. Tengo la costumbre de llegar a casa y encender la tele o la radio como si necesitara a mi lado siempre algo o alguien que me hable. Reconozco que estoy enganchada, sé que necesito más silencio; estoy en ello, pero no me resulta fácil.
Es imposible tener la cabeza en calma todo el rato, ahora está todo organizado para el despiste, todo es ruido, vas a mirar la hora en el móvil y terminas mirando mil cosas, un pódcast, un email, un WhatsApp, Instagram… es difícil no engancharse, es tremendo, es complicado hacer buen uso de las tecnologías y que ellas no hagan un mal uso de nosotros.
Y el humor, ¿es clave en su vida? ¿Su vis cómica es un talento natural o algo trabajado?
Es fundamental. Sin el humor la vida sería triste y poco llevadera. Hay algo en mí, no sé, mi voz, mi expresividad… que hacen gracia y que pongo al servicio del trabajo, pero yo soy más aburrida y seriota de lo que aparento ser. Llevo la melancolía dentro de mí como buena nostálgica nacida en Buenos Aires, ese aroma viene conmigo. Siempre recuerdo una frase de mi padre: “No hay que intentar ser lo que uno no es”.
Acaba de regresar de la playa, ¿en qué piensa cuando se permite a sí misma abandonarse y simplemente mirar el mar? ¿Qué desearía ver en ese horizonte?
Yo quiero estar… calmada. Siento que siempre tengo que hacer hacer hacer y conseguir cosas y tener planes y me cuesta frenar, aunque hay momentos, pocos, en los que consigo fijar la mirada, quedarme colgada, no pensar en nada. Aspiro a dejarme en paz a mí misma, porque realmente yo no soy especialmente ambiciosa. Pero estoy feliz con mis conquistas y aunque sé que la creación implica pelea, aspiro a que sea todo un poco más tranquilo.