Paula Villares (León, 1976) es asturiana de familia, aunque nació en León por un desplazamiento de su padre. El destino decide, sin duda, algunas partes de la biografía, pero no otras: en su familia cuentan que “a los dos años quería ser médico”.
Villares describe sus primeros encuentros con la medicina, “cuando me apuntaba a campamentos para ser la que ponía las tiritas. Además, en la universidad y en mi etapa de residente de medicina, buscaba el tiempo para acudir como voluntaria a zonas necesitadas. ¡Es algo totalmente vocacional!”.
¿De dónde viene una vocación tan precoz? “No por haber vivido ninguna enfermedad de un familiar. Tuve una infancia muy feliz, una familia unida y ningún familiar médico, pero siempre me pareció que era una profesión que te ayudaba a cuidar del otro”.
La jefa de medicina interna en HM Sanchinarro desde hace un lustro –tras más de quince años de singular relevancia en este grupo hospitalario universitario– es una trabajadora incansable, y una de las grandes expertas de nuestro país en medicina interna, “una especialidad que, si no puede curar, siempre puede cuidar”.
¿Qué es la medicina interna? “Bueno, desde el principio hay que aclarar que un internista no es un médico de familia. La medicina interna abarca el estudio integral del cuerpo humano y la relación de todos los sistemas. Se trata de una especialidad global, que abarca al ser humano en su conjunto y es una entidad diagnóstica y terapéutica”.
Para ella, una mujer reflexiva y profunda, “el sufrimiento iguala a ricos y a pobres, no tienes que diferenciar en el trato, todos tus pacientes son tus recomendados, como digo yo. Sin duda, lo que más desestructura al ser humano es pasar por una enfermedad que te impida llevar a cabo tu vida normal: como médico internista siempre puedes aportar algo”.
"Estamos enfermando muchas veces por patologías relacionadas con lo que comemos"
En sus años como estudiante, en la Universidad Autónoma, recuerda “un entorno muy exigente, así que yo diría que fue el primer golpe para potenciar mi humildad, y quitarme aspiraciones incontroladas. Me impactó conocer el oncológico de niños en el Hospital Niño Jesús y el sufrimiento en la infancia, yo con ese no contaba. Pronto tuve que comprender qué recursos podrían existir con un niño o con un adulto joven para abordar la muerte”.
Villares menciona tres nombres clave en su época formativa, “el doctor Luis Madero, la doctora Carmen Suárez, en mi etapa de estudiante, y Martínez López de Letona, maestro de muchos. Todos tenían la capacidad de abordar al ser humano en su totalidad, con todos los sistemas implicados. Era una época en la que se hacían historias clínicas muy completas escritas a mano en papel, y se guardaban en un archivador”.
La medicina interna
¿Cuáles son las patologías más habituales en su especialidad?
Cardiovasculares, infecciosas, tromboembólicas, cáncer y luego todo el grupo de enfermedades crónicas.
¿Se podría hablar de una clave en común para la medicina interna?
Un buen internista tiene que ser alguien con mucha capacidad de historia clínica. Debemos tener paciencia para escuchar y poder integrar síntomas y signos para llegar al diagnóstico de una patología, y poder integrar y relacionar las distintas dolencias del enfermo. Además tenemos un importante papel en la medicina preventiva. También, ser un estudioso toda la vida y con una formación académica muy amplia. Y hacer un seguimiento, claro está, del paciente.
¿Cómo ha cambiado la época Covid esta especialidad?
La Covid ha sido un paradigma, espero que nos traiga cosas buenas como la de ser más conscientes de abordarlo todo desde una perspectiva más global de salud, cuidado y relación con otros.
¿Algún avance reciente?
Varios. La cirugía robótica, la tecnología aplicada a la medicina, es increíble. La manera de abordar la cirugía está cambiando por ello. También el mundo en torno a la macrobiota y la microbiota y la metabolómica, es un cambio que va a revolucionar la medicina, y muchísimas patologías se tratarán con cambios de alimentación, esto es la nutrición antiinflamatoria. Frente al cáncer seguimos peleando... Y el abordaje de la medicina molecular, el diagnóstico precoz a partir del estudio genético.
La dieta
Es decir, que vuelven los internistas a la importancia de la comida...
Estamos enfermando muchas veces por patologías relacionadas con lo que comemos. Necesitamos alimentos frescos naturales, no proteínas que no sean sanas, sino las de alto valor nutricional. No dejarnos llevar por cualquier producto que se anuncie. Y es importante comer de una manera más ordenada, con una alimentación rica y de calidad.
"Para morir bien hay que vivir bien, un buen final tiene mucho que ver con la forma en que haya vivido la persona"
¿Se refiere a la dieta mediterránea?
A evitar las grasas saturadas y a tener una dieta fresca y saludable, más parecida a la de toda la vida. A los niños, para la escuela, les podemos dar un yogur, frutos secos y fruta, evitar lo que llevan esas bolsas envasadas, y no es tan complicado volver a hacerlo mejor...
¿Qué papel tiene la dieta anti-inflamatoria?
En los pacientes que desarrollan patologías como cáncer, reúma… la analítica puede ser perfectamente normal pero el proceso que lo desencadena, puede ser muy útil equilibrar lo probiótico. Tenemos ahora un proyecto interno que confirmará que favorecer el mecanismo probiótico en los pacientes ayuda con ciertas enfermedades y a prevenir patologías.
¿Son aconsejables los suplementos?
No hablamos de suplementos sino de qué comer y más aún, de qué deberíamos comer. Es necesario un cuestionario de calidad de vida del paciente. La nutrición antiinflamatoria y los probióticos no sólo están en forma de cápsulas, sino a través de la materia prima, alimentos que comes como verduras y frutas, un poco de carne y pescado es también saludable. A lo mejor estamos tomando suplementos... y con un yogur de kéfir y chía nos serviría.
¿Existen los superalimentos?
Empezamos a descubrir que hay alimentos con propiedades especiales como el jengibre o la cúrcuma. Durante la pandemia nos han enseñado mucho la cultura asiática y latinoamericana, en estos dos ámbitos sí se consume mucho producto natural. En general, no vale todo ni a todo el mundo se sienta igual, eso está claro. En la pandemia hubo personas que malinterpretaron las webs y bebieron lejía y murieron por desinformación. Por tomar en exceso algas marinas puedes tener problemas de tiroides. La información de las webs puede ser peligrosa, hay que tener conocimiento de los alimentos, pero de verdad, y de cada caso concreto.
El diagnóstico
¿Cómo se puede dar bien un mal diagnóstico?
Cuando eres más joven como médico, quizás eres más tajante con los diagnósticos. Un diagnóstico puede ser una noticia demoledora, hay que conocer cómo es el paciente, nunca hay que ir de entrada a hablar de pronóstico, si no se pregunta, por ejemplo.
¿Cuál diría usted que es la clave para morir bien?
Para morir bien hay que vivir bien, un buen final tiene mucho que ver con la forma en que haya vivido la persona. Y no hablo de no haber sufrido. Hay personas que han experimentado mucho sufrimiento y sin embargo han sido alegres y han sabido entender que la vida es transitoria y que un día acabará. Luego está la necesidad de tratar el tema de la muerte, de afrontarlo con tiempo: ese final es lo único que tenemos seguro y es el tema del que menos se habla.
¿Usted ha integrado ese tema en su vida?
Yo a mis hijos les hablo de la muerte desde que nacieron. Pienso que es mejor hacerlo. Son conversaciones que evitamos y debemos tener.
¿Cree que influyen las creencias en esto?
El cielo no se improvisa. No es polvo de estrellas o eternidad que cae cuando estás en primera fila. Se vive para ganarse todo. Y vamos acelerados. Decía mi abuela que ‘hasta el que quiere ir al cielo no se quiere morir’. Siempre está ese miedo a no saber. Pero la muerte es muy diferente según las personas, según sus creencias y su preparación para ese momento.
"Cuando no se puede curar, se puede cuidar. Pero tenemos que esforzarnos por recuperar el sentido puro de la alegría"
¿Diría que existen más personas que no quieren morir o que sí cuando llega su hora?
Aquellos a los que la muerte les aborda en edades precoces, el sufrimiento es mayor para ellos y sus familias. Pero depende mucho, hay una población muy grande que acepta perfectamente su muerte.
¿Cuáles son las preguntas más habituales que se escuchan al final de la vida?
¿Cuánto tiempo me queda de vida? ¿Cómo va a ser mi final? ¿Me va a doler? ¿Cuál es mi probabilidad de morir? Y también hay mucha gente que no hace ninguna pregunta. O que pregunta algo muy cotidiano como qué hay de comer. Muchas veces a donde vuelve la cabeza es a preguntas de ese tipo.
¿Influye también no tener asuntos pendientes?
Sí, es importante localizar qué cosas les inquietan, qué tenían pendiente, en especial lo que tiene arreglo. “Me puedo morir”, me dijo un día Victoria Prego con una claridad increíble, “porque no estoy en deuda con la vida”.
¿Algún mal momento que haya pasado en su profesión?
Cuando empecé a frustrarme por no poder curar muchísimas cosas. Yo trabajo largas jornadas y no curo a muchas personas. Al menos puedo intentar ayudarlas y acompañarlas. Lo dicho, cuando no se puede curar, se puede cuidar. Pero tenemos que esforzarnos por recuperar el sentido puro de la alegría. La vida es un bien precioso, estar vivo, aunque existan la enfermedad y el sufrimiento, es un auténtico privilegio.