"Este año, a causa de la pandemia del coronavirus, siento un vacío enorme. Una sensación muy extraña. Y como yo, todas mis compañeras. La Semana Santa no se comprende sin sus procesiones".
Mari Santos tiene 24 años. Desde hace tres, junto a su hermana Gema forma parte de la cuadrilla que carga en sus hombros el paso de la virgen de la Salud de La Línea de la Concepción (Cádiz).
Hasta la fecha, Mari y Gema sólo han podido salir en procesión en una ocasión. Fue en 2018. El año pasado murió su abuela y ellas decidieron quedarse en casa. En 2020, sin duelo personal de por medio pero sí con un lamento colectivo por las más de 13.000 muertes que ya ha dejado el coronavirus en España, las dos hermanas vivirán "algo parecido". "La pandemia nos ha dejado sin nuestra Semana Santa en las calles", se lamenta Mari. "Cuesta creerlo, pero es así. Ahora toca vivirla de otra manera, seguramente de una forma mucho más recogida".
Hace alrededor de un mes, MagasIN, la revista de EL ESPAÑOL, asistió a uno de los ensayos de las costaleras de la virgen de La Salud. La noche transcurría por las calles húmedas de La Línea. Era ventosa y fresca. Por aquel tiempo, la suspensión de las procesiones y otros actos públicos de la Semana Santa era sólo una hipótesis. Ahora, con el país en estado de alarma, la población confinada y la economía en hibernación, es una realidad.
De ahí que MagasIN se haya vuelto a poner en contacto con las costaleras de una hermandad situada a la vanguardia de la participación de las mujeres en las procesiones del país. En 1989, hace ya más de tres décadas, las cofrades de la Hermandad del Cristo del Perdón y de la Virgen de la Salud comenzaron a formar parte de sus cuadrillas de costaleros. Hoy, aunque debajo del paso van 30 mujeres, hay otras 40 más que hacen los relevos.
En Sevilla, capital por antonomasia en España de la Semana Santa, hasta 2011 el Arzobispado de la ciudad permitió que cada hermandad decidiera si permitía o no a las mujeres procesionar como nazarenas o ser costaleras. Desde entonces, todas están obligadas a aceptarlas.
El arzobispo de Sevilla, Juan José Asenjo, firmó un decreto que determinaba "la plena igualdad de derechos" de los miembros de las hermandades y cofradías, "incluida la participación [de las mujeres] en la estación de penitencia como acto de culto externo". Por ello es que esta hermandad linense lleva años situada en la modernidad.
"Un nudo en la garganta"
"Nosotros tenemos una cuadrilla de 70 chicas en total", explica a MagasIN Laura Núñez, capataza del paso de la Virgen de la Salud. Ella todavía recuerda su primera vez meciendo a la virgen de la que es devota. Tenía 17 años. Desde entonces no ha dejado ser de cofrade y de ostentar cargos dentro de su cofradía.
"He estado en la junta de gobierno. He sido mayordoma. Este Jueves Santo, cuando amanezca y sepa que no vamos a salir en procesión, se me pondrá un nudo en la garganta. Este sentimiento sólo lo pude comprender quien lo tiene dentro. No hay palabras para describirlo".
Mari, una de las 70 costaleras a las que Laura guía debajo del paso dándole instrucciones desde afuera, coincide con su capataza. Ella quería confiar en que nada ni nadie la dejara este año sin Semana Santa. Con el paso de los días se ha ido haciendo a la idea de que no va a poder ser así.
"Según se acercaban estas fechas ha ido creciendo ese sentimiento de pena. Me fui concienciando, pero la tristeza me embarga. Si te soy sincera, pensaba que no la iban a quitar. ¡Quién se iba a atrever a suspender la Semana Santa! Luego, cada una empezamos a asimilarlo".
La primera vez que esta revista estuvo con Mari Santos, la joven explicó que para ella la suspensión de las procesiones sería ver "frustrada la ilusión de todo un año". Ahora explica que las sensaciones que tiene no las puede asemejar a cuando un paso no sale a la calle por las inclemencias meteorológicas.
"Es muy diferente. Cuando llueve, por ejemplo, todo se prepara hasta última hora. Esos nervios y esas ganas están presentes. Nos vestimos, vamos a la parroquia. Ahora no tenemos ni eso", explica esta joven costalera que, como muchos otros cofrades del país, estos días los pasa escuchando marchas o viendo reposiciones en televisión de procesiones de años atrás.
"Me llaman llorando"
La voz de la capataza Laura Gómez se escucha con mayor optimismo que la de Mari. Quizás sepa que es ella quien ha de transmitir ánimos a su cuadrilla de mujeres que no le tenían miedo a cargar sobre su costal el tallado de la virgen a la que profesan devoción.
Laura reconoce que también está triste, pero que no quiere venirse abajo. "Me da más pena por las 12 o 13 chicas nuevas que cargaban este año por primera vez. Me llaman y me dicen: '¡Ay, qué pena, sólo tengo ganas de llorar!' Ellas entienden la situación, pero tienen más rabia. Yo les digo que no podemos venirnos abajo. Ya tendrán más oportunidades de salir a las calles con su virgen a hombros".
Las costaleras de la Virgen de la Salud, al igual que los hermanos que cargan el Cristo del Perdón, llevaban ensayando desde febrero. Este próximo Jueves Santo debían salir en procesión a las siete de la tarde para no recogerse de nuevo en la parroquia de San Pedro hasta, aproximadamente, las dos de la madrugada. La pandemia que sufre España lo evitará este año.
La promesa de una saetera
Alguien que también siente devoción por la Virgen de la Salud es la cantaora y saetera linense Yolanda Figueroa. Desde hace 30 años no la deja "nunca sola". Una promesa, cuenta, las mantiene unidas.
Yolanda, de 41 años, se operó de niña de las cuerdas vocales. Como eran otros tiempos, antes de entrar a quirófano se confesó en la parroquia de San Pedro en La Línea. Allí estaba la talla de la virgen de La Salud. Yolanda, finalmente, se operó en una clínica llamada Nuestra Señora de la Salud. Desde entonces, explica la artista local, se creó un vínculo entre ambas. "Si salgo bien y mantengo mi voz", prometió, "te pienso cantar cada año". Y así lo hizo.
"Cuando algún año no he podido salir por la lluvia, el cura me ha abierto la parroquia y le he cantado a la virgen yo sola, en la intimidad", explica Yolanda Figueroa, quien cada año compone las letra de nuevas saetas que luego canta.
Este próximo jueves dice que le cantará desde la ventana de su casa, aunque el paso no cruce por delante de ella. "Lo haré con los ojos cerrados y pensando que la tengo delante. Este año es angustioso. Sé que es una imagen tallada, pero el sentimiento y el ambiente que se genera con ella en las calles son especiales".
Mari, Gema, Laura o Yolanda no verán a su virgen este año procesionando por las calles de La Línea de la Concepción. El coronavirus Sars-CoV-2 lo ha evitado. Pero su devoción las hace inmunes al desaliento.