Durante más de 400 años el retrato de Felipe II que se exhibe en el Museo del Prado, atribuido al pintor Juan Pantoja de la Cruz, lo pintó una mujer.
[Margarita Salas, la científica que puso 'patas arriba' un sector liderado por hombres]
Fue en 1990, cuando la pinacoteca madrileña hizo un examen técnico de la obra en profundidad y se resolvió que lo había realizado Sofonisba Anguissola.
También ocurrió lo mismo con el retrato de Isabel de Valois, una obra considerada hasta entonces de Pantoja de la Cruz porque así aparecía en el inventariado del Alcázar de Madrid de 1686.
La pintora italiana, como muchas otras mujeres dedicadas al arte, ha sido invisibilizada durante muchos siglos y es ahora, cuando comienzan a aparecer tímidamente sus autorías. Aunque todavía no son mencionadas en los libros de texto.
Creadora virtuosa del Renacimiento
Sofonisba Anguissola nació en Cremona, Italia en 1532 y es considerada hoy una de las más virtuosas creadoras del Renacimiento. Muchos de sus cuadros han sido atribuidos a pintores como Tiziano, Sánchez Coello o el mismo Pantoja de la Cruz.
Anguissola nació en el seno de una familia noble, pero venida a menos. Su padre se empeñó en que tanto ella, como sus cinco hermanas recibieran una buena educación, con el objeto de que ayudaran en la economía familiar.
Lo consiguió Sofonisba, que de forma casi autodidacta, se hizo un nombre en Europa, gracias a sus retratos y por supuesto, a la capacidad como relaciones públicas de un padre empeñado en dar a conocer a su hija.
Estudió junto a dos de sus hermanas también pintoras, Elena y Lucía, con Bernardino Campi y con Bernardino Gatti.
Miguel Ángel alabó su obra
Incluso Miguel Ángel llegó a conocer el trabajo de la pintora y le envió algunos dibujos suyos quedando deslumbrado por su virtuosismo con los pinceles.
La pintora llegó a España. La casualidad quiso que el duque de Alba descubriera sus obras y la invitó a la Corte para ser dama de compañía de Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II, convirtiéndose en su maestra de pintura.
A pesar de su nuevo cargo, la artista nunca renunció a su condición de autora y continuó pintando retratos que gustaron mucho en la Corte, llegando a convertir al pintor oficial del rey en un mero copista de sus obras.
Sánchez Coello era el pintor oficial de la época, lo que demuestra la inteligencia y la habilidad de la pintora para sobrevivir en un terreno pantanoso en la Corte.
Una mujer no podía ser pintora
Sofonisba no firmaba sus obras, ni tampoco recibía dinero por ello. En aquella época una mujer no podía ser pintora del reino y por eso, era conocida como ‘la italiana que pinta’ y no como pintora.
Su terquedad y transgresión las llevó hasta el terreno personal. En contra de lo establecido en aquellos tiempos, se negó a casarse hasta edad tardía, a los 30 años, y accedió con el noble Fabrizio de Moncada en 1571, que falleció tras ocho años de matrimonio.
La reina Isabel de Valois tuvo una muerte prematura, pero el rey Felipe II obligó a Sofonisba a continuar en palacio cuidando de las infantas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela.
A pesar de su vida en palacio, en España, realizaba viajes a su tierra natal en Cremona y allí se enamoró de un capitán de navío, Orazio Lomellino, mucho más joven que ella.
Se casó con él, pese a la oposición del monarca español, y disfrutó de su último tercio de vida entre Génova y Palermo, y ya con su propio taller de pintura.
Cumplió los 90 y la visitó Van Dyck
Se cuenta, que el famoso pintor Anton Van Dyck la visitó y retrato cuando tenía 90 años. La pintora sirvió de inspiración a las artistas que la siguieron como Lavinia Fontana.
Vivió sus últimos años respetada y célebre pero nunca apareció en los libros de historia ni arte. Se tuvo que esperar hasta 2019 cuando el Museo del Prado le dedicó una exposición.
Sus cuadros destacan sobre todo, por la psicología que aplica y por el tratamiento de la luz y el colorido vivo de algunas pinceladas que hacen resaltar los rostros, las manos y los detalles sobre la oscuridad de los fondos.
Murió en Palermo en 1626.