Reconstruir la vida de María del Rosario Agrela y Bueno, condesa de Agrela y duquesa consorte de Lécera, resulta una tarea tan ardua como puede ser lucir dignamente alguna de las tiaras de la que una vez fue su mejor amiga, la reina Victoria Eugenia de España.
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Este domingo 23 de julio se cumplen seis décadas de su fallecimiento, cuando sólo tenía 66 años. A pesar de la cierta juventud con la que le sorprendió la muerte, “Rosarito”, quien nació en 1897 y falleció en 1963 en Granada, vivió deprisa. Su existencia es, sencillamente, de novela.
Pero su final fue un tanto amargo e inesperado para una aristócrata tan influyente, una mujer que siempre vivió a la sombra del poder, concretamente bajo la de la abuela del rey Juan Carlos y, en menor medida, bajo la de Alfonso XIII.
Según cuenta ABC, expiró su último aliento rodeada tan sólo por sus dos hijos mayores, el duque de Bournonville y el marqués de Vilanant, quienes llegaron a tiempo desde Madrid. Ni rastro de su marido, Jaime Silva, quien murió 12 años más tarde en la capital. ¿Vivían separados?
La duquesa de Lécera se despidió de este mundo en el Carmen de la Antequeruela, hoy la casa-museo de Manuel de Falla. Allí, frente a la majestuosa Alhambra, había residido el maestro. En ese lugar, al que el compositor se mudó en 1922 hasta principios de los 40 aproximadamente, escribió la mayor parte de su obra.
Cuando se marchó de la ciudad, Rosario Agrela y Bueno arrendó este palacete, donde se instaló, y donde, como gran mecenas que fue, ideó un museo con el que homenajear a Falla, con el que, a lo largo de su vida, tuvo una amistosa correspondencia.
A su vez, también quiso reivindicar a algunos artistas granadinos, como su contemporáneo, el pintor Gabriel Morcillo.
Sin embargo, pocos meses antes de fallecer, el Ayuntamiento de Granada le expropió a la fuerza la propiedad, aunque no lo logró… hasta el final. Un adiós triste para una mujer que lo tuvo todo.
Realizar este perfil sobre ella no ha sido fácil ni tampoco lo satisfactoriamente esperado. Una leve frustración sobrevuela este artículo, ya que ninguno de sus descendientes, ni tan siquiera la actual duquesa de Lécera, su bisnieta Leticia Silva Allende, ha querido participar en el reportaje.
Tampoco los descendientes del mayor de sus tres hijos, Jaime, que se casó con Ana María de Mora y Aragón, hermana de la reina Fabiola de los Belgas. Ni los de su segundo hijo, José Guillermo, quien contrajo matrimonio con Gloria Mazorra.
O los de su tercera y única hija, María del Rosario, quien le dio el 'sí, quiero' a Fernando D'Ornellas Pardo.
Resulta entonces complicado encontrar voces que la conocieran, que puedan ofrecer un retrato humano sobre un personaje único, un tanto olvidado en la actualidad por razones incomprensibles. Luis María Anson, de 88 años, histórico periodista, biógrafo de Don Juan y único miembro con vida del Consejo Privado del Conde de Barcelona, contesta brevemente. “No los traté para nada. A lo mejor le di una vez la mano al duque, pero no me acuerdo”.
Los Lécera o 'los elegantes', como eran conocidos, parecen escurrirse entre los anales de la historia de nuestro país. Tras realizar incontables llamadas, tan sólo un familiar muy lejano, que prefiere guardar el anonimato, nos desvela que, al final de sus días, a Rosario “le dio por el flamenco y organizaba fiestas con los gitanos del Sacromonte por las calles de Granada. Iba bailando, taconeando… Fue una mujer ciertamente extravagante”.
Una gran mecenas
Sin embargo, esta solitaria despedida a una vida extraordinaria no se puede comparar con los brillantes albores de su existencia. Su padre era el empresario granadino Mariano de Agrela y Moreno, quien fue diputado por su ciudad, senador y conde de Agrela por designación de Alfonso XIII bajo la regencia de su madre, la reina María Cristina.
El aristócrata también hizo negocios con la caña de azúcar y tuvo grandes fincas, como una casa de veraneo en Zarautz llamada Villa Carmen o la Cortijada Trasmulas, situada entonces en Pinos Puente, en Granada, y hoy convertida en pueblo.
El rey Alfonso XIII estuvo cazando en los predios andaluces familiares gracias a su amistad con el padre de Rosarito. Hoy solo quedan las puertas de acceso a la finca, ya que el palacete que tenían fue derribado en los años 80.
Un día, cuando la duquesa de Lécera se encontraba en su finca andaluza, descubrió tres cabezas de león que databan de entre los años 500 y 600 antes de Cristo. Que donó, demostrando de nuevo su afición al mecenazgo, a varios museos de su ciudad natal.
Su madre fue Leticia Bueno y Garzón, cuya familia tenía grandes propiedades e ingenios, centrales azucareras, en Cuba. Uno de sus antepasados, José Bueno y Blanco, fue senador por la provincia de Santiago de Cuba a finales del siglo XIX.
Gracias a esta fortuna y con sólo 22 años, María del Rosario se convirtió en una de las aristócratas más queridas de Madrid, donde se mudó. Se casó el 26 de abril de 1919 con otro de los grandes nobles de España: Jaime de Silva y Mitjans, de 26 años, duque de Lécera, entre ocho títulos más, y gentilhombre de Alfonso XIII.
El enlace, celebrado en el Monasterio de las Descalzas Reales, fue inmortalizado, con la corte de seis damas de honor de la novia –entre ellas Paloma Montellano o la marquesa de San Vicente del Barco–, por el fotógrafo Julio Duque para ABC. La boda se convirtió en todo un acontecimiento. Rosario lució un vestido de terciopelo de seda natural en color blanco salpicado de lirios y azucenas.
Al parecer, tras un largo proceso de restauración, este es ahora una de las sayas que viste la Santísima Virgen de las Maravillas de Granada. A esta hermandad, María del Rosario también donó otros ajuares que lucía en la Corte, así como piezas de orfebrería.
Tras la boda, los recién casados visitaron a los reyes en el Palacio Real de la capital y fueron obsequiados con sendos regalos. Luego, se trasladaron al palacio de los condes de Agrela, propiedad de Rosarito, decorado con salones, Luis XVI, cuadros de Tiépolo, Antoine Watteau o Víctor Gabriel Gilbert, diez arañas de cristal de La Granja o un espectacular jardín, donde se sirvió un almuerzo.
Un matrimonio muy fiel a la Corona
El matrimonio demostró pronto su fidelidad a la Corona. En esta foto, que comparte el joyero Pablo Milstein en su perfil de Instagram –y que aparece bajo este párrafo–, vemos a la duquesa de Lécera a las puertas del antiguo Alcázar con collar de chatones y una de sus impresionantes tiaras.
“Se trata de una diadema de brillantes, cuyo cuerpo está compuesto por grandes formas geométricas. Vemos como unas grandes lágrimas se unen en el centro, donde destacan dos brillantes”, detalla el orfebre argentino.
El 4 de agosto de 1927, la duquesa de Lécera protagonizó su primera portada de ABC junto a la reina y sus hijos, Crista y Juan, durante las vacaciones de la Familia Real en el palacio de la Magdalena, en Santander.
Allí, mientras Ena llevaba una vida tranquila, de confidencias con la duquesa, el rey jugaba al polo o practicaba golf en el Real Club de Pedreña (Cantabria). Y así fue cómo, poco a poco, Rosario y Jaime se adentraron por completo en la corte y lideraron la camarilla de Sus Majestades.
Ese mismo verano de 1927, el duque de Lécera fue retratado por el fotógrafo Pascual Marín junto al príncipe de Asturias, Alfonso de Borbón y Battemberg, en el Hipódromo de San Sebastián.
En 1931 llegó el exilio tras el triunfo de la II República. El matrimonio Lécera no dudó ni un momento y se trasladaron junto a la Familia Real a Francia. La última noche en el Palacio Real, antes de partir a París, el duque custodió la puerta del príncipe de Asturias, convaleciente tras sufrir una caída mientras cazaba avutardas unos días antes.
Una vez en Francia, se instalaron muy cerca de la reina, quien tras pasar un breve período de tiempo en el Hotel Meurice de Madrid, se marchó junto a su familia a Fontainebleau. Hasta que, poco a poco, el matrimonio entre Alfonso y Ena se deterioró y el monarca alquiló una habitación en el Gran Hotel de Roma, donde murió en 1941. Los Lécera eran influyentes en la vida cotidiana de Ena, quien parecía depender de ellos para prácticamente todo, algo que al rey empezó a desagradarle.
Según cuenta el historiador Paul Preston en un relato un tanto fabuloso, un día, el monarca, enfurecido, se cansó de su continua presencia. “O los eliges a ellos o a mí”, espetó. “Los elijo a ellos y no quiero volver a ver tu fea cara en mi vida”, contestó Ena, harta de los reproches de su marido sobre haber traído la hemofilia de la corte de su abuela, la reina Victoria del Reino Unido, a España y de sus continuas infidelidades. El matrimonio real tuvo siete hijos. Fuera de él, Alfonso tuvo cinco.
Los Lécera se mantuvieron siempre cerca de Ena, lo que propició que circulara en los ambientes de sociedad una historia un tanto rocambolesca. Sin más testimonios a los que recurrir, queda realizar una inmersión en la novela histórica Goodbye, España (MR, 2010), de la escritora Mercedes Salisachs, quien debió conocer a familiares muy cercanos del matrimonio al escribir esta biografía sobre la reina.
Intrigada por aquella relación tan intensa entre los duques y la monarca, investigó. Cierto o no, su conclusión fue que los duques de Lécera estaban enamorados de Victoria Eugenia. Ena, en cambio, solo lo prefería a él. Pero, insiste Salisachs, que "este ménage à trois nunca sucedió".
Esta peculiar relación pervive, casi cien años después, como una incógnita en ciertos salones de España, porque también hay mucho desconocimiento sobre ellos en general. Su historia no es comparable al archiexplorado –pero cierto– romance entre Ramón Serrano-Súñer, cuñado de Franco y ministro de Asuntos Exteriores, y Sonsoles de Icaza, marquesa de Llanzol.
Ambos tuvieron una hija: Carmen Diez de Rivera y de Icaza, política y 'musa de la Transición0, que, desconociendo ser hija del exministro, quiso casarse con un hijo de este, lo que, tras descubrir la verdad, la llevó a encerrarse durante un tiempo en un convento de clausura de Ávila.
¿Cuánto tiempo duró su amistad?
Salisachs cuenta que su amistad “se mantuvo incólume” durante siete años. Aunque desde que visitaron a los reyes el día de su boda en 1919 hasta 1938, cuando la duquesa de Lécera acompañó a la reina a visitar a su primogénito, enfermo en un hospital de Nueva York debido a una hemorragia, pasaron al menos casi veinte años.
Lo cierto es que, durante el exilio y al estallar la Guerra Civil, Rosarito, siempre preocupada por los desvalidos, sirvió como enfermera en el bando de los nacionales, con lo cual debía tener cierta facilidad para entrar y salir de España.
A la vista está que quedan muchas preguntas por resolver. ¿Cuándo se separaron definitivamente de la reina? No lo sabemos, pero en 1941, Rosarito ya vivía en el carmen de Manuel de Falla, donde expiró 25 años después.
Pero, ¿cómo era la duquesa?
Al duque ya lo hemos visto en San Sebastián, pero cómo era ella. La tarea de encontrar imágenes de Rosario Agrela es una misión, de nuevo, imposible. Ni en el palacio de la Magdalena de Santander, ni en el Hotel María Cristina de Donosti, ni en el archivo municipal de Granada, ni en su ayuntamiento, así como el de Pinos Puente, ni en la biografía de la reina Ena escrita por Marino Gómez-Santos, ni en la Kutxa Fundazioa.
Hasta que recibimos un correo del archivo del Palacio Real confirmando que ellos sí conservan varias fotos de ella: durante una cacería en El Rincón, hoy propiedad de Tamara Falcó, a caballo junto a la reina, con las infantas Beatriz y Cristina o en un retrato ecuestre en el que aparecen Miguel Primo de Rivera, Alfonso XIII.... También ABC tiene una fotografía del día de su boda con Jaime Silva o el Archivo Manuel de Falla, que posee un recorte de prensa en el que está una foto suya de 1941.
Sin embargo, qué duda cabe que son imágenes de difícil acceso. Su única gran portada fue aquella de 1927.
Rosarito supo esconderse. ¿O la hicieron esconder? Incomprensiblemente, durante estos tiempos, su condición sexual también ha sido motivo de debate durante años.
Jimmy Burns, nieto de Gregorio Marañón e hijo de Tom Burns, diplomático británico que actuó como espía durante la Segunda Guerra Mundial, narra en su libro Papá espía: Amor y traición en la España de los años cuarenta (Debate, 2010) cómo su progenitor definió a Rosarito.
“Era una dama diminuta y dinámica, con el pelo corto […]. Hablaba un inglés perfecto. Se rumoreaba que su marido, algo bovino, tenía un romance platónico –cuando menos– con la reina Ena. Más adelante comprendí que los aristócratas españoles se sentían desnudos si no vivían rodeados de una atmósfera cargada de escándalos”.
Aunque la separación entre los Lécera y la reina terminó sucediendo –dicen que por el asfixio que el matrimonio ejercía en ella–, Ena nunca olvidó su entrañable amistad.
Como epitafio a la intensa relación de los duques con la monarca exiliada, Salisachs escribió en boca de Ena: “Todo lo que nos había unido se perdió como se pierden las joyas más valiosas de un naufragio […]. Lo que no cambia es el recuerdo de ciertos instantes especiales: las frases que nos llegaron al alma y también las ilusiones que insensatamente consideramos eternas”.
Y hasta aquí este relato, en el que hemos tratado de rescatar de las profundidades del olvido a Rosarito Lécera, una amiga fiel, una mecenas extraordinaria y, sin duda, una aristócrata irrepetible. O, como dirían en el Sacromonte, donde bailó hasta sus últimos días, una mujer con mucho arte, con mucho 'duende'.